Extras Lo que siento cuando estoy

11. Contigo

El mismo día en que Aaron le propuso matrimonio a Emma, es decir, a continuación del capítulo final de “Lo que siento cuando estoy contigo”.

Daniela:

—Dilo —dice Aaron desde la pantalla de mi móvil y Emma, que no consigue parar de llorar, respira profundo para calmarse.

—Sí quiero —responde por fin y yo sonrío enamorada de ellos y la hermosa historia de amor que tienen—. Quiero ser tu esposa, Aaron Andersson. Quiero ser la dueña de tus noches, de tus días, de tu corazón.

—Ya lo eres, rubia.

—Te amo, niñato.

—Te amo, enana —responde él y cuando sus labios se unen en un beso candente, bloqueo el teléfono para darles intimidad.

Hoy, Aaron le ha pedido matrimonio a Emma y, como es lógico, no nos pudimos resistir a colocar una pequeña cámara entre los árboles para ser testigos del maravilloso momento.

Fue idea de Arianna y yo la apoyé desde el inicio.

—Ha sido hermoso —susurro mientras miro a Dylan a mi lado, quien sonríe con orgullo.

—Debo decir que Aaron se lució. Han pasado cuatro años y aun me cuesta creer que las broncas de esos dos no terminen en desastre, sino en la cama.

Me río por lo bajo, pues tiene razón. No los conocí de niños, pero por las historias que he escuchado, sí es un poco raro verlos ahora profesándose amor en cada esquina.

Termino de beberme el batido de fresa frente a mí y no se me escapa cómo Dylan observa la hora en su celular con nerviosismo. Lo ha hecho varias veces desde que estamos aquí.

En el plan de Aaron, todos ayudamos en algo y a nosotros nos tocó, entre muchas otras cosas, quedarnos en la casa para poner la canción de DVICIO una vez Emma llegara. Luego de cumplir con nuestra misión, decidimos venir a un restaurante no muy lejano a almorzar mientras esperábamos para ser testigos del gran momento. Ha sido un rato muy agradable, pues con Dylan todo es así, es imposible aburrirte, pero sí me he dado cuenta de que ha estado pendiente de la hora.

—¿Tienes algo que hacer ahora? —pregunto.

—No, ¿por qué?

—No dejas de mirar el reloj.

Sonríe con nerviosismo.

—Son ideas tuyas.

No, no lo son, aun así, decido dejarlo pasar.

—¿Nos vamos ya? —pregunta, poniéndose de pie y yo, aunque un poco sorprendida, me incorporo.

Ni siquiera hemos pedido la cuenta.

Mi chico se revuelve el cabello con marcado nerviosismo, se dirige a la cajera y paga por el almuerzo. Sin entender absolutamente nada y con un sentimiento raro en la boca del estómago, pues lleva unos días actuando un poco extraño, salimos al exterior. Como el restaurante queda cerca de su casa, vinimos caminando, así que emprendemos la marcha. Él toma mi mano y solo ese gesto me hace sonreír.

Dylan es un chico súper romántico y cariñoso que siempre busca estar en contacto conmigo; algo que me encanta, debo decir.

Caminamos en silencio por varios minutos y me sorprendo cuando en una intersección, se dispone a cruzar a pesar de que su casa es por esta misma acera.

—¿A dónde vamos? —pregunto.

—Caminemos un rato, no tengo ganas de ir a casa.

Asiento con la cabeza, aunque por dentro me quejo del sol y el bendito calor. Por suerte, se dirige al parque que está plagado de árboles que nos cobijan de la intensidad del rubio sobre nosotros.

—¿Cómo va la novela? —pregunta de repente y debo decir que de Dylan Torres me encanta todo, pero tengo debilidad por ese chico que se interesa realmente por mis proyectos.

Ha sido la primera persona en creer en mí como escritora y en apoyarme. He aprendido mucho desde que estoy con él, pues es un maldito cerebro; se lo sabe todo y lo que no, lo busca, pero siempre resuelve mis dudas. Es mi propio editor y no se anda con sutilezas para decirme lo que está mal. Él celebra lo que está bien, pero también me señala sin reparo mis errores para que aprenda de ellos. Dice que no resuelvo nada con que me diga que todo está bien simplemente porque soy su novia, pues el día que me atreva a enviarle un manuscrito a una editorial, ellos no van a dudar en desecharlo si no es bueno.

—Más bien pregunta cómo estoy yo, el maldito final me tiene súper estresada.

Se ríe por lo bajo.

—Eso lo sé; llevas unos días insoportable.

Le enseño la lengua al ver que sonríe con diversión, pero no me enojo, pues sé que tiene razón. Cuando me estreso, ni yo misma me aguanto; por el contrario, él tiene una paciencia que Dios se la bendiga, pues no se enoja por mi mal humor, simplemente me da espacio y yo se lo agradezco.

—Es que no se me ocurre nada para la maldita propuesta de matrimonio; ni hablar de la boda. Estoy pensando seriamente en reunirme con Aaron para que me deje usar su propuesta; sin duda a las lectoras les encantaría.

—Deberías escribir sobre la base de tus experiencias —comenta.

—Ja, para eso necesito tener la experiencia.

Nunca me han propuesto matrimonio.



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En el texto hay: humor, amor, patinaje

Editado: 01.05.2023

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