027 del Mes de Janesys, Diosa de la Vida
Día de la Llamas Eternas, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Una explosión sacudió todo el castillo, haciendo cimbrar la tierra bajo sus pies. Cathanna cayó al suelo de inmediato, golpeándose las manos contra las rocas, lo que le arrancó un gemido fuerte de dolor. Frunció el ceño cuando risas macabras comenzaron a escucharse por todas partes, lejanas y cercanas al mismo tiempo. Eran las mismas que había oído en la mansión, pero ahora mucho más intensas, como si provinieran de miles de gargantas a la vez.
Se levantó rápido, sintiendo cómo el pánico le invadía cada hueso del cuerpo sin darle tregua a nada. Otra explosión sacudió la tierra y una de las torres más altas del castillo estalló en llamas. Al alzar la mirada al cielo, su corazón latió con una fuerza sobrehumana que, por un momento, amenazó con hacerla desplomarse nuevamente.
Una horda de brujas volaba en dirección al castillo, todas con alas negras y desgarradas que le hicieron recordar a un cuervo en descomposición. Tenían la piel tan delgada que dejaban ver los huesos manchados de una sangre coagulada, y esos ojos rojos como la lava de un volcán activo ardían en medio de sus rostros cadavéricos con una intensidad casi cegadora. Sus manos largas y retorcidas, similares a las ramas secas, con uñas curvadas hacia atrás y afiladas, dejaban escapar un líquido oscuro, como la brea y como la sangre que manchó su espada esa noche cuando las brujas la fueron a buscar en la montaña.
Al abrir la boca, dejaron escapar gritos ahogados mezclados con chillidos agudos que sacudieron a todos en el castillo. Poco a poco, más y más fueron apareciendo, como si se estuvieran multiplicando.
Cathanna reaccionó al instante, presa del pánico, y echó a correr hasta que llegó a un pasillo, con la mente en blanco y el miedo devorándola por dentro. No era ingenua: sabía que aquellas criaturas estaban ahí para llevársela, y no podía permitirlo. No quería hacerlo.
Había cazadores y cadetes por todas partes, todos listos para el ataque. Sin embargo, ella no lo estaba. El miedo la consumía completamente y no quería fingir valentía cuando hasta las pestañas le temblaban del miedo. Se tapó los oídos cuando se empezaron a escuchar rifles siendo disparados, mientras su mente maquinaba miles de escenarios terribles donde las brujas la encontraban y se la llevaban para hacer quién sabe qué cosas espantosas con ella.
Bajó a toda velocidad por unas escaleras que llevaban a las mazmorras del castillo, donde el ancho pasillo estaba apenas iluminado por antorchas en las paredes que titilaban con cada paso. De pronto, escuchó pasos apresurados descendiendo por las escaleras, acompañado de un olor a frutas, y el corazón se le quiso salir por la boca. No tuvo más opción que volver a correr sin mirar atrás hasta que se encontró con un viejo mesón de piedra cubierto de velas derretidas. Se metió debajo, con el pecho subiendo y bajando con rapidez.
Sus ojos se fijaron en unas botas oscuras que se detuvieron justo frente a ella. Sintió que el mundo se le venía encima cuando la figura bajó la cabeza hacia ella. Soltó un grito de pánico y se cubrió los ojos con las manos, como si aquello pudiera salvarla de lo inevitable.
La mujer soltó una risita y se sentó encima del mesón
—No te haré nada malo, Cathanna —dijo Maralyn, mirando sus uñas con un aire de despreocupación, como si la situación de arriba fuera algo con lo que tenía que lidiar todos los días—. Corres demasiado rápido. Casi no te alcanzo. ¿Qué comes para tener esa velocidad? Necesito de eso. De toda mi rotonda, soy la menos veloz.
Cathanna parpadeó varias veces, aturdida, antes de salir de debajo del mesón y sé incorporó, intentando recomponerse, aunque el temblor en sus manos delataba lo asustada que se encontraba. Sus ojos se clavaron en la chica frente a ella, analizándola con detenimiento. Después, retrocedió varios pasos, tragando saliva con fuerza.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó con la voz temblorosa, respirando torpemente—. ¿Y por qué me has seguido hasta este lugar?
—Soy la hermana menor de Zareth, Maralyn Caelstrom—respondió con una calma que a Cathanna le resultó tan desconcertante, mientras bajaba del mesón de un salto—. Mi hermano me ha hablado mucho de ti, Cathanna. —Curvó sus labios en una sonrisa—. Zareth es demasiado testarudo y con complejo de machito, pero en el fondo es un buen hombre. O bueno, es lo que me obligo a creer todos los días.
—¿Por qué me hablas de él? —Cathanna juntó las cejas.
—Porque sé que él debe cortejarte, porque así lo ha decidido el destino —afirmó, con una mueca inconforme—. Siempre que me habla de ti, los rayos dentro de sus ojos se vuelven locos. Siempre sucede cuando los Trushyanos ya se han enamorado. —Llevó una mano a su boca, susurrando como si estuviera revelando un secreto prohibido.
—¿Qué dices? —Ladeó la cabeza, confundida.
—Seremos familia muy pronto. Considero que es mejor que nos conozcamos desde ya, ¿no te parece? No importa que arriba haya brujas queriendo destruirlo todo, aunque, hablando de eso, la historia de las brujas es fascinante. ¿Sabías que muchas ni siquiera sabían que eran brujas hasta que su magia se manifestó por primera vez? Hay diferentes tipos, cada una con dones super únicos. ¡Deslumbrante!
Cathanna arrugó el rostro; le resultaba una chica demasiado charlatana y, aunque en otro momento le habría dado igual, en ese instante solo necesitaba que mantuviera la boca cerrada, pues cualquier ruido era un motivo para ser descubierta por las brujas. Sin embargo, lo último que dijo le despertó una fuerte curiosidad. Había escuchado sobre la existencia de distintos tipos de brujas, pero no sabía con certeza cuáles seguían habitando el mundo en la actualidad.
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Editado: 01.12.2025