012 del Mes de Janesys, Diosa de la Vida
Día del Viento Susurrante, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna soltó un suspiro exasperado al ver el lugar al que el profesor Harok los había llevado. No era el mismo, pero se parecía al puente por el que había pasado antes de ir a tomar el tren. Pero en lugar de uno, había diez, cada uno con una distancia prudente del otro.
—Este es el famoso puente del abismo —comenzó Harok, mirando a los reclutas—. Fue creado hace un par de años, con la misión de encerrar a ciertas criaturas que no deberían estar rondando el imperio. Hoy en día, es uno de los entrenamientos más sencillos que posee el castillo. —Una sonrisa oscura apareció en su rostro—. Diez reclutas deberán pasar por los puentes hasta llegar al otro lado. Muestren el coraje que tienen para afrontar esto, o de lo contrario, serán enviados a casa. La única ayuda que tendrán será de sus armas.
Cathanna abrió los ojos de par en par. El simple hecho de tener que cruzar ese puente de nuevo la llenaba de malos recuerdos. No quería volver a caer ahí, no quería repetir ese momento de desesperación. Pero, para su mala suerte, el profesor Harok comenzó a nombrar a los que pasarían primero, y ella estaba entre esos diez.
—¿Del uno al cien, chicas, cuanta posibilidad hay de sobrevivir a una caída de esas? —indagó Han, lo suficiente alto para que solo sus amigas escucharan—. Yo digo que cero. Solo miren esa caída. Todo lo que tenemos dentro estará esparcido por el suelo. Qué desagradable.
—¿Podrías callarte la boca, Han? —pidió Lysisthea, dándole un golpe en la cabeza—. Nada malo va a pasar. Solo haces que Cathanna se ponga más nerviosa de lo que ya está. —Se acercó a Cathanna, puso su brazo alrededor de su hombro y le dio una sonrisilla—. Sé que puedes hacerlo. Solo imagina que es un juego de niños, nada más.
—No creo que un niño juegue en algo como eso —soltó Cathanna, torciendo los labios.
—Mantén la calma —dijo Shahina—. Si estás nerviosa, será peor para ti. Respira y camina despacio.
—¿Cómo puedo no estar nerviosa? —lloriqueó Cathanna, respirando duro—. Siento que me orinaré en los pantalones del miedo.
—¿La gran Cathanna tiene miedo? —terció Clyder, acercándose con un gesto tranquilo—. Si caes, no lo hagas de pie; te los romperías por completo. Y no creo que quieras la fama de ser la chica sin piernas. Mejor acostada, aunque eso podría hacer que tu cabeza estalle.
—Oh, ¿en serio, Clyder? —respondió ella, arqueando una ceja con sarcasmo—. Claro. No lo había pensado para nada. Seguro lo recordaré cuando esté cayendo al vacío. Por los dioses, ustedes dos son como salidos de la misma mujer. —Señaló a Han y luego a Clyder.
Clyder soltó una risa.
—Ve hacia tu puente —dijo él, señalándolo con un dedo—. No hagas esperar mucho al profesor. Parece que se le van a salir los ojos.
Cathanna cerró los ojos por un instante y avanzó hasta colocarse en el punto de partida. Miró al frente por varios segundos, notando que más allá solo se extendía una niebla espesa que no le permitía ver lo que había detrás. Apoyó un pie en el puente y este se sacudió, haciendo que varios escalones se desplomaran hacia el vacío. Abrió la boca, con incredulidad, pero se obligó a mantener la calma.
Comenzó a caminar con cuidado, extendiendo los brazos a cada lado para equilibrarse. Al instante se dio cuenta de que era una pésima idea porque solo hacía que tambaleara más.
No sabía qué otra cosa hacer para no perder el equilibrio, como le ocurrió a uno de sus compañeros, que cayó al abismo en cuestión de segundos, así que solo caminó despacio. Iba a lograrlo, o al menos eso creía, hasta que llegó a la mitad del puente. La estructura se sacudió más fuerte. Giró la cabeza rápido y vio, con pánico, que en cada extremo del puente habían aparecido figuras metálicas con armaduras, empuñando espadas que brillaban bajo el sol de la mañana.
Su pulso se disparó y aceleró el paso, pero cuanto más rápido avanzaba, más se movía el puente. Fue entonces cuando el verdadero terror surgió del abismo: una enorme serpiente verde, de grandes colmillos afilados, que empezó a destruir los puentes a su paso.
Cathanna apenas tuvo tiempo de aferrarse antes de quedar colgada sobre el vacío. Cerró los ojos, sintiendo el pánico recorrer cada hueso de su cuerpo. Tragando duro, empezó a trepar por los escalones que aún resistían, aunque muchos se desprendían en cuanto apoyaba el pie o la mano. No obstante, la serpiente volvió a atacar, y la mano de Cathanna resbaló del escalón. El vértigo de la caída no tardó en llegar.
Sabía que debía usar el aire a su favor en ese instante —aunque Zareth le hubiera dicho que no debiera hacerlo—, pero la velocidad con la que caía volvía aquello casi imposible. Aun así, lo intentó desesperadamente, hasta que, justo a unos centímetros de que su rostro se estrellara contra una roca puntiaguda, consiguió detenerse.
Descendió con cuidado, controlando cada movimiento, hasta que por fin sus pies tocaron el suelo. Avanzó en silencio, con la respiración entrecortada, pero entonces, al toparse con varios cadáveres putrefactos frente a ella, soltó una exclamación de pánico.
Comenzó a correr en cuanto escuchó un siseo a su espalda. No debía forzar mucho la mente para saber que se trataba de una serpiente. Se internó entre los árboles, dejando que las ramas le golpearan el rostro y le abrieran pequeñas heridas en la piel. Llevó sus manos temblorosas hacia la cabeza y liberó la espada que siempre estaba sujetando su moño. Pero ¿qué podía hacer una simple espada contra una serpiente de ese tamaño? Aun así, no pensaba rendirse. Eso solo lograría que fuera convertida en bocadillo, y qué humillante, según ella, terminar en el estómago de un animal como ese.
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Editado: 01.12.2025