Hombres de luna azul

CAPÍTULO 11

—Ahora mismo tienes una oportunidad de oro para demostrarle a Matthew quién es el mejor: el ganador obtendrá el amor de Abril.

No pude evitar reír ante lo que decía Axel mientras hacía como si fuese un entrenador de lucha libre. Me lo quité de encima con un movimiento de hombros.

Mi amigo solo estaba ahí por apoyo moral, aunque no creía que lo fuese a necesitar. El resto del instituto estaba en calma, sin los alumnos que generalmente estaban ahí porque nadie tenía clase porque era el día destinado para hacer los pruebas para los diferentes equipos.

Axel era jugador en el equipo de futbol americano. Él me había asegurado que el entrenamiento era bueno, para así suplir la falta de ejercicio que estaba teniendo por las clases y Abril. Lo único malo allí es que, tal como había dicho Ax, Stevenson estaría también en el equipo.

Estaba citado para la mañana. Tuve que levantarme incluso más temprano que para una clase normal, pero ahí estaba. Axel me dio un par de recomendaciones y me explicó todo a detalle para impresionar el entrenador. En realidad, creo que todo iba más de saber qué tenía qué hacer, porque de fuerza y agilidad ya no tenía que hacer algo para tenerla.

Y eso lo vio el entrenador en pocos minutos.

Fui el primero en terminar los ejercicios, así que también fui el primero en entrar al equipo y en salir.

Justo iba hacia mi auto, para ir a casa de Abril, cuando la vi entrar.

La pobre iba con sus mejillas rojas al igual que su nariz. Se veía cansada, agitada y confundida.

Apreté los labios, imaginándome que Alicia no le había dicho nada de las clases y por eso ella se encontraba ahí.

Bien, fue una fortuna que hubiera terminado antes, así la podría llevar a su casa.

—¿Qué haces aquí? —se sobresaltó, saltando unos centímetros lejos de mí.

—Lo que hago siempre: estudiar. —Negué, mirándola

—Abril, hoy tu no tenías que venir. —La cara que hizo fue graciosa. Sus cejas se bajaron cuando soltó un jadeo lastimero, incluso podía apostar que sus ojos se empañaron un poquito.

—¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada ayer? —se quejó, luego me dio un vistazo, cayendo en cuenta de mi vestimenta— ¿Por qué no tienes camisa?

—Hoy son las admisiones a los equipos del colegio, solo vienen los que desean entrar ¿Quieres ser porrista y animarnos a los del equipo? —Sonrió un poco, negando.

—No es que muera por mover unos pompones y abrir mis piernas frente a todos, pero te felicito porque hayas logrado entrar en...

—Futbol americano. —Hizo otra mueca.

—¿En serio? Ese deporte es muy brusco.

—Pero es lo que necesito y Axel me ha dicho que el entrenador es realmente bueno y necesito estar en forma siempre así que aquí estoy.

—Aún no puedo entender porque no tienes camisa.

—Oh, claro. Lo siento, tenía calor y acabo de salir de las duchas —dije poniéndomela.

La volví a mirar cuando la tela pasó por mi cabeza. El color se había ido de su rostro.

—Al... ¿Alan? ¿Qué demonios ha pasado en tu hombro? —¡Mierda, lo había olvidado!

Quise darme contra la pared por olvidar eso.

—¿Preguntas por qué el mordisco que me diste ayer ya no está?

—Sí.

—Mi hermana estaba probando nuevas técnicas de maquillaje, cuando vio la marca decidió que probaría algo conmigo y ahora me tienes así.

Giró su cabeza, sin creerme, pero no dijo nada más. Cambié de tema de inmediato. Tomé su mochila de su hombro, poniéndolo sobre el mío. Ella entrecerró los ojos, preparada para decir algo.

—Vamos, te llevo a casa.

Asintió, sin poner objeción.

—¿Por qué no me habías dicho que no tenía que venir? —preguntó al estar saliendo del instituto.

—Esa respuesta es simple: Sé que siempre vienes con Alice y que posiblemente la llamarías y ella te lo diría, pero por lo que veo no fue así. Ayer dijiste que me verías hoy así que no te lo dije solo para tener una razón y una excusa para ir a verte.

—Oh.

—¿Quieres un café?

—Sí, por favor, muero de hambre. —Reí al ver la súplica en su rostro. Cambié la dirección, tomando un retorno para devolverme y tomar la calle que nos llevaba dentro de la protección, cerca al restaurante.

—¿Esto es alguna clase de progreso o solo es porque tienes hambre? —pregunté en parte en broma y en parte en serio.

—Puede ser un poco de ambas —continuó la broma.

Lo tomé como un progreso… uno que se fue a la mierda minutos después.

Me había enojado con ella. Mucho. La dejé en su casa, queriendo saber lo que iba a salir de su boca, pero estando tan enojado que temía decir algo que la hiriera y volviera la situación peor.

Así que aproveché todo el enojo que sentía y la frustración para acabar con un par de vampiros que intentaban cazar dentro del territorio de la manada.

La cuchilla de oro resplandecía en mi mano luego de haber hecho el corte en el pecho del vampiro, quien se retorcía en el suelo, su cuerpo quemándose por el corte del metal.

Kiona llegó a él, dando la estocada final en su corazón. Me miró, confundida.

—¿Por qué no lo mataste? —preguntó, haciendo una mueca de disgusto al ver la sangre negra en su daga. La limpió en su pantalón negro, siendo absorbida por la tela fabricada por los hechiceros especialmente para esos momentos. Guardó su arma en el estuche amarrado a su tobillo.

Me encogí de hombros.

Abrió su boca.

—¿Querías torturarlo? ¿Desde cuándo tienes instinto asesino? —gruñí.

—Desde nunca.

Ella llegó a mí, poniendo su mano en mi hombro.

—¿Qué está mal? Estás distraído y enojado.

—Abril pasa —respondí, caminando rápido hacia el auto. Ya habíamos acabado, el cuerpo ya era trabajo de los guardianes—, cada que siento dar un paso hacia ella, retrocedemos dos.

Kiona corrió para alcanzarme.

—Dale tiempo. Es tímida y solitaria, no está acostumbrada a que irrumpan en su vida.




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