Me costó mucho comprender que aquel hombre que me había causado tanto daño estaba arrepentido de ello, y ver que él tenía su corazón como el mío, destrozado; pero la diferencia es que yo si pude perdonar cada herida que me ocasionó; las cosas que Jesucristo hacen son maravillosas, hacer que el peor de los corazones, lleno de maldad comenzara a cambiar.
- ¿Por qué insiste en tenerme aquí si yo soy tan parecida a la mujer que usted tanto odia, no cree que eso lo tortura más? Le dije mientras ambos observábamos a través de la ventana.
- Se te olvida que te compré, y fue mucho dinero el que di por ti. Me respondió con tono más apacible, tono que comenzaba a conocer.
- Si me permite volver a mi país yo se lo puedo pagar.
Entonces su rostro cambió.
- No. Me contestó con firmeza.
No insistí por miedo a que se rompiera el trato que habíamos hecho. Salimos de allí, y cuando iba enfrente de la biblioteca vieja entré en ella; entonces él me siguió
- ¿Puedo organizar este lugar de una forma diferente? Le pregunté.
- ¿Y qué harías con este lugar?
- No sé, organizaría la biblioteca, y con las demás habitaciones haría alguna sala, se puede hacer mucho con tanto espacio; dije sonriendo con ilusión
Él se rio, cuando lo vi simplemente salí de allí; aunque me pidiera perdón y me tratara mejor seguía siendo el mismo hombre déspota, y debía que tener mucho cuidado. Me siguió en silencio, cuando bajamos al segundo piso entré a mi habitación y me sentí mejor al ver que había hecho una tregua de paz con mi verdugo.
Me duché y bajé a la sala; en ese momento también bajó el señor Francisco y me pidió que desayunara con él, nos sentamos a la mesa, pero ninguno pronunció una palabra, se sentía bastante incomodo comer con tú verdugo. Después de que desayunamos el señor se fue a su despacho, yo me levanté para darle de comer a los perros y saludarlos, después fui a la cocina a saludar a María, estuvimos hablando por unos minutos y le dé volví el libro a Cesar; en ese momento entró Selene.
- ¿Tú con la servidumbre?, pasaste de chandosos a piojosos
- Trágate lo que dijiste. Le contesté con irá.
- ¿Y eso que significa? Preguntó ella.
Entonces me burlé en su cara.
- ¡Vaya! estas muy valiente porque ya sabes que te pareces a la mujer que el señor amó, te crees demasiado, pero solo espera a que él se canse de ti… Ve a su despacho que él te necesita.
Me levanté y fui al despacho, toqué la puerta y entré
- Necesito digitar este documento y enviarlo hoy por correo electrónico, pero también debo leer estos otros documentos para mañana, así que pensé que tú podrías ayudarme.
- Por supuesto que sí, si me dice la palabra mágica. Le dije con serenidad.
Él volteo a mirarme.
- Te estás pasando del límite. Dijo
- Entonces hágalo usted.
- Ana…; intentó llamarme, pero antes de que pudiera decir algo más me dirigí a la puerta, él sabía que yo era muy terca, y aunque me sentara a la fuerza en el escritorio sabía que no movería ni un dedo.
- Bien, si me haces el favor. Dijo con algo de dificultad.
- No están difícil. Le dije con sarcasmo.
Pasé y me senté en su escritorio, comencé a digitar el documento, recuerdo que era algo acerca de un medio de transporte.
- ¿Ana, tú estudiabas antes de que….? me preguntó sentado desde un mueble que había en diagonal al escritorio
- No, ya había terminado. Le respondí sin alzar la mirada del portátil
- ¿Y qué estudiaste?
- Una tecnología en sistemas.
- ¿Y no te gustaría estudiar algo más?
- Sí, siempre quise estudiar administración de empresas, pero… supongo que eso ahora es imposible.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque aunque yo quiero estudiar usted jamás me dejará salir de esta casa.
No me respondió, entonces ssentí su misma curiosidad
- ¿Y usted qué estudio, señor?
Yo esperaba que me respondiera, pero se mantuvo en silencio.
- ¿Por qué para usted están difícil ser humilde? Eso no le va a quitar nada de lo que usted ya tiene, por el contrario le dará cosas mejores. Le dije con enojo.
Me observó y luego comenzó a reír, me sentí peor, así que cerré el computador y me disponía a salir de allí cuando él me tomó de una mano
- Lo siento, pero no puedo evitarlo. Me dijo
- Odio las personas como usted que ya están tan acostumbrados a ser orgullosos y soberbios que ya no se dan cuenta de cuando hacen daño a los demás. Le dije con más enfado
Él se quedó mirándome entonces halé mi mano, salí del despacho y me dirigí al jardín. Después de unas horas me mandó llamar con María para que lo acompañara a almorzar.
– dígale que muchas gracias, pero no tengo apetito.
Quince minutos después, yo seguía en el jardín jugando con los perros cuando volvió a llamarme con un guardia, entonces le mandé decir:
- Si el señor necesita compañía, puedo sugerirle un perro, ya que tal vez el animal le soporte más su soberbia.
Después de unos minutos volvió otro guardia.
- Que el señor le manda decir que si están amable y puede ir a su despacho o que manda por usted.