Extras Lo que siento cuando estoy

2. La apuesta

Dos meses antes del inicio de curso; antes de que Aaron entre a la Universidad.

Aaron:

¡Soy libre al fin!

Joder, nunca pensé que llegaría este día, que, después de trece años de estudio en instituciones que parecían más cárcel que otra cosa, pueda, por fin, decirle adiós a esos malditos uniformes que me asaban en tiempo de calor; a esos profesores insoportables que siempre estaban respirando en tu nuca, observando con una lupa todo lo que hacías para si, cometías un error, irle con el chisme a tu familia; a esas malditas reuniones de padres que solo te hacían pasar vergüenza, pues sacaban tus trapitos sucios delante de los progenitores de todos tus compañeros y de ellos mismos, por supuesto.

Hoy es mi último día rodeado de chicos hormonales, justo como yo, no lo voy a negar, para comenzar mi transición a un mundo de mayores. En dos meses, comienzo la Universidad, esa maravillosa institución en la que puedo usar la ropa que me venga en gana; que a los profesores les importa una mierda lo que hagas, siempre y cuando cumplas con lo que te toca; a las fiestas cualquier día de la semana; a no tener que fingir estar enfermo ante tus padres con la esperanza de no ir a la escuela; a las tías súper sexys, mayorcitas, que no le tienen miedo al sexo; a vivir lejos de casa junto a otros chicos de mi edad. En fin, a ser malditamente libre.

Con un sentimiento de felicidad desbordándose en mi pecho, llego a casa del tío Maikol donde he quedado en verme con Dylan. Él es otra cosa por las que adoro esta nueva etapa; voy a compartir cada segundo de ella con él, pues es un tío jodidamente inteligente y se ha saltado tres años para ir directo a la universidad. Es un crac, de eso no hay duda.

Abro la puerta con la llave que tengo desde hace… No lo sé, desde que tengo la de mi propia casa, supongo. Hace demasiado de eso. Entro y voy directo a la cocina siguiendo el maravilloso olor a galletas recién horneadas y veo a la cocinera de la familia Torres muy entretenida en sus quehaceres. Está de espaldas a la mesa donde reposan las galletas por lo que me propongo robarle una.

—Ni lo intentes, Aaron. —Advierte sin siquiera mirarme. Abro la boca de par en par.

—¿Cómo sabes que soy yo? —Señala la puerta del microondas donde me veo claramente reflejado. Mierda.

Se voltea hacia mí, sonriendo.

—¿Ni una? —pregunto haciendo un puchero, pues sé que es la perdición de todas las mujeres, da igual la edad que tengan—. ¿Por favor? —Suplico.

—Solo una. —Rueda los ojos y yo sonrío.

Cojo una galleta y la muerdo.

Joder, esto es un manjar.

—Esto es casi mejor que un orgasmo, Santa.

—¡Aaron! —Me río ante su cara de espanto. Me encanta molestarla.

Es una anciana súper dulce a la que le encanta mimarnos y se escandaliza cada vez que hablan de sexo en su presencia, razón por la que lo hago más de lo normal.

—¿Ya Dylan llegó?

—Está en su habitación.

—Ok, gracias por la galleta. Está deliciosa.

—En un rato les subo algunas con un poco de jugo para que merienden.

—¿Ves por qué es que te quiero tanto?

—Mocoso descarado. —Sonrío, le lanzo un beso y doy media vuelta en dirección a la habitación de mi amigo.

Subo las escaleras de dos en dos con intenciones de irrumpir en sus aposentos como siempre, sin embargo, me detengo ipso facto al escucharlo gritar:

—¡Joder, Roxana! ¿Por qué no me escuchas un segundo? —Silencio—. No es que quiera gritarte, pero no me dejas hablar.

Ruedo los ojos. Maldita mocosa que no lo deja en paz.

Le doy unos minutos para que termine la llamada sin necesidad de imponerle mi presencia. Sé lo mucho que le duele el comportamiento de su novia.

—Te entiendo, por supuesto que sí, pero, ¿por qué no puedes entenderme tú a mí? Entrar a la Universidad a los quince años es una oportunidad grandiosa; deberías estar feliz por mí. —Más silencio—. Debes confiar en mí, Roxy, yo te quiero y me conoces, no haré nada que pueda lastimarte.

Eso no tiene ni qué decirlo. En mi familia nos castran si nos cogen siéndole infiel a nuestras parejas.

—No llores, por favor.

Y ahí está de nuevo.

Roxana me caía bien hasta que a Dylan le dieron la oportunidad de iniciar la universidad tres años antes. Desde entonces, la chica se ha convertido en una novia tóxica, celosa a más no poder y manipuladora. No la soporto y el pobre de Dy, la quiere de verdad. Está sufriendo porque lo está poniendo entre la espada y la pared.

Sin querer que mi amigo continúe cayendo en los juegos mentales de una cría de quince años, abro la puerta y le sonrío como si no tuviese ni puta idea de su conversación.

Con esa confianza que hay entre nosotros, entro sin ser invitado, suelto la mochila en una esquina, me quito los zapatos y me lanzo a su cama entreteniéndome en el móvil.

—¿Qué te parece si más tarde voy a verte? —pregunta. No levanto la cabeza, pero lo imagino dando vueltas por toda la habitación—. Así hablamos mejor, ¿vale? —Silencio—. Ok, nos vemos luego; te quiero.



#4077 en Novela romántica
#273 en Joven Adulto

En el texto hay: humor, amor, patinaje

Editado: 01.05.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.