Escocia 1611
La clase de música no estaba resultando tan aburrida para la princesa Anna Lucía.
Su dama, la señorita Nastya, se encontraba con ella hasta que aprendiera a entonar correctamente las notas en el arpa.
—La melodía le queda cada vez mejor, princesa.
—Espero que a mi padre le agrade —faltaban cinco días para el cumpleaños de Anna Lucía, también cinco días en que el rey Fernando, recuerda la muerte de Cecilia. Nastya, al escucharla, temió que su padre la rechazara.
Cuando la clase terminó y la doncella la felicitó por tan hermosa melodía, llamó a uno de los guardias para que le ayudara a transportar el pesado aparato, hasta el salón de reuniones, pues sabía que hoy, su padre y hermano se encontraban sumidos en una asfixiante reunión de consejo.
—Su alteza —exclamó otro guardia, mientras hacía una pequeña reverencia a la pequeña princesa. —¿Qué desea que haga por usted?
—Hola Hall, ¿Sabe si mi padre y hermano ya acabaron? —preguntó con su dulce voz.
—Los asesores acaban de salir, si gusta puedo anunciarla.
—No gracias, yo puedo entrar, mi hermano dice que como soy la princesa puedo hacerlo. John, sigue con el arpa por favor.
—Si su alteza. —contestó el hombre. Ambos guardias estaban preocupados, sabían del trato que el rey le daba a su propia hija y que no le gustaba que lo interrumpieran, aún después de su reunión. Sin embargo, era imposible decirle que no a tan hermosa y educada niña, como lo era Anna Lucía.
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En otra sala
—Padre, ¿Cree que ha tomado una decisión acertada? —preguntó Hans, con diecisiete años demostraba que sería un gobernante muy sabio. —Recuerde que nuestra relación diplomática con los ingleses aún es muy tensa.
—Sé lo que hago Hanssler, ellos nos toman por ingenuos, creen que aún estamos en la época de nuestra antecesora, verás que con el paso del tiempo esta futura alianza será para bien de ambos reinos.
—Su majestad, su alteza —saludó uno de los guardias —La princesa Anna Lucía desea verlos.
—Que pase, mi pequeña hermana no necesita pedir permiso para entrar —contestó el príncipe, cosa que hizo antes de que su padre contestara, pues sabía perfectamente la respuesta a ello.
John y Hall, ambos guardias acomodaron el arpa justo en el centro del enorme salón, donde de estar muchas personas reunidas podrían apreciar muy bien las notas de cualquier instrumento.
—Padre, hermano —saludó con respeto a ambos. —Quisiera que me permitieran unos minutos, he estado practicando esta melodía desde hace mucho y hoy mi doncella me felicitó porque pude entonarla correctamente. ¿Puedo tocarla para ustedes? —preguntó nerviosa y tímida a la vez.
—Claro que si, quiero comprobar que tienes un don para todo tipo de arte —Hans adoraba a su pequeña hermana, desde que ella nació se prometió cuidarla, siendo solo un niño, ahora que ya tenía dieciocho años nada le impedía cumplir con su palabra, o bueno, su propio padre.
En el momento en que Anna Lucía comenzó a tocar, la respiración de ambos hombres en la sala, se cortó, pues era la misma melodía que la fallecida reina Cecilia entonaba en el violín, ellos lo recordaban a la perfección.
Para Hans era como ver una versión muy joven de su madre, sin duda alguna había heredado toda la gracia, sencillez y belleza que Cecilia poseía. En cambio al rey le sucedió todo lo contrario, escuchar esas delicadas notas fue como si le clavaran un cuchillo en el corazón, sentía que su alma se desgarraba aún más. Eran doce años, doce años fufriendo, doce años cumplidos en que su amada había muerto y ver a su hija tocar para ellos fue muy duro.
Una vez que hubo terminado, observó en ellos emociones distintas, así que con temor les preguntó:
—¿Qué les pareció? ¿Te gustó la melodía hermano? —hizo la pregunta muy ilusionada.
—Por supuesto que si Annie, cada día demuestras que eres digna de portar el título de princesa. —respondió muy contento y seguro el príncipe.
—¿Y a ti padre? ¿También te gustó? —Hans, los guardias y la misma Anna Lucía esperaban con paciencia la respuesta de Fernando, respuesta que conocía a la perfección.
—Tienes terminantemente prohibido entrar al mismo lugar en que esté yo, no quiero tener que soportarte y si aún no logras entender… tendré que encerrarte para no volver a verte.
—Pero padre…
—¡No soy tu padre! —contestó muy exaltado —¡Maldigo la noche en que naciste! por tu culpa mi reina está muerta. eres una asesina ¡ASESINA!.
Decir que los guardias y el príncipe estaban sorprendidos era poco. No era un secreto para nadie que el rey Fernando despreciaba a su hija, en todo el palacio escocés había retratos de la familia real, con excepción de Anna Lucía. De ella no existía ni siquiera un retrato pequeño.
Tras las crueles palabras del rey, el silencio sepulcral y la mirada empañada de lágrimas de la princesa, Fernando salió de la sala y Hans no tardó en ponerse frente a su pequeña hermana.
—No lo escuches hermanita. Aunque no lo demuestre, nuestro padre te ama.
—Ya no me mientas Hansler, sé que su majestad me odia. —contestó con su voz entrecortada. —Nadie en este palacio me quiere ¡TODOS ME MIENTEN! —gritó y salió corriendo por los pasillos, hasta lograr salir a los jardines y adentrarse entre las secuoyas gigantes.
Allí se sentó sobre una raíz que sobresalía del suelo, sin importarle que su vestido de seda claro se ensuciara.
En otro lugar del palacio, un pequeño niño sen encontraba ayudando en la cocina.
—Edmont ve a recolectar algunos frutos rojos, los necesito para hacer la mermelada favorita de los príncipes.
—Ya voy madrina. —contestó el pequeño.
—Toma la cesta y por favor no te tardes, sabes que en estos días el rey no tolera absolutamente nada.