Siempre me han gustado los gatos, porque veo en sus ojos otro mundo, un mundo de infinitas posibilidades, que surgen cada vez que se cruzan en mi camino. Es así como había una vez, una gata blanca como un copo de nieve, con ojos verdes como las esmeraldas, que respondía al llamado de Minerva; que ronroneaba, por la casa de Galilea. Galilea era una niña de siete años, producto del matrimonio de Afrodita y Hermes, que se sentaba en el piso de la sala y leía el periódico que su padre compraba casi todos los días; no le gustaba que su mamá le enseñara del libro usual; ella quería aprender más y rápido. A medida que crecía, crecían sus ansias de aprender y conocer. Cierta mañana, observó que Minerva, la seguía a todos lados, y esto ya le estaba incomodando, por ello decidió, cuando caía la tarde, tomarla de las patas delanteras y mirarla a los ojos, y en ese momento se fusionaron de tal manera, que Galilea se sintió gata y Minerva quiso ser niña y evolucionar como mujer.
Es así como desde ese instante, cada vez que Galilea quería sentirse libre y conocer el mundo, veía a través de Minerva la posibilidad de fusionarse; esa fusión sólo implicaba estar en el cuerpo animal de Minerva, estar consciente que estaba su alma dentro de una gata y actuar como tal. Así mismo, Minerva la gata, se adentraba en el cuerpo de Galilea, y trataba de actuar como ella. Conforme pasaba el tiempo, Afrodita la madre de Galilea, que era una bruja blanca, reconocía éstos signos pero no los evitaba, porque sabía que debían pasar.
Cierto día, cuando Galilea había alcanzado su edad fértil, Minerva buscó a Galilea y vio en sus ojos la eventualidad de conocer el amor en sus tonalidades más oscuras y otras como el arco iris y sintió que tenía el derecho para hacerlo y transmitir el amor, con su sola presencia, pero en un cuerpo propio; por ello Minerva todas las noches cuando Galilea dormía, se subía encima de ella, y tomando parte de su esencia se convertía en mujer. Se transformaba en una mujer hermosa, de piel clara con ojos verdes como las esmeraldas que salía a conocer y percibir el mundo como humana. Una noche, cuando era Minerva la mujer, conoció a Zeus, cuyos ojos y boca, le encantaron desde el primer momento que lo observó. Esa noche, sólo se cruzaron las miradas, mientras que caminaban por aquella plazuela, donde ciertos amantes se encontraban para expandir sus más grandes y lujuriosos deseos.
Al día siguiente, mientras Galilea despertaba; por una extraña razón, quiso caminar desde su casa hasta la universidad, por lo que se puso en marcha, se bañó, se colocó un jeans desteñido rasgado, unas tenis y una franela rosa; sentía mariposas en el estómago, como si le fuera a suceder algo; por lo que se encomendó a Dios para su protección. Y es así cuando en el camino, sintió que alguien estaba detrás de ella pero no la adelantaba ni aminoraba el paso, por lo que se asustó; sin embargo, Galilea es de las que el miedo no las paraliza sino las impulsa, por lo que se detuvo y dio media vuelta y ese momento tropezó con el cuerpo de Zeus, quien la tomó de un brazo para que no se cayera; lo miró a los ojos y sintió ya conocerlo. De inmediato se soltó y el joven Zeus, sonrió diciéndole: “Tranquila, te puedo hacer mucho bien pero hoy no te voy a hacer nada”. Galilea se sintió intimidada; sin embargo, continuó su camino, pero durante el trayecto pensaba en ese joven.
Esa noche Minerva, convertida de nuevo en mujer se dirigió a aquella plazuela, y observó que Zeus, se encontraba sentado en una banca prestando atención a la luna; de esa forma decidió dirigirse hasta él y muy suavemente se presentó como Minerva; a lo que él respondió mucho gusto Minerva, yo soy Zeus.
Desde esa noche, se encontraban Zeus y Minerva en esa plazuela y cada hora que pasaba se conocían más y más, respondían a gestos e iniciaron el deseo de sentir sus labios y sus cuerpos estremecer. Pero a medida que pasaba esto en las noches, durante el día, Galilea vivía experiencias y determinó que ese muchacho que la tomó del brazo trabajaba en la Biblioteca de la Universidad, y cuando lo vio sintió un ímpetu de pasión en su estómago, emergiendo la necesidad de olerlo; pero sentía que ya había hablado con él, y que inclusive ya había sentido sus labios.
Pasaban los días y las noches, en una ocasión Minerva convertida en mujer, se le entregó a Zeus, en cuerpo, alma y espíritu enamorándose locamente de él, sin saber que al haberse enamorado estaba perdiendo parte de su esencia felina y humana transitoria; por lo que sabiendo Minerva que ser mujer sólo era temporal, acudió a Afrodita, la bruja blanca, quien le sugirió que disfrutara mientras pudiera y le indicó que estuviera consciente que su tiempo con él o con cualquier otro hombre era breve. Cada vez que Minerva estaba con Zeus, Galilea sentía éxtasis en su piel, ella no conocía aún el amor de pareja en ninguna de sus formas. Galilea, se estremecía, humedecía su ropa interior y se imaginaba a Zeus, acariciándola, por lo que cada vez que entraba a la biblioteca de la Universidad, no podía mirarlo a los ojos.