En la entrada de la sala de conferencias se hallaban algunos ODST cumpliendo con su ronda de vigilancia. Pero todos estaban tan cansados que se quedaron dormidos, menos uno. Dina lo miraba con cierta curiosidad, desde el rincón más oscuro y lejano de la sala. El soldado estaba recargado del marco de la averiada puerta deslizante con un subfusil en las manos, mirando a la oscuridad de los pasillos sin titubear ni un poco. Su aire enigmático y estoico atrapó la atención de Dina. Duros recuerdos llegaron a su mente, y una honda nostalgia la embargó de improviso. Aún lo extrañaba, pero sabía que no iba a volver. Los muertos se quedan muertos y punto.
Mason hizo ademán de recargarse de la butaca donde había estado Dina, pero al percatarse de que ella no estaba se despertó y miró a su alrededor hasta hallarla. Notó que ella miraba a un punto en particular y no pudo evitar dirigir su vista al mismo punto. Se levantó sintiendo el cuerpo entumecido (en especial el hombro que se había dislocado) y caminó hasta ella.
—¿Sigue sin poder dormir, sargento? —dijo Mason más como una afirmación que como una pregunta, sentándose a su lado —. Él es Arno —añadió señalando con un movimiento de cabeza al ODST que estaba viendo Dina —. No suele ser muy simpático, en eso coinciden ambos, pero es buen tipo. ¿Por qué no le habla? —inquirió Mason codeando a Dina.
—Creo que estás malinterpretando las cosas —le corrigió Dina carraspeando —. Sólo me aseguro de que mantengan sus posiciones.
—En ese caso debería ir a despertar a los que se durmieron vigilando —le contrarió el ODST —o de verdad malinterpretaré las cosas.
Mason se despidió con una sonrisa ladina en el rostro y se dirigió a su asiento para seguir durmiendo. Dina evadió la mirada analizadora de Mason y continuó observando al ODST, hasta que escuchó algo que parecía provenir de la superficie. Tomó su casco y su rifle de asalto y apoyándose de la pared con cierto esfuerzo se levantó. Salió de la sala de conferencias rumbo al patio principal de la academia pero apenas se acercó a la puerta del edificio por el que entraron vio unas luces que le parecieron muy familiares.
«Un Phantom» se dijo Dina, reconocería esas naves donde fuera «Esos sangheilis no se dan por vencidos. Tendré que hacer algo».
Dina regresó a la sala de conferencias, e hizo algo que probablemente no debió haber hecho. Le pidió a los ODST apostados en la entrada que se apartaran y acto seguido tomó la puerta averiada con ambas manos y la empujó hasta cerrarla. Para extremar precauciones derribó la carcomida pared frente a la puerta, bloqueando el acceso por completo.
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Un chirriante sonido metálico despertó a todos en la sala, algunos se pusieron alerta y voltearon por instinto a la puerta sólo para ver cómo ésta era cerrada por fuera. Pocos segundos después se escuchó que un objeto sumamente pesado caía y las vibraciones se sintieron por todo el suelo.
—¿Qué sucede? —preguntó Jackson aún adormilado.
—La sargento acaba de cerrar la puerta por fuera —respondió un ODST de los que estaban vigilando.
—¿Que hizo qué? —preguntó Caine alarmado —¿No dio explicaciones?
—No dijo nada, señor —respondió el ODST.
—Esto me da mala espina... —gruñó Caine entre dientes.
—¿Alguien ha visto a Mason? —preguntó otro.
Todos buscaron en cada rincón de la sala, para luego intercambiar miradas de confusión al no encontrar a Mason.
—Maldición... ¿En qué momento salió? -exclamó el ODST —. Se supone que estaban vigilando, por lo menos Darrel seguía despierto.
—Darrel también se durmió unos minutos —dijo a manera de defensa otro de los ODST de guardia.
—De seguro fue tras Dina —concluyó Terra —. Pero si no sabemos dónde está ella no sabremos dónde está él.
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Dina avanzó por la oscuridad, salió del edificio y siguió por un extremo del patio principal hasta llegar a la estatua de un sujeto desconocido para ella. Se colocó tras aquel monumento, se quitó el casco, lo colocó bajo su brazo y observó hacia todos lados en busca de la nave enemiga sin encontrar rastro alguno. Avanzó algunos pasos más pero bajo ella cedió una placa de concreto del suelo y cayó por un agujero que se habría paso a través de varios pisos subterráneos. ¿Cuándo terminó de caer? No lo supo. Sólo abrió los ojos en medio de una penumbra total, no era como cuando veía en un lugar oscuro, pues ella habría aprovechado el más mínimo rayo de luz para ver con claridad, esa vez era diferente porque literalmente no veía nada. Quiso moverse, un poco desorientada descubrió que estaba boca arriba y que la nuca le dolía horrores. Decidió incorporarse a gatas para buscar su casco y cuando lo encontró descubrió que el chip de Saira se había salido de la ranura. Adolorida, molesta y perdida, se colocó el casco, se sentó en donde estaba y decidió esperar un momento a que el dolor de su cabeza pasara. Seguía sin ver, cosa que ya era preocupante. El golpe que se dio en la nuca fue lo suficientemente fuerte como para hacerle perder la vista de forma temporal, de seguro por un par de días.
Escuchó voces por encima de su cabeza, provenientes del borde del hueco que se abrió en el pavimento. Poniendo toda su atención intentó escuchar lo que decían pero lo único que oía claramente era un molesto zumbido en uno de sus oídos.
«No puedo escuchar, no puedo ver, ¿qué sigue ahora?» se quejó Dina en sus pensamientos. Las cosas no podían empeorar, según ella, hasta que se dio cuenta de que la herida se había reabierto y sangraba abundantemente. «Esto es terrible» dijo en voz alta «Un momento... ¿Esa es mi voz? Suena como la de un élite. Vaya, los altavoces del casco se han dañado también» Los oídos le zumbaron aun más fuerte, perdió el sentido de la orientación, el dolor de su cabeza se incrementó y se desplomó al suelo nuevamente.