Selene escuchó la ruta por el altavoz y le resultó fabulosa la ubicación. Conocía Londres solo por su reputación, ya que nunca había experimentado vacaciones verdaderas. Cuando la Compañía necesitaba un descanso, se debían asegurar primero que fuera en lugares restringidos y cumpliendo con el protocolo de ocultación.
Su entusiasmo por observar el Big Ben, la gran torre del reloj, de cerca se veía escatimado por el cargo de consciencia al saber que su padre no le gustaría la idea. Pero con las precauciones necesarias, podría ignorar la voz en su cabeza.
Además de conocer lugares turísticos, sabía muchas de las calles y direcciones, una información que priorizaron que integrara en sus conocimientos pero nunca dijeron el por qué.
Su escasa experiencia del exterior se resumía a tierras de Oceanía en donde se asentaba la Compañía; era idóneo que esta fuera en realidad un transbordador con aspecto de dirigible con la capacidad de ser invisible a conveniencia, sofisticado y muy amplio.
La Compañía se había instalado antes cerca del rodaje de una película.
Por esa razón, consideraron como mejor que los incógnitos del escuadrón de exploración salieran con ropas acordes a la película que se realizaba.
Desde hace tiempo ellos estaban haciendo movidas por causas secretas. Los demás también portaban los trajes pero solo por uniformidad.
Desde que se informó la llegada del dirigible a Londres, el plan de la pelirroja ya se estaba llevando en ejecución.
Logró escaparse de las instalaciones, acostumbrada a las contraseñas y las medidas de seguridad predecibles. Su padre conocía sus escabullidas, la primera vez su actitud fue reprobatoria, pero ante una discusión que tuvieron, todo acabó en que ella tomaría precauciones y solo saliera dos veces por semana, condiciones que por supuesto, no obedecía del todo.
Cuando abrió la puerta de salida por fin, la sensación de respirar un espacio amplio la reconfortó. Nada de paredes de metales, cámaras de seguridad, seriedad y secretismo la rodeaban. La libertad era algo que no sentía mucho. Experimentarla cuanto podía era su móvil en una vida aburrida. Lo que no conocía ella, era que siendo incógnita, su curiosidad resultaba peligrosa. Más adelante el destino de dos bandos entraría en caos por su descuido. Y eso no pudo pronosticarlo.
Se camufló para no ser vista por los sin-don de Londres. Para los ojos de la mayoría era invisible. Solo los que compartían su misma sangre la podían percibir; su padre. La única vía para notarla era una pulsera especializada y no una estándar.
Empezó a sobrevolar el lugar. Solo podía hacerlo cuando se volvía etérea. Como era esencialmente más liviana el brazalete le permitía volar, modificándola molecularmente para ello. Su pulsera, un dispositivo con múltiples funcionalidades en el mundo incógnito, había sido modificada para que se ajustara a sus dones: teletransportación e invisibilidad. Este último era inestable. Los científicos le recomendaron que restringiera su uso o los daños serían catastróficos. La química de su cuerpo no podría recuperarse y resultaría invisible por siempre. En el peor de los casos, cuando quisiera desconectar la peculiaridad, volvería al estado normal, pero algunas partes de su cuerpo desaparecerían.
El dispositivo ayudaba además a estabilizar sus dones y evitar fallos, algo de lo que su padre estaba al tanto.
Es por el poco control de Selene, que tuvo que repetir la carrera de incógnito después de cinco años de esfuerzo.
Recorrió Londres deslumbrada por la modernidad y el estilo de la ciudad.
Lugares que solo conocía en las pantallas, ahora era testigo de su existencia.
Había túneles que empezaban en escaleras y se perdían debajo del suelo, acogiendo una estación de tren subterráneo en su interior.
También observó el Big Ben de lejos y lucía más imponente que en las fotos.
Las emociones que ella vivía eran como una adicción, les gustaba sentirlas, darle a su anormal vida de adolescente un poco de cordura, olvidar el abatimiento que a veces la atacaba por estar encerrada entre cuatro paredes. No tenía amigos ni pareja y aún siendo la hija del Presidente no era popular entre los demás especiales. Todos pensaban que era una rarita, algo que no era del todo equivocado debido a las crisis que la dominaban cuando el desequilibrio de su poder estremecía su cuerpo por momentos.
Para olvidar el paso de desafortunados pensamientos por su cabeza, quiso hacer algo que no pudo en el set de filmación porque no había estructuras altas.
Fue al primer edificio que atisbó. Cuando llegó, tocó los cristales y se aseguró de que existían, una acción injustificada pero espontánea.
Cuando sus pies sintieron el vidrio, dibujó una sonrisa y como una niña de cinco años empezó a correr en zig zag por toda la superficie vertical.
Un paso muy fuerte alteró a un chico castaño, pero ella no lo notó. El joven recuperó la compostura en un segundo y con una actitud eternamente impasible siguió exponiendo su propuesta en una junta. Ningún otro hombre de negocios escuchó el golpe de Selene en el cristal. Ninguno de los dos sabía que se habían encontrado antes; en el set de filmación.
Entró a otro edificio y clandestina llegó hacia un pequeño vestidor. El local era una tienda. Selene nunca calculó que la desaparición de ropas ocasionaría una alarma a la hora del inventario y por eso siguió con su tarea de elegir qué ponerse y con furtividad fue hacia el vestidor.
En una ráfaga salió vestida con un gabán, un sombrero gris con unos pantalones de pana a juego y una camisa blanca. Su coleta de cabello rojizo se resaltaba más por lo discreto de la vestimenta.
No sabía porque se había desbocado hacia allí. Algo la atraía y no lo sabía, pensaba que todo era aleatorio.
Divisó a un rubio de ojos azules con traje y le atrajo. Pero no de la manera amorosa, sino por intuición. Entraba a una empresa.