En manos de un psicópata

Capítulo 23

Su estómago gruñó con fuerzas. La desesperada hambre la agobió a tal nivel que se vio obligada a abrir los ojos, pese aún a sentirse muy cansada incluso para mover los dedos de sus manos.

Su mirada borrosa comenzó a aclararse a medida que la luminosidad del sol penetraba los largos visillos blancos que cubrían las ventanas. Sus ojos se detuvieron en las sabanas arrugadas bajo sus manos, aun adormecidas, y sus dedos temblaron ante su intento rápido por despertar.

Siente su cuerpo pesado y cansado, no reacciona. Luego de esa noche eterna, donde una y otra vez se entregó a las garras de ese tipo incansable, perdiendo la cordura en un placer enloquecedor, es entendible que hoy su estado físico se resienta.

Se muerde los labios con remordimiento al recordar lo que pasó ¿Cómo no fue capaz de controlarse? Actuó tal como un animal en celo enceguecido por las feromonas en donde su razón se perdió luego del primer éxtasis.

Gemidos, besos, ruidos indecentes, vienen como recuerdos burlescos golpeando su cabeza hasta causarle tanto dolor que solo contempla sus inmovilizadas manos sin siquiera poder levantarla.

Sus largas pestañas se abrieron aún más, notando la luminosidad de las cortinas abiertas y el blanco visillo que no impide que los rayos del sol entre a contemplar, aquella imagen del final de una batalla de embestida de dos bestias enloquecidas en el placer.

—Maldita sea —maldijo mascullando y su voz solo se escuchó como un ligero susurró irrumpiendo en la silenciosa habitación.

Pero bastó con estas palabras para sentir que unos brazos se aprisionaban contra su cintura desnuda y un beso pegajoso detrás de su nuca, sintiendo un escalofrío que entumeció aún más sus miembros.

—Tan temprano y ya estás maldiciendo —Antonio habló aún medio dormido apoyando sus labios en la mejilla de la mujer que no logra reaccionar a la cercanía de ese hombre.

El calor de aquel la ahoga, y tener sus gruesos brazos a su alrededor, que no parece dispuesto a soltarla, le hace entender lo que siente la víctima de una boa constrictora a punto de engullírsela.

—Duerme un poco más, el bebé necesita descansar —susurró antes de besarle la espalda.

Susana se arqueó al sentir los húmedos labios caer sobre su piel caliente. Y las cosquillas recorrieron su columna desde arriba abajo. Por otro lado, su mente sigue bloqueada ¿Cómo ha podido dormir en los brazos del mismo tipo que ayer jugo con su cordura colocándose una pistola sin balas sobre la cabeza? ¡Debería estar a kilómetros de ese loco bastardo!

Además, detuvo su intento de huida y no feliz con eso, tuvieron relaciones toda la noche sin descanso para después quedarse a dormir a su lado.

—No pensabas en eso durante la noche —se quejó en voz alta haciendo referencia que ahora piensa en el bebé, pero en la noche hasta probó posiciones que harían sonrojar al creador del Kama Sutra.

Antonio sonrió colocando su pierna sobre las piernas de la mujer, y al sentir el contacto húmedo de su entrepierna, Susana quiso escapar. Pero los brazos que la rodearon se lo impidieron. Antonio le dio un beso en la frente.

—Si lo pensé “Ojalá que dé luego a luz porque ya quiero hacerle otro hijo” —y dicho esto le sonrió con falsa inocencia.

—Hijo de… —sin terminar la frase lo apartó de su lado.

—¿De qué? —preguntó agarrándola de los brazos para colocarla bajo suyo aprisionándole las muñecas.

Y aunque sonríe la maldad de su mirada, enmudeció la cantidad de insultos que Susana contenía en su pecho ¿Por qué no la deja ir? Si tanto la odia, ¿Su venganza es hacerla dar a luz a su hijo y tenerla encerrada?

—¿Hasta cuándo? —le preguntó sin terminar su frase y desvió la mirada apretando los dientes—. ¿Te cansarás algún día de jugar conmigo? ¿Debo esperar eso para que me dejes ir? Y…

La presión en sus muñecas fue tan fuerte que la obligó a girar la mirada para detenerse en la mirada intimidante del hombre. No luce feliz, si antes sonreía ahora la amargura es evidente en su semblante.

—Mi familia me abandonó —dijo con voz ronca—. ¿Piensas en hacer lo mismo que ellos? ¿Quién te ha dado ese derecho?

No hubo respuestas, Susana pareció querer decir algo, pero titubeó, luego bajó la mirada y Antonio pudo sentir como temblaba bajo suyo. Como si un doloroso recuerdo vino a perturbar aún más su ánimo.

—Todos en ese orfanato… fuimos abandonados alguna vez… mi madre —no terminó sus palabras y flectó sus piernas haciendo que sus rodillas rozaran el vientre de Antonio.

Le duele recordarlo, y eso pudo notarlo el hombre que aún no suelta sus muñecas, tal vez ella es más parecida a él de lo que pensaba. Claro, ocupó su lugar y por ello tiene todo el derecho de querer acabarla. Se rio al pensar como un mocoso abandonado, como él se aferró a usurparle el puesto a otro niño abandonado. De verdad es patética. Susana abrió sus ojos sin entender su risa, y el temor se dibujó en su semblante al pensar que al fin perdió la poca razón que le quedaba.

Antonio dejó de reírse para contemplarla divertido antes de susurrarle al oído.

—En cambio, yo nunca te voy a dejar…

Estas palabras que en algún otro contexto hubieran sonado reconfortable para alguien en la posición de Susana, escucharlo de la boca de un psicópata como Antonio Fave fue más como una condena, una amenaza, y por ello lo miró desconcertada.

Antonio entonces satisfecho con esos ojos que no se despegaban de su rostro, le besó el cuello y lo que empezó como suaves besos, pronto pasaron a ser mordidas más rudas. Ante el dolor, Susana quiso apartarlo y movió sus piernas negándose a aceptar esas caricias poco delicadas.

—¡No, basta! ¡No quiero que me toques! —le grito dejando ver el rencor en su mirada.

Sabe lo peligroso que es seguir involucrándose con un tipo como este y aunque es mucho mejor en la cama que todos sus amantes anteriores, no sabe si en un momento u otro podría apuñalarla por la espalda y lanzar su cuerpo a cualquier acantilado cercano. Pero lo que tiene más miedo es empezar a depender de él, ansiar sus caricias, querer ser suya sin razonar, y dejarse llevar como un animal salvaje ciego de tanto placer.




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