Juego De Brujas

CAPÍTULO 040

045 del Mes de Yvelis, Diosa del Amor

Día de la Vida Nueva, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria

—¿Dónde te habías metido? —cuestionó Xantheus, antes de que Shahina abriera la boca—. Estuvimos buscándote, Cathanna.

—Mi mente viajó tanto que terminé en un lugar diferente —respondió Cathanna, apoyando las manos detrás de su espalda—. Si les soy sincera a ambos, jamás en la vida volveré a consumir eso. Me hizo alucinar demasiadas cosas al mismo tiempo, y casi me muero.

—Es cuestión de costumbre —dijo Shahina. Torció los labios, dirigiendo su atención a Cathanna—, pero no es para todo el mundo. Tengo una adicción muy grande hacia las drogas, por eso prefiero comer cuando me entran las ganas de consumir. Aunque, a veces, simplemente me rindo ante ellas. De vez en cuando no es tan malo.

—Pensé que comías mucho porque te gustaba —indicó Cathanna, sintiendo un sabor amargo en la garganta—. Vaya…

—Me encanta comer. —Sonrió Shahina—. Pero no niego que también es mi refugio para evitar caer en la desesperación.

Después de varios minutos hablando en bajo tono sobre las alucinaciones que había dejado esa droga en ellos, Cathanna se dirigió a su cama, arrastrando los pies y estirando los brazos con pereza. Sacó un pijama y se dirigió al baño, donde no tardó demasiado, y cuando salió, fue directo a su cama, cerró el toldillo y miró el techo, sintiendo esa extraña sensación recorrerle el cuerpo.

Alzó la sábana, cubriéndose la cabeza, e intentó dormir, pero le resultaba imposible, así que permaneció varios segundos de esa manera, con los párpados apretados, hasta que sintió el lado derecho de su cama hundirse. Rápidamente se descubrió el rostro y notó a Zareth a su lado, con la vista fija en el techo.

—Por los dioses —dijo Cathanna, sentándose en la cama—. ¿Qué haces aquí, Zareth? ¿No tienes una habitación propia?

—No puedo dormir —respondió él, sin mirarla—. Pensé en ordenar unos documentos, pero no quiero ir a la Corte Suprema.

—¿Y pensaste que meterte en mi cama era buena opción? —Cathanna arqueó una ceja, incrédula—. No sé si te das cuenta, pero esto es muy extraño. Alguien podría abrir ese toldillo y verte aquí.

—No seas tan exagerada, D’Allessandre —dijo Zareth, cruzando los brazos detrás de su cabeza, aun sin mirarla—. Le puse una runa silenciadora y una de protección para que nadie se atreva a tocarla dos veces. Quise venir porque…—Aclaró su garganta—. Necesitaba un lugar para estar tranquilo, y porque no confió que estés cien por ciento bien de esa mierda que te metiste al cuerpo. —Giró la cabeza en su dirección, y Cathanna percibió como los rayos dentro de sus ojos se movían como si estuvieran locos—. No planeó hacer nada inapropiado, si es lo que te preocupa. No me interesan esas cosas de ti.

—Eres un caso perdido —murmuró, recostándose nuevamente en la cama con los brazos cruzados sobre su pecho, y lo observó de reojo, encontrándose con su vista fija en ella. Los nervios la hicieron volver los ojos al techo—. Los rayos de tus ojos se están moviendo mucho ahora, ¿Por qué? Es la primera vez que los veo de esa manera.

Zareth soltó una risa baja.

—Sucede seguido —respondió él, sin apartar la mirada—. Tiene una explicación lógica, pero no me atrevo a aceptarla.

—¿Cuál es? —Cathanna llevó su vista a él otra vez.

—A veces eres tan entrometida.

—Y tu tan misterioso.

—Duerme, recluta —le dijo él, volviendo la mirada al techo.

—¿Y tú no dormirás?

—Vine a estar tranquilo junto a ti, no a dormir.

—¿Me he convertido en tu paz? —Cathanna apoyó ambas manos debajo de su cabeza, mientras se giraba hacia él.

—Digamos que contigo, el silencio no pesa tanto.

—Ay, cazador, eres tan tierno.

—Tierno mis pelotas.

Cathanna rodó los ojos.

—Tenías que arruinarlo con tus cosas.

—Ya duérmete, recluta.

Cathanna asintió despacio y cerró los ojos sin cambiar de posición. Zareth entrecerró los ojos ligeramente, analizando su rostro, contando cada uno de los lunares que lo adornaba, cada peca, cada herida. Miró sus pestañas curvadas, su nariz que se movía y sus labios esponjosos algo mojados. Él respiró de forma lenta, intentando convencerse de que solo la observaba por costumbre y por seguir al pie de la letra las palabras que le había dicho Arael hace tiempo, pero al mismo tiempo, había algo en ella que amenazaba con desarmarlo.

Su mirada se detuvo nuevamente en sus labios por un segundo más de lo necesario, y eso bastó para que su pecho se contrajera con fuerza. Maldijo en la mente, apartando rápido la mirada de ella y apoyando el antebrazo sobre su frente fría, liberando el aire contenido.

Quiso levantarse para irse y borrar esa sensación de ahogamiento, pero había algo dentro de él —algo tan profundo como desconocido— que lo estaba obligando a quedarse junto a ella.

Giró la cabeza, apenas para verla otra vez. Parecía tan alejada a todo lo malo, tan frágil como un cristal… aunque sabía muy bien que ella no lo era. Le picaban las manos por el impulso de acariciarle la piel, solo para confirmar que ella estaba ahí, que era real, que no era esa imagen fantasmal que a veces lo perseguía cuando cerraba los ojos.




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