02 del Mes de Noctar, Dios de la Muerte
Día de la Tierra Quieta, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
El tiempo pasó rápido y Cathanna ya se encontraba en la habitación de Yzebelle, quien se estaba cambiando de ropa por un vestido negro que rozaba el suelo. Ya era momento de volver a Rivernum, y el miedo le oprimía el pecho. Se levantó despacio de la cama. Tomó aire al mismo tiempo que entrelazaba su mano con la de Yzebelle, y una bruma negra comenzó a surgir desde sus pies, envolviéndolas. En un parpadeo, aparecieron dentro del cubículo del baño de la rotonda. Yzebelle la abrazó con fuerza antes de desaparecer.
Cathanna respiró profundo y salió del cubículo. Para su suerte, todo seguía igual. No había nadie despierto, así que se apresuró a vestirse con el uniforme. Habían acordado que, dentro de una hora, Yzebelle volvería junto a una bruja susurrante para entregar la carta de retiro que ella había escrito. Solo esperaba que todo saliera bien.
Se acomodó el cabello en un moño improvisado, se puso las botas y, al final, decidió colocarse la túnica: hacía demasiado frío y se estaba congelando. Faltaba poco para que el amanecer llegara. Volvió a respirar, y se levantó de la cama cuando vio una sombra deslizarse por la pared. Reconoció la silueta de Yzebelle. Era la señal que esperaba.
Bajó las escaleras con cuidado para no despertar a nadie y salió de la rotonda rumbo a la oficina. Con cada paso, sentía una opresión extraña en el pecho, un mal presentimiento que la hacía respirar con dificultad. Aun así, decidió ignorarlo y continuar, tranquilizándose.
Cuando finalmente llegó, encontró a una mujer sentada frente a un escritorio, escribiendo en un pergamino. La mujer levantó la mirada justo cuando Yzebelle se materializó junto a otra figura: una bruja de cabello blanco y negro. La mujer del escritorio se levantó sobresaltada, provocando que la silla cayera al suelo con un golpe seco.
Kareine, como se llamaba aquella bruja susurrante, se colocó detrás de la mujer y comenzó a murmurarle al oído, paralizándola de golpe. Cathanna se quedó inmóvil, con la espalda pegada a la pared, bloqueando la puerta para impedir que alguien entrara. Con manos temblorosas, sacó la carta del bolsillo de su chaqueta y la dejó sobre la mesa mientras Kareine continuaba susurrando con más intensidad.
Los ojos de la mujer se volvieron completamente blancos por unos segundos antes de que se desplomara inconsciente en el suelo. Yzebelle respiró con tranquilidad. Se inclinó sobre ella, llevó la mano a su cabeza, y empezó a distorsionar todos sus recuerdos. Prontamente, agarró el brazo de Kareine y ambas desaparecieron en un destello.
Cathanna entendió de inmediato lo que había ocurrido. Apenas tuvo tiempo de esconderse detrás de las cortinas cuando un olor a hierro intenso anunció la llegada de alguien. Un hombre entró en la oficina acompañado de una mujer. Ambos se quedaron petrificados al ver a la mujer desmayada en el suelo, y después corrieron hacia ella.
—Dioses santos —exclamó la mujer.
—Dalia, ¿estás bien? —indagó el hombre, moviéndola.
Dalia comenzó a abrir los ojos, confundida, mientras Cathanna contenía la respiración desde su escondite, intentando pasar desapercibida. Cerró los ojos con fuerza. No alcanzaba a oír lo que decían, solo deseaba que se marcharan. Cuando los pasos comenzaron a alejarse y la puerta se cerró tras ellos, soltó un suspiro tembloroso.
Esperó unos segundos antes de salir de la oficina. Caminó rápido, casi corriendo, hasta llegar a la fortaleza. Apenas entró en la rotonda, quiso dejarse caer en la cama, rendida por el remolino de cosas que habían sucedido ese día. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, la puerta se abrió de golpe, sacándole un grito poco audible. Se levantó de la cama, mirando al piso de abajo, sujetándose de las barandas. Varios cazadores irrumpieron en la rotonda. Todos eran hombres. Llevaban rifles en las manos, como si estuvieran listos para dispararle a cualquier cosa que estuviera fuera de lo establecido, y gritaban órdenes al mismo tiempo, por lo que nadie les entendía nada.
Ellos subieron las escaleras al tiempo que muchos de sus compañeros se levantaban. Miró como uno de los cazadores arrastraba a una de sus compañeras del brazo hasta llevarla al piso de abajo. Cathanna retrocedió, pero uno de ellos también la sujetó del brazo con brusquedad y la arrastró hacia abajo, donde, poco a poco, sus compañeras ya estaban siendo alineadas de rodillas frente a los cazadores, como si hubieran cometido una infracción imperdonable.
Cathanna buscó desesperada a Shahina, que tenía una expresión de pánico total pintado en el rostro. Quiso levantarse, pero el hombre frente a ella la obligó a seguir de rodillas con un movimiento violento. Ella soltó un gemido bajo, mirándolo con aborrecimiento. Entonces, el verdadero horror comenzó. A una de las chicas le rasgaron la camisa de un tirón, y uno de los cazadores empezó a revisar su cuello, los brazos, el cuerpo entero, buscando algo que Cathanna no comprendía aún. Sintió el estómago revuelto y las manos congeladas.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó una de las chicas.
—Empiecen de una vez —ordenó un cazador, ignorándola.
Uno a uno, ellos fueron revisando a las mujeres, hasta que llegó su turno. Cathanna trató de resistirse, de zafarse del agarre, pero otro cazador la tomó del cabello y la empujó al suelo bruscamente, obligándola a recostarse boca abajo. Le arrancaron la túnica de un solo movimiento, luego la chaqueta, dejándola completamente expuesta.
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Editado: 01.12.2025