En guerra con mi ex

Tardanzas y un cafe

Pensé que este año sería diferente. Pensé que, al menos, podría hacer una cosa bien… pero ya veo que no.
Corriendo por los pasillos, me dirijo a la clase de Literatura. Primer día y llegando tarde nuevamente; eso ya sabía que no sería nada bueno.

Antes de que me olvide, hagamos una pausa y déjenme presentarme: me llamo Caity, acabo de cumplir mis veintidós desastrosos años y estoy en segundo año de Literatura Inglesa. El resto lo descubrirán después; mi vida, como ya notaron, no es precisamente tranquila.

Así que… retomemos mi maratón entre los pasillos ya vacíos. Las clases habían comenzado hacía treinta minutos, y dudaba mucho que la profesora Mlain me dejara ingresar, pero al menos quería intentarlo.

Llegando al aula 320 del cuarto piso, toqué suavemente la puerta, aún con la respiración agitada, rezando para no pasar una vergüenza mayor. No obtuve respuesta. Golpeé una vez más, esta vez con un poco más de fuerza. Silencio. Absoluto silencio.
Resignada, y pensando que la profesora seguramente supondría que era yo —no es que tengamos la mejor relación—, comencé a darme vuelta… cuando sentí unas manos suaves en mi cintura y un beso rápido en el cuello.

—Jayden —dije de inmediato, porque sabía que no habría nadie más que se atreviera a hacer eso—. Te he dicho mil veces que no me toques. No me gusta, y lo sabes bien.

Al girarme, ahí estaba: el grandísimo idiota de mi ex. Sí, como escucharon bien… mi ex.

Jayden era un completo desastre como novio, pero no podía negar que era un gran amigo… o lo que fuera que fuese para mí.
Sus oscuros ojos se achinaron cuando me sonrió.
—¿Pecas? ¿Otra vez tarde? Creo que debería ir a darte los “buenos días” todos los días, solo para que llegues a tiempo a clases.

Su estúpido apodo nunca se fue. Lo dijo una vez y se quedó grabado para siempre. Todo porque mi rostro está lleno de pecas. Él cree que es algo tierno. No lo es. Al menos no viniendo de él.

—Si dejaras de soñar tanto conmigo, te despertarías lo suficientemente temprano para mirar tu teléfono y ver que la clase se canceló. La profesora tiene a su hija enferma y no podrá venir hoy.

Mi humor se desplomó.
Saqué el celular y confirmé que era cierto: las notificaciones estaban ahí, intactas, burlándose de mí todo este tiempo. Lo miré con cara de pocos amigos y me di media vuelta. Aún me quedaban dos horas libres, y pensaba aprovecharlas al máximo durmiendo.

Sí, eso soy yo. No me juzguen.

—¿Ni siquiera un “gracias”? —dijo él, siguiéndome con su tono socarrón—. Debería recibir un abrazo o un beso por salvarte de estar dos horas aquí parada.

Sí, claro. Como si eso fuera a pasar.
Cinco minutos más y estaría en mi cama de todas maneras.
—Gracias, mis medias —murmuré mientras me alejaba, agitando la mano sin mirar atrás.

Antes de girar en el pasillo que llevaba a mi habitación, escuché su risa… y sentí la agitación de mi corazón.
Tranquila, Caity. Solo amigos.
Una vez en mi cuarto, decidí por fin tomar la ducha que no pude darme antes por culpa de mi brillante idea de correr hacia una clase que estaba cancelada. Pss, no huelo mal, solo que no me dio tiempo.

La Universidad de Werbsaide era pequeña, situada en un pueblito a las afueras de Londres. Tenía esas paredes grises que combinaban perfectamente con el cielo frío de agosto que nos recibía todos los días.

Aunque no podía compararse con las grandes universidades, tenía su propio encanto conservador y un aire tranquilo... al menos en lo que a edificios se refiere, porque si hablamos de la gente, ya vieron la clase de energúmenos que uno se cruza aquí dentro.

Cada habitación tenía su propio baño y una litera, ya que eran compartidas. Chakie, mi compañera de cuarto, casi nunca estaba. Si alguien quería encontrarla, bastaba con ir a la biblioteca. Y si alguien quería encontrarme a mí, solo tenía que ir al comedor —asegurarse de que no estuviera devorando algo— o buscarme aquí, durmiendo. Supongo que por eso nos llevábamos tan bien: ella vivía entre libros, y yo entre siestas.

Después de la ducha, me puse mi pijama favorito: una camiseta vieja con la cara medio borrada de Harry Potter y unos pantalones de cuadros que habían visto mejores años. Me dejé caer en la cama con la sensación triunfal de alguien que ha sobrevivido al apocalipsis… o a un lunes universitario, que es lo mismo.

—¿No deberías estar en clase? —preguntó una voz desde la puerta.

Giré la cabeza y vi a Chakie apoyada contra el marco, con una pila de libros tan alta que apenas se le veía la cara.
—Ya fui. —respondí con toda la seriedad del mundo—. La clase fue cancelada.
—Otra vez la profesora Mlain enferma, ¿no?
—Su hija, esta vez —dije, suspirando—. Y para variar, me enteré cuando ya estaba a mitad de maratón por los pasillos.Chakie rió, dejando los libros en su escritorio.
—Bueno, al menos hiciste ejercicio.
—Sí, un milagro. Mi cuerpo está en shock —le contesté, mientras me acomodaba bajo las mantas.

Ella rodó los ojos y se sentó a mi lado.
—Jayden te lo dijo, ¿verdad? Lo vi hace un rato.
—Por supuesto que lo viste, él está en todos lados —gruñí—. Debería tener un detector de exnovias integrado.
—No digas eso, Caity, parece que te alegra verlo.
—¿Alegra? —me incorporé—. La última vez que lo vi me juré que si volvía a aparecer, fingiría ser extranjera y no hablar inglés. Chakie se rió con ganas.
—Sí, claro. Seguro. Pero mira, podrías intentarlo; con tu acento raro, tal vez funcione.
—Ouch. Gracias por el apoyo.

Ella me lanzó una almohada y luego se fue a preparar té, dejándome a solas con mi pensamiento favorito del día: ¿por qué todos mis ex parecen tener GPS incorporado?

Me giré en la cama, observando el techo con la vaga esperanza de que, si dormía lo suficiente, el universo reiniciara mi vida académica. Pero no. La puerta volvió a abrirse, y una cabeza familiar asomó con una sonrisa demasiado confiada.



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En el texto hay: amor, amor dolor dulsura, amigos comedia

Editado: 01.11.2025

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