Nesh no pudo sentir nada inquietante cuando cruzó aquella ilusión de la pared, fue casi como si no estuviera ahí; a excepción de la sensación fría que le recorrió la columna vertebral cuando estuvo del otro lado.
Ese era un embrujo inusual, pero demasiado sencillo para ser efectivo.
Como había pensado, la pared solo era una herramienta para discontinuar el camino que seguía el callejón, una especie de trampa para ahuyentar a presencias indeseadas, y a base de su aspecto dedujo que solo solían estar ahí por la noche; o y si era posible, algunos momentos de día. Eso último explicó varias cosas.
Caminó entre las calles escabulléndose en las sombras. Esa parte de la ciudad era la que menos había tenido la oportunidad de recorrer, ya que solía ser la menos concurrida y por ende la más intrascendente. Incluso desde la acera donde caminaba podía entrever el gran muro que separaba la ciudad de un mar de una oscuridad; donde al otro lado se podían escuchar los aullidos de macabras criaturas si estabas lo suficientemente cerca. Se recordó ser más observador, no podía cometer de nuevo el mismo error en terreno desconocido.
Embrujos de ilusiones, que estupidez.
Sabía que tampoco era la gran cosa y por lo mismo su descuido era de lo más obtuso. Las ilusiones de las paredes no eran algo fuera de lo común, algunos demonios solían cruzar el muro, y con ellos sueltos la gente se veía obligada a usar tales medidas; inclusive si eso revelaba la existencia de algún don que se quería ocultar o pasar desapercibido, sobre todo para aquellos que creían que debían darle un uso más idóneo de acuerdo a las circunstancias en las que estaba el mundo.
Aunque la tecnología y la ciencia eran de las pocas cosas que no iban en descenso, ni las armas creadas por los mortales servían para eliminar a aquellas criaturas que se habían unido al mundo como un virus infeccioso mucho tiempo atrás. Los demonios no solo eran una raza creada del producto de las emociones más sobrias y de lo oscuro que podía llegar a ser la tierra, marcaban la línea entre lo natural y lo sobrenatural, y al mismo tiempo la de la vida y la muerte. No se supo de dónde venían cuando aparecieron, solo que de un momento a otro estaban por todos lados y que actuar con sensatez ante la sangre derramada era lo esencial para sobrevivir.
Ahora al menos Nesh sabía que cerca rondaba alguna persona dotada, y el uso libremente de sus habilidades le dijo que su existencia aún no había sido advertida por las hambrientas y corruptas escuelas de hechicería cercanas. Aunque supo que seguro no sería por mucho.
Cuando llegó a la ciudad, a base de los escasos datos, lo único que se le había ocurrido fue analizar los dones que se mantenían ocultos, como este. En la actualidad los portadores de dones no podían tener una vida común y corriente como la de una persona normal, muchos huían de ese destino, ese donde se elegía cazar para no ser cazado; el dejar a las personas que amas y trabajar por mantenerlas a salvo. No era incomprensible, el miedo podía ser más fuerte y era por eso que no se solían encontrar muchos embrujos en espacios comunes como este, era un riesgo para aquellos que solían huir.
Nesh sentía cierto rechazo hacia aquellas personas. Eran como ratas escondidas en las cloacas, no podían ser más repulsivas.
Apenas era pasada la medianoche, las calles estaban calmadas, pues esa parte de la ciudad se podía considerar relativamente segura. Buscando un lugar en donde pasar la noche, se halló frente a uno de entre muchos edificios abandonados, la construcción era vieja y parecía inestable, pero le bastó con que el interior pareciera oscuro y desolado por completo.
Atento a cada movimiento y ruido del interior se internó en él. Sus ojos iniciaron una lucha contra la oscuridad, con ella acompañándolo se las arregló para llegar a la azotea. Un olor a polvo y a cobre inundaba la zona, además de rastros malditos de los demonios, demasiados viejos como para considerar la amenaza de tener uno cerca, aunque la posibilidad siempre estaría presente. Estos solían ser sus escondites, hasta su instinto irracional sabía que no era inteligente quedarse en un lugar como ese durante mucho tiempo.
Llegó a la cima mucho después de lo esperado. No recordaba la última vez que había dormido y su cuerpo estaba débil y blando como un fideo, casi se arrastró en las escaleras. Soltó un suspiro cuando sus pies tocaron piso recto de nuevo.
Por los dioses, esa ciudad sí que lo volvía despistado, cometer tal ocurrencia de merodear terrenos ignotos con la energía baja podía ser considerado una de las inatenciones menos ingeniosas de su vida.
El viento lo golpeó con fuerza en esa área alta y libre, se asomó hacia abajo, la ciudad se extendió frente a él como un huerto de brillantes girasoles. Sin apartar la mirada del frente, se dejó caer en la orilla y apoyó sus manos detrás de él. Esperaría al amanecer, ahora no podía hacer mucho. Para en la mañana podría interrogar a la gente de los alrededores, y si sus deseos se llevaban a cabo, terminaría con esa área antes de que llegara la tarde.
Sus ojos se cerraron, esperaba regresar a casa pronto.
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Al cabo de una hora, Nesh se hallaba dormitando en la orilla de la azotea, abrió los ojos un poco, se sobresaltó en cuando fue de nuevo consciente de la altura en la que se encontraba. Tambaleante, se alejó de ella.
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Editado: 16.08.2021