21 de enero — invierno de 1617.
El reino del norte empezaba a cambiar. Y con él, se implantaba la desesperación por parte de sus líderes, que no dejaban de pensar en aquel atentado contra las fuerzas del rey.
A nueve meses del ataque, Octabious nunca olvidó el rostro de Edith. Se aparecía en sus sueños cada noche, más presente y más oscura.
«Esa arpía está arrebatando mi trono» pensó, mientras caminaba de lado a lado por sus aposentos.
—Octabious, amor mío, necesitas calmarte —dijo Katerina, acercándose hacia él para masajear sus hombros.
—No puedo hacerlo —contestó él—, Deimos corre un peligro tremendo en estos tiempos, ¡no podemos respirar en paz! Porque más allá de las llanuras se encuentra el enemigo. Estamos perdidos.
Katerina empezó a negar con la cabeza. Caminó hasta llegar a los labios de su hombre, para depositar un tierno beso, apaciguando las tensiones.
Solo ella podía hacerlo, tenía un don especial.
—Podemos con estas alimañas —lo alentó—, hubimos tratado temas peores, podemos con ellos. Tan solo mira hacia ahí.
La mujer guio al rey hacia su ventanal, que miraba hacia el norte, para toparse con una fina línea en el horizonte. Pocatrol.
Estaba lejísimos, pero no por ello podían creerse a salvo. En cualquier momento podían atacar.
—Nuestra última escolta partió hace dos semanas —exclamó Octabious—. Las anteriores llegaron sin nada, pero esta aún ni aparece. ¿Habrán muerto?
Katerina respondió:
—Seguramente, pero no ha de ser problema, sino eso. —Se acercaron aún más al vidrio, mirando hacia abajo.
Se toparon con un reino devastado, repleto de escombros y manchas de sangre por doquier. Ni el pasar de los meses pudo reparar los estragos de aquel ataque, y aún seguían reconstruyendo su castillo.
Tanto caballeros como campesinos iban y venían, cargando escombros y colocando nuevos para reparar todo.
El invierno retrasaba por completo los avances.
—Esa pelirroja no nos hubo revelado nada importante… sabemos su paraje, pero no lo hallamos —suspiró—, sabemos su nombre, pero no ha de ser útil. ¡Pocatrol es inmenso, no los encontraremos jamás!
Octabious cerró los ojos e intentó canalizar su ira. Sus fantasmas del pasado lo empezaron a atormentar, impidiendo que pensara de forma clara.
Pero a su lado tenía a la mujer más astuta de la región, y, mientras él se carcomía la cabeza, ella ya tenía un plan para ejecutar.
—No sabemos dónde están, pero tenemos su nombre y apellidos —exclamó—. Edith Salavert Henderson… ¿tendrás acaso aquellos manuscritos con los nombres de cada ciudadano en este reino? Se me hubo ocurrido una idea.
—¿Y cuál es la idea? —preguntó Octabious.
Katerina sonrió.
—Podremos recorrer el pueblo para dar caza a personas relacionadas con esa víbora. Puerta por puerta, taberna por taberna, hasta capturarlos. Y hablarán, porque de no ser así…
—Los torturaremos —contestó el monarca—, aún más de lo que hicimos con la bermeja.
El rey giró la vista hasta cruzarse con los ojos de Katerina. Sonrió asombrado, y en cuestión de segundos corrió hasta un cofre para sacar de él un libro tan grande como una biblia.
Sopló tan fuerte como pudo, levantando una nube de polvo que viajó por toda la recámara. Era antiquísimo.
Hileras de nombres ordenados se plasmaban en el papel con tinta negra. Las hojas estaban amarillas, un poco desgastadas, pero al fin y al cabo podía leerse.
Comenzaron a buscar.
Dieron vuelta las páginas y llegaron hasta la letra S.
—Si de casualidad aquella desleal hubo nacido en el reino o alguno de los feudos, podremos dar con familiares —dijo Octabious—, tan culpables como la pelirroja. ¡Has de ser un genio, amor mío!
El rey besó a Katerina, ahogado en emoción. Se sentaron en el borde de la cama y colocaron el libro en una mesilla, pasando hoja por hoja para leer los nombres de sus ciudadanos.
Tardarían horas.
—Sidwen, Srowcan… Sarmero, Segilsavo. —Katerina pasaba el dedo por cada apellido que veía—. Sansylio, Séretro, Soez. —Seguía leyendo, pero no encontraba nada.
Dio vuelta otra página: era la sexta y el apellido Salavert no aparecía.
—Salomón, Selennis, Sakhav. —Le seguía Octabious—. ¿Habrá alguno entre estas páginas?
Las esperanzas comenzaban a desteñirse, poco a poco consumieron el libro de arriba hacia abajo, sin encontrar rastro alguno de…
—¡Salavert! —gritó Katerina, señalando el papel—. ¡Tobías Salavert!
La mujer tomó una hoja en blanco y anotó con su pluma el nombre. Tan solo faltaba Henderson, por lo que deberían volver hacia atrás para buscarlo.
El tiempo pasó lento. Mientras los campesinos trabajaban, el par de monarcas se encargaban de buscar a dos sospechosos que podían merodear sus tierras, sin saber que, a varios kilómetros de distancia, una escolta de Racktylern pisaba las tierras del rey.
Editado: 20.07.2022