La mejor manera de describir mi relación con Brant es la comida.
Al momento de ir a una repostería buscas un plato que lo tenga todo: sabor, textura, capas, variantes... Porque si algo tiene la misma textura, sabor y composición, por muy delicioso que sea, te termina por aburrir. Incluso aunque sea el mismísimo chocolate -gran debilidad para un fuerte porcentaje de la población humana. A excepción de los alérgicos y esos pocos que por gusto deciden privarse de tal manjar-, si todo lo que consigues al masticarlo es la misma temperatura, consistencia y sabor terminas tan harta que lo vomitas. Y en este orden de ideas, Brant es una gran barra de chocolate -no es difícil imaginarse el porqué de la comparativa, ¿no?- sin avellanas, frutos secos o galleta. Algo sin chiste y muy hartante. Al principio te sientes complacido con esa pobre presentación, pero al cabo de un tiempo, ya no te sabe a lo mismo. Porque cuando sólo tienes un mismo tema de conversación, una aburrida estructura de sucesos..., se pierde la novedad, y más importante, el interés.
Posponer nuestro encuentro, luego de esta explícita representación, no parece una locura ahora. Y lo que a mí me paso con él fue que me deje embaucar por la publicidad y su gran diseño. Y no es para menos con ese empaque de lujo que lleva: preciosos ojos verdes que avergonzarían a la copa de los arboles, bien enmarcados por pestañas espesas y cejas rectas y gruesas -sin ser uniceja; eso no es nada estético-, tentadores labios rojos rellenos, un cabello corto y castaño oscuro que acentúa perfectamente su iris y labios en contraste con su piel pálida, y un escultural cuerpo cincelado con todo cuidado y precisión. Aunque también tenía su lado malo desde un inicio; la forma en la que cubría esa obra de arte no era la justa -habría que decirlo en tiempo presente-: usa la misma tonalidad en todos y cada uno de sus pantalones -un color crema aburrido-, polos en todos los colores del arcoíris con chaquetas deportivas y zapatos del mismo tipo. Parece un adulto que no terminó de crecer con ese estilo suyo. Y créanme que intenté hacerle un favor con ese problema suyo, pero su respuesta siempre fue la misma: «Soy un deportista, y visto como tal». He visto futbolistas que están en las portadas prestigiosas de moda y no precisamente por vestir pantalones informales sin estilo y polos.
Lo conocí un veintitrés de Diciembre -del año pasado- en la cena navideña del club para el cual juega Sochi. Ese día Sochi tuvo que recurrir a mí porque su padre tuvo trabajo y sus hermanos ya contaban con sus propios compromisos. Y ella no es la persona más sociable del mundo -no por timidez ni falta de confianza... o tal vez sí a eso último, pero no del modo convencional- y como es tan ermitaña me pidió ir con ella para librarse del compromiso de socializar nomás que por modales con todos allí. Obviamente en la reunión estaban citados los directivos, los filiales, el equipo femenino y masculino, por lo que yendo al ambigú me topé con él. Fue un encuentro de esos de libros -sé de lo que hablo, soy gran consumidora y productora-, nos miramos y surgió la magia. Me olvidé del motivo por el cual Soch me había invitado -casi obligado- a ir con ella. Milagrosamente no vestía su outfit oficial, sino un estupendo traje que le hacía más justicia. Y cuando hablamos, no me pareció aburrido que de lo único que fuera capaz de hablar sea del deporte y no porque no supiese nada de la disciplina, ¡por favor, he vivido casi toda mi vida junto a la enciclopedia humana del fútbol!, sino que nos estábamos conociendo y es lo que se hace: hablar sobre ti, a lo que te dedicas y demás. Sin embargo, la magia poco a poco se fue extinguiendo, como el polvillo de hadas de Campanita. Pero antes de eso, ocurrió lo que tenía que ocurrir: nos hicimos novios. Fue una semana después de esa cena. Mi lado escritora/enamorada empedernida me jugó en contra: suelo ver mariposas en cada gusano -sin agraviar a Brant- y me invento historias -no del tipo profesional con las que pretenda optar a una gran reseña en el New York Times- en donde no hay más que tierra estéril; siempre soñando con el amor verdadero, pero quedándome con las ganas de probarlo. En momentos como esos, es cuando me pongo realmente filosófica y acato la posibilidad de que Robbie sea el único hombre para mí en todo el mundo. Hecho a mi medida como un vestido de diseñador. Tres semanas después, ya sabía que las cosas con Brant no carburaban lo que antes. Lo dejé pasar, porque a fin de cuentas era demasiado pronto para sentenciar un diagnóstico. Declararnos en fase terminal sería muy drástico. Sin embargo, fue una semana más tarde cuando mis pensamientos dejaron de ser dudas pasivas para hacerse oír realmente. El veintitrés de enero, día en que se cumplió un mes desde el día en que nos conocimos, ni se dignó en decir nada. Se excusó en tener un partido el mismo día, que era su trabajo y no lo podía dejar tirado. Pero si él me hubiese dicho que lo fuera a ver, que lo acompañara desde las gradas, y él a mí desde el campo y que luego podíamos ir algún sitio... Le hubiese dicho que no ya entrados a ese punto. Pero la cosa es que Brant no sabía que yo le daría mi negativa, y a él no se le ocurrió ni siquiera pensarlo. Demostrando una vez más su insensibilidad y egoísmo. Después de lo acontecido, nos distanciamos más, sólo algunas conversaciones y charlas por teléfono. En los que yo postergaba a todo lo que podía nuestro encuentro, por no tener las ideas claras sobre nosotros -o sufrir del FOBU-. Gracias a que por ese entonces, las dos últimas semanas, él estuvo saturado a partidos -¡Gracias calendarios inhumanos de Liga!- y apenas tuvo tiempo para respirar. Me encargué de hacerle saber que estaba presente en su vida dejando mis likes en sus publicaciones. Porque si bien lo del FOBU* es cierto, mi temor es todo por él: piensa que yo soy la única persona con la que puede estar aun sabiendo que no me hace feliz*. Y es una persona emocionalmente dependiente. Es como abandonar a tu mascota luego de tenerla desde muy cachorro y ya es un completo inútil en la vida: no puedo desentenderme de mi responsabilidad; soy una droga difícil de superar.