Al día siguiente Emma se levantó antes que los demás, era algo que no podía evitar cuando se encontraba en el campo. Aún no amanecía del todo, pero a pesar de ello, Emma se colocó una manta sobre su ropa de dormir y salió de su habitación para dirigirse hacia la puerta principal de la casa. Al salir al exterior el olor de la hierba mojada por el rocío de la mañana y el canto de las aves la envolvieron, y ella cerró los ojos siendo consciente de cuánto había extrañado el campo, al cual iba demasiado poco. Su madre prefería las calles y gentío de la ciudad, antes que el polvo del campo y el silencio tan apacible que había en él.
De repente Emma sintió pasos detrás de ella y al girarse encontró al príncipe.
—¿Qué hace aquí afuera? —inquirió Alexei mientras la dama se cubría aún más con la colcha.
—Solo quise salir a ver la salida del sol. Es algo que siempre hago cuando estoy en nuestra casa del campo —contestó Emma con una sonrisa recordando los momentos que había vivido en su casa del campo— ¿Y usted?
—Planeaba dar un paseo, hacía mucho que no venía al campo. Desde que mi madre falleció, mi padre se ha refugiado en el palacio y no sale de allí —explicó Alexei, pero este portaba un semblante de tristeza.
—¿A su madre le gustaba mucho el campo? —se atrevió a preguntar Emma.
El príncipe Alexei mostró una sonrisa melancólica mientras su mente se perdía en sus recuerdos más hermosos de su madre, cuando ella y su padre dejaban por momentos de ser reyes y se convertían en una pareja ordinaria.
—Lo amaba —dijo Alexei con voz ahogada—. Era el lugar en el que los tres podíamos desprendernos de nuestros roles y ser una familia común. El olor a tierra mojada y la brisa de la mañana me recuerdan las risas de mis padres. Desde la muerte de mi madre, mi padre nunca ha abandonado nuevamente su rol como rey, aunque comprendo que fue su manera de pasar por su duelo —explicó con pura añoranza reflejada en su mirada.
Emma recordó el día que había muerto la reina debido a una fuerte neumonía. Ella era aún muy pequeña, pero recordaba claramente dos cosas, ese día había descubierto que significaba la muerte y la tristeza que podía traer al verla reflejada en aquel niño que era Alexei, quien viajaba en el carruaje dentro del cortejo fúnebre, no podría olvidar su expresión.
—Solo lloré una vez, solo derramé lágrimas cuando supe que la enterraría, para mí ese momento fue la confirmación de su muerte. Luego de eso, me escondí detrás de un rostro de indiferencia, no deseaba que nadie me mirara con lástima —agregó Alexei con un rostro que reflejaba cuanto le molestaba que alguien lo viera de aquella manera—. Desde que mamá murió, papá se ha vuelto un rey exigente y frío en muchos aspectos, no sé lo que es el amor, ya no lo recuerdo. Es por eso que, al sentir una sensación semejante en el baile de máscaras, me aferré a él, pero ella…
Alexei no pudo seguir hablando al pensar en aquella chica, que había desaparecido de su vida y ahora estaba de vuelta en ella. Se preguntaba si debía estar feliz porque ella hubiera vuelto, pero no era así, no había sentido ninguno de los sentimientos que lo habían acompañado durante el baile, lo que significaba que lo que había sentido ya era parte del pasado, solo había sido una brisa fresca en medio del desierto.
De repente este salió de sus pensamientos cuando sintió la cálida mano de Emma en su mejilla. Fijó su mirada en la de la dama que le daba una sonrisa comprensiva. El corazón del joven príncipe se agitó por el contacto y entonces él comprendió que lo que compartía con Emma no era el amor pasional que había sentido por Rose, sino que era un amor más calmado, que habían ido construyendo como los cimientos de un edificio, no había sido la primera mirada, pero sí había sido cada palabra que se habían dicho.
—Prometo que intentaré nunca mirarlo con lástima —susurró Emma sin dejar de observar sus ojos.
Alexei levantó su mano para acariciar también la mejilla de su futura esposa y dando un paso adelante dijo con tono muy íntimo:
—Prometo que intentaré nunca compararla y creo que no lo necesito porque la hallo única.
Esas palabras llegaron de manera profunda al corazón de la dama, quien sintió como este se agitaba como las alas de un colibrí. Se quedaron allí mirándose, diciendo tantas cosas y a la vez nada, hasta que Emma rompió el contacto dando un paso atrás asustada por las fuertes sensaciones que tenía.
—Será mejor que entre, debo cambiarme para el desayuno —se excusó la dama sin mirar a su prometido.
—Sí, claro —respondió él con un asentimiento.
Emma marchó hacia la casa mientras Alexei la observaba con una sonrisa. La dama subió a toda prisa hacia su habitación y al cerrar la puerta se apoyó en la misma, su corazón latía con fuerza y aún sentía la calidez de la mano del príncipe en la mejilla. Por instinto llevó su mano hasta su mejilla y rememoró el momento con una sonrisa de felicidad.
Durante el desayuno ninguno dijo nada, pero sus miradas hablaban por sí solas, eran miradas llenas de alegría y en el fondo de amor. Pasado el desayuno los criados del señor Collins prepararon los carruajes para volver a Londres. El señor Collins se encargó de llevar a la mayor de las Kinstong a su casa mientras los prometidos se dirigieron a palacio y aunque estos últimos no dijeron nada, su interior estaba lleno de una gran dicha.
Al llegar al palacio, la pareja se despidió luego de ofrecer su saludo al rey. Emma se marchó a su cuarto donde encontró a una sirvienta arreglando su cama a quién ella no había visto antes en el palacio.
—Buenas tardes, señorita, en unos instantes terminaré de arreglar su cama —dijo Rose, quién estaba ayudando como sirvienta, estaba acostumbrada a trabajar y deseaba ganarse su estancia en aquel lugar.
Cuando la señora Nicols había anunciado que era necesario cambiar las sábanas de la habitación de la prometida del príncipe, ella no había dudado un segundo en ofrecerse. Deseaba saber como era la mujer que había ocupado su lugar en el corazón del príncipe Alexei.