El rey estaba dando su conversación matutina con el Gran Duque mientras Alexei intervenía dando su opinión sobre decisiones que debían tomarse en el reino, aunque, algunas de sus intervenciones eran en vano, pues su padre tomaba sus propias decisiones, estaba algo harto de que nunca lo tomara en serio. La señora Nicols entró en la sala para dejar el té y acto seguido se acercó al príncipe, a quien le susurró que una chica lo esperaba en su despacho.
Este se disculpó con su padre por instante y marchó hacia el lugar donde lo esperaba la visita. Cuando abrió la puerta se encontró con una chica vestida con un sencillo atuendo. Tenía cabellos castaños oscuros recogidos en una cebolla bien apretada, una nariz celestina, labios finos y sus ojos, esos ojos color cafés que le parecían tan familiares al príncipe.
—Alteza —saludó la misma poniéndose en pie para hacer una reverencia.
Su voz fue el detonante para saber quién tenía frente a sí. Alexei siempre había escuchado que todo era mejor tarde que nunca, pero en aquella circunstancia habría sido mejor el nunca, que el tarde. El príncipe se sentía tan confundido, no sabía que pensar sobre la situación; el dolor que había comenzado a desaparecer de su pecho volvía a reaparecer, al igual que tantas preguntas que se había hecho en su momento.
—Usted, ¿qué hace aquí? —inquirió Alexei con todo el dolor que había guardado durante el tiempo que había estado esperando por aquella dama— ¿Cómo osa aparecer después de tanto tiempo?
La recién llegada se sintió golpeada de repente, había ido allí llena de ilusión, con felicidad de reunirse con su amado, pero ahora recibía dicho desaire con sus palabras de tono hiriente.
—Alteza, por favor, permítame explicar mis razones —pidió ella a modo de súplica.
El príncipe intentó serenarse un poco, de otro modo no sería capaz de escuchar sus palabras, y cuando lo logró a medias, decidió escuchar las excusas de aquella dama. Ambos tomaron asiento y luego de un corto silencio comenzó a relatar.
—Mi nombre es Rose, Rose Walker —se presentó la dama, primeramente, puesto que nunca le había dicho su nombre—. No soy quién usted piensa, no soy una dama, o no del todo, sino que soy una sirvienta en casa de la Vizcondesa Viuda de Winston.
El relato de Rose fue asombroso para Alexei, quien nunca creyó que podría escuchar una historia así de la dama a quién tanto había esperado, y aunque en algunos momentos, le pareció surreal, decidió creer en ella. Resultaba que Rose era hija ilegítima del difunto Vizconde de Winston, quien la había dejado al cargo de su madrastra después de su muerte y esta había sido tratada como una sirvienta desde sus trece años. Aquella noche del baile había tomado un viejo vestido que había guardado para una ocasión especial y había asistido al baile a escondida de su madrastra. El príncipe Alexei comprendía con esa explicación, aquella frase que le había dicho la dama mientras danzaban juntos durante su cumpleaños: “Por favor, su Alteza, no me haga preguntas, solo déjeme disfrutar de esta noche en la que soy libre por primera vez”. Luego del baile, la Vizcondesa había descubierto todo y la señorita Walker había sido vendida como una propiedad a un mercader de Escocia del que había escapado hacía muy poco.
—Por favor, Alteza, no me devuelva con ese hombre —pidió Rose con suprema desesperación. No deseaba volver con aquel hombre rufián, que le había ofrecido matrimonio a pesar de la gran diferencia de edad entre ellos y de los continuos rechazos de ella.
—Esté tranquila, no soy un ser monstruoso, no he de ser yo quien la devuelva a aquel lugar —respondió Alexei apaciguando la agitación de la dama, más no la suya—. Usted está bajo mi protección a partir de ahora, mas, por el momento, solo podré ofrecerle un cuarto en el hala de los criados.
El escuchar esa última palabra hizo remover algo en el interior de Rose, quién, a pesar, de su esperanza, jamás podría olvidar quién era, y en ese instante lo veía confirmado en aquellas palabras, ese baile solo había sido parte de un hermoso sueño del que ya debía despertar.
—Espero que me excuse, pero no puedo ofrecerle nada mejor por el momento, debo hablar primero con mi prometida —añadió el príncipe y se preguntó por primera vez desde que había entrado en aquella habitación cómo se sentiría Emma con respecto a la situación.
—¿Prometida? —inquirió Rose con voz ahogada sintiendo que su corazón se rompía en astillas hasta quedar con el pecho vacío.
—Sí —susurró Alexei cerrando los ojos, pues le dolía ver el rostro agónico de aquella dama.
Este le explicó a la señorita Walker lo sucedido después del baile y cuanto él se había resistido a aquel matrimonio y la había buscado por todo Londres sin encontrar nada, ni un rastro de ella.
Rose comprendió todo aquello, sin embargo, eso no disminuyó su dolor y decepción. Desde el baile había soñado con aquel momento, el instante que se reencontrara con su amado, y ahora, todo lo que alguna vez imaginó, se había vuelto polvo. El príncipe llamó finalmente a la señora Nicols y le pidió que acogiera a Rose en una habitación para empleados, y se asegurara de darle lo que necesitare. El ama de llaves asintió con la cabeza, sin hacer ninguna pregunta, pero llena de curiosidad por saber quién era aquella chica.
—Su Alteza, también quería informarle que su prometida, la señorita Kinstong, la espera en su salón personal —informó la señora Nicols.
Rose llevó su mirada al príncipe Alexei, al tiempo, que este también la observaba. La señorita Walker se preguntó si hubiera llegado antes, estaría en el lugar de aquella señorita.
—Está bien, señora Nicols, iré pronto —respondió el príncipe sin dejar de observar a la dama, en cambio, ella desvió la mirada, por el dolor de tener que escuchar aquellas palabras.
La señora Nicols y la señorita Walker se retiraron del despacho, dejando a Alexei solo, quien se quedó quieto en su silla, sin dar otra señal de vida que su constante y pausado parpadeo casi a son con su respiración. Su mente no paraba de decirse mensajes contrariados, de cuestionarse si aquella historia sería verídica, tampoco sabía qué hacer, ya no estaba seguro que sus sentimientos fueran tan puros como aquel día del baile, habían pasado demasiadas cosas para decir que seguía siendo el mismo desde su cumpleaños.