Mi madre me dicta las direcciones con el valor de los pedidos y me coloco el casco con rapidez. Son cuatro. Para mi suerte, me quedan todas de camino así que no debo desviarme, creo que puedo tomar una ruta sin mucho tráfico, lo facilitará más, así será mucho más rápida la entrega. Odio cuando tengo que tomar muchas rutas.
En otras ocasiones es molesto, están muy apartados uno del otro, me hace recorrer más camino, por lo que quedo atrapada en el tráfico, lo cual me angustia porque si los fideos se enfrían ya pierden el gusto, entonces los clientes se quejan, por lo que procuramos entregarlos lo más frescos posible.
Organizo los empaques por orden para repartirlos y aseguro la caja de la moto.
-¡Ya vuelvo! –grito subiéndome en la moto.
-Cuidado te accidentas hermanita –responde Sebastián. No sabía que ya volvía de la universidad.
Enciendo la moto y…
-Y tú gradúate rápido, ¿o piensas repetir más materias? –me burlo haciéndole una mueca y me pongo en marcha.
Sé que me gritó algo, pero no alcancé a escucharle. Tampoco importa, tengo la razón y él lo sabe. Hace dos semestres que debió haber terminado las materias, se atrasó mucho y no es que se le note haciendo muchos esfuerzos por terminar la carrera rápido, más bien va por ahí muy tranquilo. No me imagino el momento en el que ya solo le falte la tesis, se demorará otros 2 años para que se la acepten y esté lista para sustentación.
Las calles brillan junto con el fuerte sol, pero no lo suficiente para calentar. El viento frío se impone, se apresuró el invierno a diferencia de los años anteriores, así que tienes que abrigarte desde mucho antes de lo que acostumbras. Por eso, el abrigo grande me acompañará hoy también. Y… sí, llevaré mi gorro.
El clima no impide nada. Los abrigos compensan el frío junto con las risas que ahora inundan las calles de los que caminan acompañados, igual que ayer y parece que también de los que van solos, sus rostros se ven felices. Supongo que los aires de fin de año contagian a cualquiera. Dan ganas de repartir amor, como de abrazar, sonreír, compartir, solo buenas vibras, al menos eso se percibe. Aunque quedan algunos grinch por ahí que no han tenido la oportunidad de disfrutar como se debe.
El tintineo de la puerta le avisa a Teresa que alguien ha entrado, por lo que dirige su mirada hacia la puerta y en cuanto me ve amplia una sonrisa de oreja a oreja.
-Justo estaba pensando en ti.
-Me extrañaste, lo sé –le devuelvo la sonrisa-. ¿Qué tienes en mente?
-Pues, ¿recuerdas a Daniela? –pregunta mientras ojea el inventario de libros.
-Sí claro, tu hija, ¿no?
-Exacto. Irá a Francia para unas vacaciones de fin de año.
-Que glamoroso –respondo con un suspiro.
-Sí, y me ha comprado un tiquete para que vaya con ella –me mira por encima de sus gafas sonriendo como una niña pequeña.
-¡En serio! –mis labios se abren formando una o-. Es genial, irás ¿no es así?
-¡Claro que sí! Además, necesito verla y a mi nieto…
-Espera, espera -la interrumpo-. ¿Nieto? ¿Tiene esposo?
Eso no me lo esperaba. Ella siempre me había hablado de su hija, lo bien que le iba en el extranjero. Los negocios internacionales le abrieron muchas puertas, las aprovechó y quedó en una empresa excelente, además de que disfrutaba muchísimo, ya ha visitado un poco más de 5 países en un lapso de 2 años y de cada uno, le enviaba un regalo a Teresa, eran preciosos. Pero nunca, nunca mencionó algún chico o noviazgo.
-La verdad es que no te comenté, yo sabía que tenía un novio, siempre me dijo que era maravilloso, alcance a verlo en una fotografía. Hace unas semanas me lo contó, su relación no funcionó –su tono se oye débil y triste-. Ella está recuperándose, le dio muy fuerte. Por eso es que necesito ir y pensaba que mientras estoy fuera tú podrías hacerte cargo de la librería.
-¿Qué? –mis ojos están como platos.
Es demasiada información para procesar en tan solo unos segundos.
-Te pagaré y todo –me propone con mucho entusiasmo-. Eres la indicada para esto. Es mi única hija y no quiero dejarla sola en estos momentos.
-Pero es que yo…, no, no sé cómo llevar una librería y esta es un poco grande –niego con mi cabeza, me siento aturdida.
-Te enseñaré, te dejaré una lista con todo lo que debes hacer aquí. Por favor –me suplica tomando mis manos heladas, pero las ignora. Importa más lo que me pide.
-¿Y Manuela? Ella puede quedarse a cargo, es mucho más concentrada, lista y, y…
Me quedo sin palabras. No sé qué más decir, pero estoy segura de que Manuela puede hacer ese trabajo mejor que yo.
-No, ella no -niega con seguridad-. Este trabajo es para ti, ella seguirá aquí pero para ayudarte. Tienes que ser tú.
-Sabes lo despistada y torpe que soy, terminaré por arruinarlo.
-Por favor Ann -me ruega-. Por favor.
La miro, luego, dirijo la vista a todos los que están leyendo, los que toman un café, chocolate o sus extrañas combinaciones de bebidas y viajan a otro mundo, mientras se olvidan de los problemas, se ríen o se conmueven con la historia que leen, aquellos que vienen acompañados y cuentan emocionados la novela que los atrapó. No imagino esto cerrado por varias semanas. Es importante para Teresa, para los que vienen aquí y para mí.
Solo tardo unos segundos en conseguir la respuesta. No es difícil, tampoco necesito pensarlo dos veces. Esto tiene un significado especial e importante, lo que me lleva a no dudarlo, aunque sé que terminaré por arrepentirme de esto. A pesar de que se lo que debo hacer, no estoy hecha para estas cosas, me asusta, ni siquiera me he atrevido a manejar el restaurante de mis padres por lo mismo, solo me dediqué a entregar los domicilios.
-Lo haré.
Afirmo y sonrío débilmente. No sé en qué me metí, pero lo haré.
Me abraza fuerte y no para de agradecerme.