Domingo, bello y hermoso día.
Era hora de levantarme y ducharme pues estaba más alegre que nunca. Hoy volvería a ver al amor de mi vida y por ende necesitaba unos arreglos. Prendí la pequeña radio de mi casa y pues puse una canción de Kiss, Anythingh for my baby.
Ya lo sé, mis gustos musicales eran un poco antiguos para mis siete años, pero no me importaba. A esa edad ya me gustaba el rock, fui un amante de este género, de hecho. Una vez prendida mi diminuta radio entré a la ducha cantando y como si fuese toda una estrella del rock agarraba la botella del shampoo y lo usaba de micro, mientras me echaba a cantar muy fuerte. La canción era de Kiss, pero la ducha era mía, y disfrutaba de ella.
Me duchaba emocionado, para así sorprender a mi amada con un cuerpecito súper limpio.
Siendo las 8:00 de la mañana ya estaba súper listo, bañado, cambiado y es más, perfumado. Por si se preguntan de dónde saqué el perfume, pues le quité un poco a mi papá, ya que yo no tenía un perfume propio. Mención aparte, era la primera vez que usaba perfume. Estaba emocionado, no había duda.
Debía esperar a que mi papá aliste sus implementos de deporte y así acompañarlo. Pasaron 5 horas para eso. Salimos de mi casa a la 1:00 de la tarde, pero al menos ya la iba a ver al fin. Estando en el carro me ponía a imaginar lo que iba a suceder cuando llegara al estadio de aquella vez. Yo llegaría, la vería y directo iría a saludarla, y como en una película romántica de ensueño le agarraría de las manos y mirándola a los ojos soltaría un pequeño poema.
Cuando me miras, me siento abrazado por los mismos dioses.
Cautivado por la ternura y desolado por el amor quedo a tus pies.
Cada vez que me miras, creo en una nueva religión.
La religión que dicta amarte y alabarte hasta en mi ilusión.
Esa religión a la que estoy dichoso de pertenecer
Un creyente de Dios que se convirtió en politeísta, por la dicha de mirarte.
No puedo dejar de amarte, pues me ataste con tu mirada, actitud y me ataste con tus errores.
Amo todo de ti, incluso tus imperfecciones, estoy ilusionado, embobado y enamorado, nada más que eso.
Me imaginaba dedicándole ese poema, evidentemente creado por mí, y una vez que lo escuchase, pues se enamoraría de mí y me diría que me quería.
Lamentablemente cuando llegué, no fue así. Mi papá era uno de los primeros jugadores en llegar y pues debía esperar a que llegué Helena, la niña de los lindos ojos. Pasaron los minutos y no llegaba. La verdad, yo ya me había deprimido y pensé que no iba a llegar. Fue entonces cuando la vi entrar al estadio, acompañada de su hermano y sus papás. En cambio yo había ido solo con mi papá.
Estaba esperando con ansias a que se acerquen y nos saludemos, Ahí mismo me puse a pensar que debía saludar a su mamá con beso de cachete y me preguntaba si también debía hacer igual con ella ¿Le podría dar un beso en el cachete? Me sonrojé al instante de solo pensarlo. Estaban cada vez más cerca, debía decidir rápido si lo iba a hacer o no, y ahí ¡La vi sonreír al verme! ¡Como si la dichosa fuera ella! ¡Qué ingenua!
Y fue entonces que se me acabó el tiempo. Llegaron al lugar donde estábamos y como siempre la cordialidad entre nuestros padres, el saludo entre varones siempre fue el estrechón de manos y entre un varón y una mujer beso en el cachete, y pues me tocaba a mí. Saludé al señor y a la señora Sánchez como era debido y a Habram le di un estrechón de manos. Cuando me tocaba saludarla a ella la vi y le dije Hola, levantando la mano y así saludándola. Como dije antes, mi cobarde interior me impedía saludarla de beso en el cachete. Fue entonces cuando me miró con aquellos hermosos ojos y con su tierna voz me dijo:
-Hola, Gabriel.
De inmediato agachó el rostro, como si estuviera decepcionada.
¿Sería yo? ¿O sería mi cobarde saludo?
No lo sabía, lo único que sabía era que la amaba cada vez más.
Nuestros padres entraron a jugar el partido que les tocaba. Por ello Habram y yo decidimos caminar y buscar una sala de play station. Queríamos jugar y para ello debíamos encontrar un lugar donde hacerlo, así que salimos del estadio y emprendimos nuestra búsqueda por los alrededores del estadio. No fue nada fácil, pues nos demoramos casi media hora en encontrar un lugar. Lo bueno es que esa media hora fue bien aprovechada, llegando a conocernos más. Él me contaba las cosas que le gustaba hacer y yo también le correspondía. Éramos idénticos en gustos, casi como hermanos. Una vez encontramos el lugar decidimos entrar y nos fijamos la hora. Nos quedaba media hora para regresar, así que pedimos el play con dos mandos y solo por media hora. Era la primera vez que agarraba un play station, y fue muy divertido.
Terminando de jugar, nos dimos cuenta que ninguno de los dos tenía para pagar el servicio de juego. Nos pusimos nerviosos, y no sabíamos que hacer. La verdad, solo se nos ocurrió huir, no había de otra. Fue difícil, pero no imposible. Siempre fuimos muy astutos y lo demostramos en ese instante escabulléndonos de la señora que atendía aquel local. Aunque la culpa de no pagar nos perseguía en nuestro subconsciente, esa escapada tenía un toque de adrenalina impulsada por nuestra falta de dinero.
La verdad no lo creíamos, nos sentíamos mal como si fuésemos unos prófugos de la ley. Corríamos nerviosos de que alguien nos persiga o nos alcance.
De regreso al estadio, nuestros padres estaban molestos con nosotros porque nos fuimos sin decir nada. Mientras, mi amada, sentadita en un costado, se reía sigilosamente de la reprimenda que nos daban. Para mi eso fue suficiente, y me eché a reír en pleno sermón de nuestros padres. Evidentemente, eso enfureció mucho más a mi padre, lo cual lo llevo a la conclusión de:
-Te portaste muy mal, no te vuelvo a traer.
Mi carcajada cesó instantáneamente y solo atiné a pedirle perdón. La idea de no volver a aquel estadio y no ver a mi amada me aterraba demasiado.
Solo puedo decir que ese día tuvo una mezcla de varios sentimientos como el amor al verla, miedo al salir del estadio sin un adulto, alegría por el nuevo juego que conocía, nostalgia por lo que me dijo mi padre.
Y como era de esperarse la tarde se acabó, era hora de despedirse, y lastimosamente hice lo mismo que la anterior vez. No me despedí de ella como debía de ser, me ponía muy nervioso cuando estaba cerca de ella. Mi cobarde interior crecía cada vez más, y si esto seguía así, no sería capaz de acercarme a ella y entablar al menos una conversación.