027 del Mes de Janesys, Diosa de la Vida
Día de la Llamas Eternas, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna y Maralyn eran arrastradas por un camino pantanoso que les ensuciaba los pies, custodiadas por la mujer y varias más que avanzaban tras ellas, con las lanzas presionadas contra sus espaldas, como si de peligrosas criminales se trataran.
Llevaban más de veinte minutos caminando y las piernas apenas les respondían, hundiéndose una y otra vez en el fango. De pronto, ante sus ojos, comenzó a levantarse una aldea, con casas altas de piedra y madera, que eran unidas por senderos empedrados. Decenas de miradas las seguían.
Las llevaron hasta una inmensa fogata, donde un animal entero se retorcía sobre el fuego, como si aún siguiera con vida. Allí fueron arrojadas al suelo. Cathanna cayó de rodillas, con el corazón golpeándole el pecho una y otra vez. Maralyn estaba de la misma manera, mirando el fuego con un rostro de pánico que solo asustaba más a Cathanna. Poco a poco, mujeres comenzaron a rodear la hoguera. Sus manos golpeaban con fuerza los tambores de cuero amarrados a su cintura, arrancando un ritmo repetitivo, que resultaba hermoso como aterrador.
Cathanna y Maralyn se miraron por unos segundos, antes de intentar levantarse, solo para ser arrojadas nuevamente al suelo.
—Te dije que debíamos subirnos a un gran árbol —le reprochó Maralyn a Cathanna—. Ahora entiendo a mi hermano cuando dice que eres una completa terca. Nunca haces caso a las buenas ideas.
—Ya deja de quejarte —dijo Cathanna, entre dientes—. Eres igual a tu hermano. ¡Insoportable! Y habladora. ¡Demasiado!
Los tambores se detuvieron, provocando un silencio tan fuerte que resultó incómodo. Un hombre envuelto en túnicas blancas se acercó a ellas con una taza llena de un líquido rojo que ambas reconocieron de inmediato como sangre. Con los dedos, comenzó a poner círculos en sus rostros. Cathanna y Maralyn se miraron confundidas, sin entender si aquello era una señal de muerte o de algo más. El hombre las tomó de los brazos y las ayudó a levantarse.
—Bienvenidas al Mediterráneo, foráneas —dijo con una sonrisa en el rostro, mientras unía sus manos llenas de sangre—. Mi nombre es Alit, sacerdote de la tribu. Soy el encargado de mantener el vínculo de esta tierra con todo el imperio de Valtheria.
—¿Mediterráneo? —susurró Maralyn entre dientes, poniéndose tras Cathanna—. Este sitio ni siquiera aparece en los mapas de Valtheria. Debe ser alguna trampa mortal. Les lanzaré rayos a todos.
—No tiene por qué existir en sus mapas —respondió él, aun con la sonrisa en su rostro—. Somos aquello que la corona intentó borrar con sangre. Pero aquí seguimos, más fuertes que nunca. Nada ni nadie podrá eliminar nuestro legado de la historia de estas tierras.
—¿Qué... qué quieren de nosotras? —se atrevió a preguntar Cathanna—. ¿Vamos a terminar como ese pobre animal sobre el fuego? No creo que mi carne tenga un buen sabor. Uso muchas cremas y… ya saben cómo queda la carne después de ponerle muchas cremas.
—No buscamos hacerles daño, solo queremos protegerlas —dijo Alit, tomándolas de las manos, tratando de darles seguridad—. Los gigantes salen en las noches a cazar, y si ven algún movimiento, se las llevarán directo a la boca. Es mejor que pasen la noche aquí, con nosotros. Así tendrán seguridad. En la mañana, podrán irse sin gigantes acechándolas.
—¿Cómo salimos del bosque? —curioseó Maralyn, entrecerrando los ojos.
—La única salida es por aquella por donde entraron —reveló Alit, levantando las manos.
—¿Qué significa eso? —soltó Cathanna, bufando.
—Me está diciendo que la única salida es... ¿Meternos de nuevo en esa corriente maldita? —examinó Maralyn, dejándose caer al suelo de forma dramática—. ¡Mierda! No haré eso de ninguna manera.
—¿Lo dices en serio?
Alit asintió y se dio la vuelta, no sin antes ordenarles que lo siguieran. La única razón por la que las había dejado con vida, y no convertidas en la próxima cena de la tribu, era Cathanna. Su piel, aunque no tan oscura como la de ellos, tampoco tan clara como la de Maralyn, era una señal de que sus antepasados habían pertenecido a esa tribu, y por esa razón no podían matar a uno de los suyos.
Sus pasos se detuvieron frente a un espacio con varias bancas, donde había niños sentados y una casa construida sobre un árbol. Comenzó a trepar sin ningún problema, mientras Cathanna y Maralyn se miraban confundidas, pero aun así decidieron seguirlo.
Arriba encontraron un lugar cubierto con sábanas hechas de pieles de animales dispersas por todo el suelo. Antes de marcharse, Alit les dijo que dormirían allí la noche. Poco después, una mujer subió con dos tazas que contenían un líquido extraño. Cathanna lo miró, sintiendo el asco crecer en su interior, pero se obligó a darle una sonrisa a la mujer que se fue al momento. Se miró con Maralyn, que se había llevado el líquido a la boca sin pensarlo tanto.
—Pruébalo, Cathanna —animó Maralyn, dejando la taza a un lado—. Sabe delicioso. Es como naranja con canela. Y... huevo. Sí. Creo que huevo. Mucho huevo. Pero igual, sabe muy bien.
—No tengo ganas de tomar nada ahora —dijo Cathanna, dándole la taza—. Tómalo tú. Por favor.
#8914 en Fantasía
#16699 en Novela romántica
#3118 en Chick lit
feminismo, mujerespoderosas, fantasía drama romance acción misterio
Editado: 01.12.2025