01 del Mes de Noctar, Dios de la Muerte
Día de Lluvia, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Cathanna salió de la habitación de Zareth con el pulso todavía alterado por lo que había sucedido entre ambos, lista para volver a la fortaleza. Pero entonces la vio: Airina también estaba saliendo de su habitación, con el cabello suelto y la expresión tranquila, como si nada en el universo pudiera incomodarla. Las miradas de ambas chocaron, y el aire se comprimió entre ellas, demasiado incómodo para ser real.
Ella frunció los labios, giró el rostro y decidió seguir de largo por el sombrío pasillo. Dio apenas dos pasos cuando un brazo la sujetó con fuerza, deteniéndola de golpe. Sus ojos bajaron al brazo, luego subieron lentamente hasta encontrarse con los ojos de Airina.
—¿Puedo hablar contigo? —pidió Airina, con una voz suave.
—¿Hablar conmigo? —repitió Cathanna, algo incrédula.
—Sí. —Airina la soltó despacio—. No es sobre nada malo.
Cathanna volvió a fruncir el ceño, pero asintió con la cabeza, incómoda. Airina le ofreció la mano y, tras dudarlo por unos segundos, con un mal presentimiento clavado en el pecho, Cathanna la tomó. Y entonces, el mundo se desvaneció a su alrededor, apareciendo en una torre alta, donde se podía ver todo el castillo con claridad. Era semejante a una terraza, solo que con barandas conectadas entre pisos.
Airina se sentó en una de las barandas, y Cathanna la siguió, poniéndose a su lado con las manos en su regazo. Esperaba que empezara a hablar, pero Airina parecía no tener intenciones de hacerlo, dejándolas sumidas en un silencio demasiado incómodo para ella. Cathanna movió un mechón de su cabello hacia atrás, torpe.
Decidió mirarla de reojo, notando rápido que Airina tenía el rostro tenso, los labios apretados y la mirada clavada en el panorama del castillo. Entonces sus miradas se encontraron, y Airina sonrió, mostrando los dientes blancos, procurando parecer amable, pero solo logró que a Cathanna le recorriera un escalofrío por todo el cuerpo.
No había estado tan cerca de un vampiro, y aunque siempre le parecieron criaturas interesantes —con un poder fantástico—, la realidad era que en ese momento necesitaba tenerla metros lejos.
—¿Por qué decidiste ingresar a Rivernum? —Airina rompió el silencio. Su voz salió suave y baja, pero con una pisca de sensualidad—. Eres una Elementista bastante poderosa. Valtheria posee muchas academias que podían pulirte para que, en el futuro, seas una maestra.
Cathanna tragó saliva, sintiendo cómo su pecho se apretaba.
—Rivernum… solo… —tartamudeó, llevando una mano a su cabello que se movía hacia adelante con el viento—. Fue una decisión de supervivencia. Y también de… de querer ser algo en la vida. —Soltó una risa nerviosa, acompañada por el temblor en sus labios—. Siempre me ha gustado servir al imperio, y qué mejor que estar en la academia.
Tragó con fuerza al girar la cabeza hacia el lago, evitando a toda costa la mirada intensa que Airina no le quitaba de encima.
—Eso suena tan noble —dijo Airina, con el mismo tono de voz, sonriendo—. Tienes un buen motivo para estar dentro de Rivernum. La academia necesita personas decididas como tú... ¿Cuál es tu edad?
—Yo… diecinueve. —Se pasó una mano por la nariz, incómoda.
—Eres muy jovencita. —Airina soltó una risa baja, casi irónica.
—Sí… supongo que sí —susurró, apretando los dedos sobre la tela del pantalón, buscando anclar su atención en cualquier cosa que no fueran los intensos ojos de Airina—. En poco tiempo tendré veinte.
—Te gustan los hombres mayores, ¿cierto? —preguntó, apoyando las manos tras su espalda, fingiendo estar despreocupada.
—¿Qué? —Cathanna frunció el ceño—. ¿Por qué esa pregunta?
—Te gusta mucho Zareth, ¿verdad? —cuestionó, curvando una ceja—. Es mayor que tú. ¿Te atraen los hombres que pueden darte cosas? Como sacarte en plena noche para llevarte quién sabe a dónde.
—¿Insinúas algo? —soltó, clavando su mirada en la de ella.
—Solo me pregunto qué le das a Zareth para que te trate de esa manera tan especial —soltó con burla, echándose el cabello hacia atrás—. ¿Será sexo, quizá? —Chasqueó la lengua con descaro, negando con la cabeza, tensando la mandíbula—. Es bueno haciéndolo, ¿verdad, recluta? Mmm… déjame decirte que todo lo que hace en la cama lo aprendió de mí. Cómo usar las manos, cómo usar la boca, cómo moverse… cada truco, cada detalle, por más pequeño que sea. Todo eso es gracias a mí. Si ahora te toca así, es porque primero me tocó a mí.
Cathanna sintió esas palabras como un golpe fuerte en el pecho. Notó el brillo furioso en los ojos de Airina, tan afilado que parecía capaz de arrancarle la piel… y lo peor de todo era que no entendía por qué. No entendía de donde salía tanto odio, tanta rabia dirigida hacia ella. Tanto desprecio, como si hubiera cometido un crimen inhumano.
Hasta ese momento, solo veía a Airina como una mujer obsesionada que no sabía controlar sus emociones —eso era lo que Zareth le hacía creer en cada conversación en el que ese nombre relucía—, pero ahí, frente a ella, con el eco de esas palabras en su mente, Cathanna percibió algo distinto. Sintió que había algo más escondido bajo toda esa rabia. Algo que él no le había contado. Airina no era solo una mujer incapaz de soltarlo. Había dolor. Y Cathanna, tragando duro, comprendió que estaba metida en un triángulo al que nadie la había invitado… y que probablemente era la única que no sabía la historia completa. La única que no sabía la verdad de lo que pasaba entre ellos.
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Editado: 01.12.2025