Se sentía nerviosa; su primera tarea como “incógnita”.
El equipo de exploración le había proporcionado un GPS con la ubicación futura de los especiales, no mucho más. Ella tendría que valerse de su ingenio para convencerlos de que no estaban enfermos o eran fenómenos; sino diferentes. Lo más difícil sería persuadirlos de olvidar sus vidas pasadas para integrarse a una comunidad destinada a una posible guerra. No tenía idea de cómo hacerlo, le tocaría improvisar.
Antes de volverse visible, debía cambiar su vestimenta. Accionó una de las cuatro opciones de su pulsera al azar, y un escalofrío le recorrió cuando vio su ropa modificarse: estirarse y encogerse en diferentes zonas.
Los detalles del uniforme desaparecieron, este adoptó un color negro enterizo, la parte superior e inferior se separaron a la altura del ombligo y el cuello de tela se estiró cubriendo toda su garganta. La ropa le confería un estilo elegante y sobre todo, discreto.
Lista para confrontar cualquier situación, o al menos con la vestimenta apropiada, revisó la indicación del GPS. La ubicación consistía en un hotel.
Cuando llegó al destino, sus pies tocaron tierra y sonaban contra el asfalto. Todavía llevaba botines, que simulaban cuero negro.
La recepción estaba desolada aun siendo de día. Era como si la Compañía hubiera organizado todo para que solo se enlistaran en las habitaciones las personas que Selene debía encontrar.
Se acercó a los muebles de tapiz negro junto al recibidor marmolado, donde se hallaba una mujer con una computadora. Su intención era sentarse a esperar, pero los vellos de su piel se erizaron cuando escuchó una voz.
—Hola, Selene.
La pelirroja giró la cabeza con brusquedad.
Se alivió al ver un rostro conocido. Era la morocha que le había dado el traje el día de la remodelación.
Inspeccionó a los lados para cerciorarse de no ser espiada.
—Es seguro, puedes venir. —Una voz le tranquilizó.
—¿Qué haces aquí, Greta? —susurró Selene cuando posó sus manos en el mármol.
—Entregándote la misión. Cuando eres primeriza, la Compañía se encarga de enviar a un supervisor —sonrió—. Soy la tuya.
—Es una misión menor. No era necesario esto.
—Acepta que eres la hija del Presidente de una vez. Contigo no será diferente el trato.
Selene rodó los ojos: cómo olvidar que Gerald era su padre y que era sobreprotector.
—Lo que tienes que hacer aquí es sencillo —le explicó la morocha—. Vas a tomar mi lugar como recepcionista; tres jóvenes llegarán a ti, solo tres, nadie más. Después de eso, yo te suplantaré hasta que se haga el cambio de turno con la verdadera empleada. Mientras tanto, les seguirás los pasos a esos tres especiales e idearás un plan para reunirlos. Espero que hayas leído los expedientes.
—Sí y ya tengo un plan —dijo decidida—. No hagan las cosas tan fáciles para la próxima —refunfuñó.
—Créeme que con todo lo que está pasando por estos días, varios tememos que la mayor prueba esté por llegar —dicho esto le guiñó un ojo, dejando a la pelirroja con la boca abierta y pasmada por la ligereza con que la morocha había presagiado una calamidad.
Greta salió de atrás del mostrador y se sentó en los muebles fingiendo que leía una revista.
Escondido en el puesto de trabajo estaba el uniforme, el cual Selene se colocó con rapidez antes de recibir a los huéspedes. Consistía en una falda, una blusa y un polo color crema, este último con rebordes en blanco.
El tiempo pasaba y el aburrimiento se extendía. Hasta que una tercera presencia se percibió. Era el rubio del otro día. Por el traje negro que llevaba, se podía notar los hombros anchos y la delgadez.
La pelirroja se atemperó, adoptando una posición erguida y el rostro más impasible que tenía, hasta que la voz del joven bajó sus defensas.
—Hola, bonita. —Él hizo un movimiento de cabeza con camaradería—. Voy a pasar una noche aquí, así que necesito de tus importantes servicios —La última frase la expuso de forma tal, que parecía referirse a otro tema.
«Típico playboy. Qué descarado», pensó Selene. «¿En serio tengo que compartir Academia con él?»
—¿Me puedes ayudar o no? —murmuró con cortesía, sacando a Selene de su ensimismamiento.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Cómo te llamas?
—Oh, ya veo que eres rápida. Me gusta eso.
—¿Disculpa? —exclamó Selene, tampoco era tan ingenua aunque viviera encerrada.
—Qué haces buen trabajo como recepcionista, mujer. Liam Price, mucho gusto. Toma… aquí tienes mi identificación.
Sí, la pelirroja debía asimilar desde ya que ese especial resultaría incómodo para convivir. No pararía de coquetearle a todo lo que se meneara.
Después de revisar la base de datos, se percató de que el joven ya había hecho una reservación con los gastos pagados. Solo quedaba por hacer el último paso.
—Aquí tienes. —Colocó una llave encima del mármol. No podía darle la misma habitación a los tres, porque a la llega del segundo se armaría un revuelo y el tercero no aparecería a tiempo.
—Gracias, querida.
Selene sonrió con un gesto innatural y desganado, hasta que el rubio despegó la vista de ella cuando se cerró el ascensor.
Greta le dio una ojeada por encima del periódico y asintió confirmando que iba por buen camino. En efecto, había conocido a uno de los especiales.
Como si el azar se pusiera de su parte en su primera misión, los otros dos jóvenes llegaron simultáneamente pero en transportes diferentes. Uno en un taxi, el otro en un auto propio.
Los acontecimientos estaban para ocasionarle un infarto. Todo era tan casual que parecía retorcido; el encapuchado en el tejado y ahora los mismos chicos con los que se había topado antes. Por supuesto, solo tenía consciencia de la chica, no del chico.
La primera en aparecer fue una joven pequeña de aspecto inofensivo. Tenía cejas tupidas y andar discreto.
La pelirroja miró de reojo a la morocha y le divirtió su rostro; se veía deslumbrada por la belleza del hotel. Una suntuosa alfombra carmesí recorría el suelo hacia varios pasillos. Detrás de la recepción donde se encontraba Selene, en la pared, había una vitrina de cristal con jarrones pequeños y en el centro el nombre de la edificación con letras doradas. El salón era inmenso, acogido por gruesas columnas de mármol negro. En lo alto se exhibía una lámpara de techo con piezas brillantes en forma de lágrimas blancas.