Halftime Show

EPILOGO

Elijah.
Tres años después.

La pequeña mano de Emily se aferró a mí mientras miraba embelesada el mar a medida que avanzábamos. Sus ojitos no dejaban de abrirse con fascinación cada que veníamos a Destin y amaba eso, la forma como Vanessa y yo le estábamos mostrando el mundo poco a poco.

— ¿Estás cansada? —sacudió su cabecita, el sombrero que su madre colocó esta mañana en su cabello rubio voló con el movimiento haciéndonos soltar una risita a ambos. —¿Lo buscamos? —de nuevo negó.

Odiaba cosas sobre su cabello, desde pequeños moños hasta sombreros, Vanessa tenía suerte de que no se los arrancara de golpe y que en su lugar "los perdiera". —Papi. —sus ojitos azules se encontraron con los míos cuando se detuvo.

— ¿Ahora sí? —bajó la cabeza, evitando mi mirada y solo me tendió sus brazos para que la tomara. —¿Vamos por mamá?

— Quielo helado. —miré alrededor, el puesto cerca del restaurante de George llamando mi atención. Caminé con mi hija entre mis brazos, llegando hasta el hombre bajo el paraguas atendiendo a las personas alrededor.

— Buenos días. —su amable sonrisa se dirigió en mi dirección para luego guiñarle un ojo a la niña que sostenía. Tardó un par de minutos en atendernos mientras despachaba al resto del personal. —¿Chocolate? —Emi asintió con efusividad. —¿Qué si mejor probamos algo nuevo? —no nos dejaría dormir mucho hoy si comía eso. Su ceño se frunció y un puchero apareció en sus labios. —Papi quiere vainilla. —me miró recelosa. —¿No quieres compartir con papá?

La duda resplandeció en sus zafiros y asintió. —Por favor. —miró al hombre que solo sonrió y luego le tendió el cono.

— Gracias. —pagué el helado y seguí nuestro camino en busca de la tumbona donde Vanessa prefirió quedarse hace un casi una hora. El hecho de que Valentina tuviese que abrir la nueva boutique aquí la mantenía ocupada.

— Papi. —me detuve a mitad del camino, tomando un vistazo de mi hija cuyos ojos estaban puestos más allá con tristeza. —¿Polque llola?

Mis ojos se dirigieron a donde los suyos estaban puestos y en efecto, un chico de unos seis años se encontraba en la esquina cerca de las palmeras del hotel hecho un mar de lagrimas. —¿Quieres acercarte? —asintió, sin apartar sus ojos de él.

Un par de avellanas se enfocaron en nosotros, yendo de mis pies a mi rostro con miedo plasmado en su rostro. —No me hagan nada.

Entrecerré mis ojos en su dirección. —¿Estás bien? —su cabello negro estaba lleno de tierra y estaba algo delgado. Él asintió, mirando en todas las direcciones, probablemente buscando un camino por el cual salir corriendo. —¿Cómo te llamas?

Dudó, sus ojos posándose en la pequeña en mis brazos mirándolo con curiosidad. —Dylan. —tragó en seco. —Dylan Parker.

— ¿Necesitas ayuda con algo? —miró al suelo. —¿Comida? —lo vi morder su labio inferior. Mi mano fue a mi bolsillo sabiendo que mis suposiciones eran mas que acertadas. Saqué un par de billetes de cien que traía en la bermuda y se los tendí.

— Yo...—miró con horror el dinero.

— Tómalo. Es un regalo por tu cumpleaños.

— No es mi cumpleaños. —listillo.

— Pero lo será algún día. —temeroso, tendió su mano sin querer tocarme. Puse los billetes en su palma, divisando las magulladuras que inmediatamente escondió con miedo. —¿Seguro que estás bien? —asintió con efusividad. —Ve a comer algo. —no se movió, solo se quedó allí mirando con fascinación los dólares en su mano.

Me giré, sabiendo que esto era lo máximo que conseguiría de él, nos quedaríamos un par de días así que vendría mañana para comprobarlo de encontrarse cerca. —Papi. —me detuve mirando a Emily. —Ponme en el suelo. —la miré, confundido, pero lo hice.

No me volteó a ver, sus pies se dirigieron con paso firme hacia el niño mirándonos con aún temor y le tendió el helado que apenas si alcanzó a probar. Él no dudó en tomarlo, dándole una sonrisa a medias que puso una en su angelical rostro.

Parecieron minutos, pero fueron tan solo un par de segundos. Y yo solo podía pensar en el ser humano tan hermoso que tenía como hija. Heredó el alma dadivosa de su madre y no dudaba ni por un segundo que permanecería intacta por el resto de su vida.

Su mano tomó la mía sin quitar la sonrisa de su rostro, invitándome a caminar en dirección a su madre a un par de metros. Lo hice, anonadado. La inocencia de un niño era algo difícil de romper, y algo me decía que, a pesar de la mirada triste y perdida en los ojos de Dylan, la suya aún estaba allí.

La mirada de Vanessa se posó en nosotros nada más llegar, los brazos de Emily fueron al cuello de su madre para abrazarla. Mi esposa llenó su rostro de besos haciéndola reír. —¿Te gustó el paseo? —Emi asintió y luego se acostó en la tumbona, colocando su oído en el vientre de seis meses de su madre embarazada.

— ¿Cuándo van a salil? —su mano se colocó sobre la piel desnuda.

— Pronto, cielo. —Vanessa colocó un suave beso en la cima de su cabeza. —Tus hermanitas están bien allí por lo pronto.

— Bueno. —se tiró del todo. —¿Dónde está Sala? —la chica apareció tras de ella en cuestión de segundos, haciéndola chillar. —¡Quielo lecogel piedlas!

— Pueden ir, pero no muy lejos. —miré a Sara. —¿Qué tal la clase de surf? —sonrió.

— Perfecta. Fue sensacional. —desde que la adoptamos hace más de dos años, su sonrisa no se había ido. Al principio creímos que sería complicado de sobrellevar para ella, pero amaba a Ness y por lo que veía, su cariño hacia mí se había afianzado en los últimos meses. Ya no me miraba recelosa con miedo a que cualquier día la devolviera al albergue.

— Ya lo creo. —me burlé. —Recuerda que mañana iremos al doctor. —su rostro se contrajo dispuesta a chistar. —Ni lo pienses, ya me has hecho cancelar la cita dos veces. —no disimuló en ocultar la sonrisa. —Te llevaré al club de equitación luego de ello si quieres.

A sus casi once años era buena persuadiendo a las personas, incluso a mí. —Luego pasaremos por ti y tendremos una cena en familia relajada por primera vez en un mes. —chilló Vanessa haciendo que ambos riéramos.




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