Desde el minuto en que vio a Fanny entre los brazos de Joe, Thiago no perdió tiempo en provocar a la impertinente, pero adorable, Stefanía.
Después de todo, verla tensa e incómoda a su lado, le ayudó a recordar la primera vez en que hizo lo mismo, pero con la chica que le gustaba.
Por supuesto, sabía que entre ellos no existía química igual; no obstante, las reacciones de Stefanía, lo hacían sentir nostálgico. Puesto que, desde la última vez que tuvo una relación con una mujer sincera, cariñosa y generosa, fue a los diecisiete años.
Luego, y como se arrepentiría hasta esa fecha, no tuvo mejor idea que complicarse con otro tipo de mujeres que eran expertas en manipular, traicionar y agotar su deseo de formalizar una familia.
—Relájate —le pidió, entre divertido y, sin querer reconocerlo del todo, incómodo—. También quiero estar un poco apartado de todo eso.
Stefanía apretó los dientes con fuerza, dividida en hacer un escándalo, o ser ella la que se apartará. Pero sin otro lugar que no llamara tanto la atención, suspiró molesta.
—¿No me vas a hablar? —insistió él—. No te creía tan aburrida…
—¿Y por qué no consigues a alguien más, que sea capaz de soportar tu bipolaridad?
Respondió, y con valor, giró el rostro hacia él, que sonreía victorioso, al mismo tiempo que le extendió un vaso de cerveza.
—¿Quieres un poco? —La invitó y, como ella sospechó, con doble intención—. Dicen que no hay mejor forma de pactar una tregua, que compartir un poco de alcohol.
—Qué pena por ti, pero no me gusta ese tipo de bebida.
Rechazo con orgullo, y que a Thiago no le sorprendió, ya que odiaba dejar en evidencia sus deficiencias. El problema es que él sabía de la intolerancia a las bebidas alcohólicas, y por satisfacción propia, no iba a descansar hasta cumplir su cometido.
—Oh, vamos. ¿En serio no quieres tener una tregua conmigo?
Stefanía, que rezaba noche y día por librarse de él, consideró la oportunidad. Sin embargo, después de seis largos años de enemistad, era grande la desconfianza. Por lo que se quedó en silencio.
—Mira, cómo dijo Joe, ya es hora de que olvidemos todo el pasado.
La mirada recelosa, con una dosis importante de reclamo por lo sucedido una semana atrás, no le pasó desapercibido a Thiago. Incluso, pensó en las consecuencias de mentir de esa manera tan descarada. Pero poco le importó, al modificar mejor el plan.
Hasta fue detallista, al sentarse formal, sin invadir el espacio personal de ninguno, para ganarse un poco la confianza de ella.
—¿Qué tal si hacemos una tregua con un tiempo límite de durabilidad?
—¿Cuál es el fin de una propuesta tan absurda? —Se jactó ella—. Es como decir, te pago la deuda dentro de un mes. El único que se beneficia, es el moroso.
—¿Me insultas al compararme con un deudor? —preguntó, ofendido, e igual fue, cuando la escuchó asentir con seguridad—. No te creía tan fría.
—Adivina de quién lo aprendí.
—Esto es de locos —susurro, escéptico por el giro de la conversación—. Mira, yo no pretendo engañarte.
—¿Ah, no? —Persistió Stefanía, muy segura de haber aprendido a no confiar en él—. Solo dime, de verdad, qué ganas con todo esto. Porque, de lo que estoy segura, es que, hasta no verme arruinada, no me vas a dejar en paz.
La certeza con que dijo sus planes, lo descolocó. Después de todo, de los dos, era el que más decidido estaba en perjudicarla. Y, por mucho que no estaba preparado para decirlo, tenía sus motivos.
Sin embargo, no le gustó nada la sensación de vulnerabilidad que sintió por sus palabras. Incluso ella fue consciente de que habló de más; pero, antes de poder salir de ahí, él la agarró de la muñeca.
—Una semana.
—¿Qué?
Lo miró, confundida, con las alarmas que sonaban en su cabeza, a medida que procesaba las palabras, como también, los gestos poco sinceros de él. Uno de ellos, la sonrisa de labios sellados.
—Que la tregua dure una semana. —Ella negó con la cabeza, sin imaginar que él podría redoblar la apuesta—. Dos, y es mi última oferta.
—¿Para qué?
—Quiero demostrarte que soy de confianza.
—¿Por qué ahora?
—¡Por favor!
El interrogatorio lo sacó de quicio, y por cómo ella apretó los labios llenos, en que apenas dejó a la vista el arco de cupido, se dio cuenta de que era una mujer difícil de convencer.
—No es mucho lo que te pido, solo que apuestes un poco de tu confianza en mí.
—El problema es que no quiero arriesgarme tanto.
Por la dirección de sus ojos en el vaso de cerveza, Thiago consideró descartar el plan inicial. Pero, al darse cuenta de que era por influencia de ella, se determinó a continuarlo hasta el final. Incluso si eso significaba darle un sorbo al vaso que, en principio, era de Britney.
—Ya ves, no tiene nada más que cerveza. —Le aseguró, para conseguir una negativa de cabeza—. Está bien. Luego no digas que…