Durante toda la cena estuve sonriendo, estaba muy alegre con la llegada de María y Cesar, el señor Francisco solo me veía y sonreía; cuando terminamos de cenar el señor se fue al despacho, así que lo seguí.
- Es hora de sus medicamentos. Le dije desde la puerya.
- Más tarde los tomaré. Contestó mirando unos documentos de pie aun lado del escritorio.
- ¿Qué le sucede? Le pregunté mientras entraba.
- Nada. Respondió
- ¿Es porque tomé a Cesar de la mano? ¿Aún no confía en nosotros?
- No es que no confié, es solo que ya una vez me traicionaron y creo que mi corazón sigue a la defensiva. Respondió mirándome de frente.
- Quiero a Cesar como a un hermano y sé que él me corresponde de esa misma manera, lo vi en sus ojos. Contesté sentándome en el borde del escritorio, aun lado de él.
- ¿Estas segura? Recuerda que tú le inspirabas otra clase de sentimientos.
- Las cosas han cambiado. Respondí mientras sus ojos penetraban los míos
- Eso espero. Replicó sosteniéndose el abdomen, cuando lo vi, me levanté y busqué los medicamentos para dárselos
- Usted es demasiado terco. Le dije, entonces me sonrió.
- Ana ¿puedo hacerte una pregunta? Me dijo después de tomarse las píldoras
- Sí. Contesté.
- ¿Por qué cuando te refieres a mí, siempre me tratas de usted o de señor?
Pensé por un momento en no responder porque podría volverse una discusión, pero aun así lo hice
- Tal vez no tengo la suficiente confianza.
- Por supuesto, a mí no, pero a Cesar sí. Contestó
- No comencemos por favor.
- ¿Por qué no puedes tutearme? Me preguntó parándose frente a mí.
- Es solo por respeto.
- No quiero que me trates así.
- ¿No cree que eso debo decidirlo yo? Repliqué.
- Entonces decídelo.
- No. Contesté
- ¿Por qué?
- Ya se lo dije, no hay confianza
- Por supuesto que sí. Replicó
- No, usted sabe todo de mí, por eso puede tutearme.
- Tú también sabes todo sobre mí.
- No, usted nunca ha tenido confianza en mí; nunca me cuanta sus cosas como lo de Carolina por ejemplo, si yo no se le pregunto usted no me dice nada, siempre me entero por terceras personas. Me enamoré de usted señor Francisco, pero entre nosotros nunca ha habido confianza, si yo le digo que voy a salir su rostro cambia como si me volviera a escapar, cuando en realidad yo he cumplido lo que le prometí acerca de no volver a escapar, por eso dije que no me sentía como la señora de la casa, porque aún sigo siendo prisionera del hombre que me compró, solo soy una cosa más en esta casa que usted compró.
Él se quedó observándome y no dijo nada, entonces subí a mi cuarto y me recosté en la cama a escuchar música para relajarme, luego comencé a leer un poco mi Biblia. Después de media hora sentí que tocaron la puerta, pedí que pasara, era el señor Francisco, entró y se sentó junto a mí.
- ¿Qué quieres que te cuente? Me preguntó, entonces me levanté, cerré mi Biblia y apagué la música
- Nada; respondí - porque no me interesa su pasado, por el contrario quiero saber de su presente y futuro; ¿qué piensa hacer con su futuro, que metas tiene?
- Ana, mi meta es estar a junto a ti toda mi vida, tú eres lo principal en mi futuro.
Cuando dijo eso sonreí e hice un gesto de duda que al señor Francisco no le gustó.
- ¿Entonces qué es lo que quieres? Me preguntó enojándose un poco.
- Si yo soy lo principal de su futuro tráteme como eso, y tomé las decisiones como si fueran nuestras.
- Ana, es lo que hago. Replicó.
- No, no es cierto, porque cada decisión que toma nunca la consulta conmigo y menos cuando es algo personal; usted me sigue tratando como el objeto que compró una vez, no como la mujer que su puestamente ama.
Cuando dije eso se enfureció más, se incorporó y alzó la voz
- ¿“Que supuestamente amo”? ¿Aún no me crees, a pesar de que estoy haciendo todo lo que me estas pidiendo?
- Yo nunca le pedí nada. Repliqué poniéndome de pie
- Pero son requisitos que tu fe y tus principios exigen, y estoy tratando de tenerlos y cumplirlos.
- Por eso se lo digo desde ahora, ¿Está seguro de esto? ¿Está seguro de lo que siente por mí? A lo mejor solo soy un espejismo, un capricho o a una obsesión.
- ¡Silencio! Gritó, el cual se escuchó en toda la casa, entonces me sujetó de un brazo
- ¿Ana, que es lo que tengo que hacer para que tú me creas? Me preguntó - ¿Por qué no puedes sentir el amor que yo tengo por ti?
- Porque usted no lo demuestra, lo único que me demuestra es su inseguridad cada vez que quiero salir o que cualquier hombre se me acerca. Quiere tenerme aquí en cerrada mientras usted disfruta su libertad. Contesté.
- ¿En cerrada? fuimos de paseo por la cuidad y a una isla.
- Bien dicho “fuimos” ¿pero cuando puedo yo elegir algo sin que usted tenga que imponerme su opinión? ¿Cuándo puedo yo salir de aquí con solo decirle a donde voy sin tener que estar pidiéndole permiso a usted?
- Ana, no te entiendo, primero fue lo de Esmeralda y ahora esto.
- No tiene que entender nada, solo míreme; soy una mujer que fue comprada por un narcotraficante, se enamoró de él y solo le preocupa la estúpida duda de que realmente no la ame porque aun la sigue tratando como lo que finalmente es, algo que compró.