Harry Potter y el Nuevo Mundo

Prólogo

Prólogo

 

El trío salió vacilante y cansado del despacho del Director. Bajaron al Gran Comedor o, mejor dicho, lo que quedaba de él y se encontraron con todos los alumnos: malheridos, agotados; algunos tristes por perder a algún amigo, y otros con una gran sonrisa al saber que todo el mal había acabado por siempre. Ron al ver a su familia, corrió con desesperación hacia ellos, aferrándose del primer brazo que tenía a su alcance: el de Ginny.

Harry vio cómo se su amigo se alejaba y por unos segundos, dudó en hacer lo mismo, pero alguien llamó su atención: junto a los Weasley se encontraba una mujer con un bebé en brazos, a la que reconoció perfectamente como a la madre de Tonks y por supuesto que ése pequeño bebé debía ser su ahijado, Ted. No se animaba a ir, se sentía muy culpable por la muerte de todos, y pensar en el pequeño Ted que había perdido a sus padres como él, eso era algo que no podía perdonarse. Tenía la esperanza de que al menos uno de ellos se salvara, pero no sucedió. Comenzó a pensar con qué cara miraría otra vez a aquella familia que desde sus once años le habían dado tanto amor y que, por su culpa, habían perdido a un hijo. Miró a su amiga, ésta le regaló una sonrisa triste y, de a poco, se acercaron a los Weasley. El ojiverde, con cautela, analizó el rostro de todos y comprobó que George era el que estaba peor. Cuando se unieron al círculo, la castaña posó su mano en el hombro de Ron, el cual soltó a su hermana y, para su sorpresa, la abrazó con todas sus fuerzas. Sólo bastaron unos segundos para que rompiera en llanto, un llanto demasiado silencioso, que lentamente comenzó a cesar mientras se acurrucaba en su cuello.

Ginny observó a Harry y, tímidamente, le rozó la mano con sus dedos. El chico sentía como el contacto con ella se estaba terminando a medida que sus dedos acababan el recorrido de su mano y, para evitarlo, la sujetó con fuerza. Esto hizo que ella se acercara más a él y, por fin, pudiera descansar su cabeza en su hombro. Unos minutos después, el silencio fue interrumpido por un anuncio de la profesora McGonagall:

―Sé que es un momento muy difícil para todos. Hemos perdido a muchas personas valiosas, personas que lo dieron todo para defender a este castillo y sobre todo para que el mundo en el cual estábamos viviendo sea incluso mejor a lo que era antes. Queremos honrar a cada uno de ellos, y… ― Dijo mirando a sus colegas. ― … y lo que les proponemos es hacer un velatorio en conjunto, en el santuario que construiremos aquí, en Hogwarts, para nunca olvidar su gran esfuerzo, valentía y honor que tuvieron al enfrentarse contra Voldemort, defendiendo sus principios, su lugar, su libertad y, sobretodo, sus derechos. Nos sentiríamos muy honrados que ustedes estuvieran dispuestos a dejar aquí a sus seres queridos.

Tras esto, pasaron unos segundos en los cuales todos los presentes decidían que hacer, y finalmente, aceptaron la propuesta.

         ―Bien. En unos minutos comenzaremos con la ceremonia. ― Finalizó la profesora.

         Molly se acercó a Harry, quién parecía no haberse dado cuenta de su presencia, y lo estrechó con toda la fuerza que fue capaz.

         ― ¿Te encuentras bien, querido?

         ―Señora Weasley yo… en verdad lo siento.

         ―Gracias, Harry.

         ―No quería que esto terminara así… Fred no debía estar allí. No tenían que hacer esto… realmente lo siento mucho.

         ―Él sí quería estar ahí, Harry. ― Lo interrumpió George. ― Le tocó a él, pero debes saber que todos estábamos dispuestos a esto. Y ahora…

         ―Fue muy noble por su parte pelear esto y él es un héroe de guerra. ― Sentenció el azabache. ― Todos lo somos y siempre estará…

         ―Presente en nosotros. ― Completó Ginny, entre lágrimas.  

         El azabache abrazó a George, y al resto de la familia. Cuando terminó de abrazar a Arthur, Ginny lo apartó y le susurró al oído:

         ―Creo que alguien quiere conocerte, Harry.

         El chico miró hacia donde ella le indicaba y vio que sus amigos hablaban con Andrómeda Tonks, mientras que Hermione sostenía a un pequeño bebé. Con cuidado se acercó y por primera vez, vio a su ahijado. Tal como lo había dicho Lupin, era metamorfomago como su madre, ya que tenía el pelo tan amarillo como el sol que había salido hace unas horas. Andrómeda en cuanto lo vio, entre sollozos, le dio un fuerte abrazo.




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