La asistente indomable del jefe

Capítulo 10.2

Sigo a Podolskyi y me obligo a enterrar en mi memoria el “striptease” de anoche. Lo hizo a propósito, claro, para que hoy y durante los próximos días esos recuerdos me punzaran como agujas, haciéndome pensar solo en él.

Y lo logra. Tengo la cabeza llena solo de su imagen. ¡Él es lo único que me importa ahora!

Sacudo la cabeza. Tengo que sacarlo de ahí. Concentrarme en otra cosa... Natalia, recuerda la apuesta y el club.

Eso me calma un poco. Me acuerdo de cómo empezó todo, y su provocación sensual ya no me domina la mente.

Cinco minutos después, estamos sentados uno frente al otro, desayunando.

Él come panqueques con té, y yo opto por avena, pero sin frutas secas ni miel. Pedí que la trajeran sin nada. Cuando me la sirven, le echo sal generosamente.

Pasha me observa con atención, y cuando además le agrego pimienta negra por encima, no puede ocultar su asombro.

—Tienes gustos curiosos. Es la primera vez que veo a alguien comer así. ¿No quieres echarle también un poco de mostaza?

—Me gusta así —respondo mientras revuelvo—. No me agrada la comida dulce.

—¿Ni siquiera el chocolate?

—Pues… —me detengo un segundo y bajo la cuchara—. Puedo comerme uno o dos bombones, pero no más.

—Qué raro. La mayoría de las chicas adoran los dulces. Eres muy poco común...

—¿Y por eso quieres llevarme a la cama? —levanto la mirada y meto otra cucharada de avena a la boca. Le falta sal. Vuelvo a tomar el salero.

—Puede ser —contesta él, alzando su taza de té—. Además, ya te lo dije: me gustas.

—Y tú a mí, no —pruebo la avena otra vez. Ahora está bien. —Y ser la amante del jefe me parece patético.

—Aún me queda mucho tiempo para hacerte cambiar de opinión —dice con total calma.

—Trescientos cincuenta y cinco días.

—¿Encima los cuentas? —se sorprende.

—Por supuesto —miento—. Tengo un calendario y espero el día en que nos organices una fiesta a mí y a mis amigas.

Nos miramos fijamente. Esta vez soy yo quien lo está provocando. Puedo ver que mis palabras lo irritan, aunque intenta ocultar su molestia tras una máscara de indiferencia.

—Ya veremos —responde con apatía, apartando la mirada hacia la ventana mientras bebe su té.

Podolskyi parece pensativo.

Me intriga… ¿Qué estará pasando ahora mismo por su cabeza? ¿Qué ideas le dan vueltas?

Cuando termino la avena, agarro la taza de café. Su aroma es delicioso, y al probarlo, acaricia suavemente mis papilas gustativas. Y justo en ese momento, recuerdo algo… pero antes de soltarlo, pregunto:

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Él, que sigue mirando por la ventana, gira hacia mí y asiente.

—¿Por qué nunca tomas café? Siempre lo pides en las reuniones, pero jamás lo tocas.

—Porque no me gusta —responde sin más. Luego su expresión cambia, se le nota un leve interés—. ¿Lo notaste?

—Es que es difícil no notarlo. Solo desperdicias café…

—Y tú, tiempo —me lanza de vuelta.

Y otra vez lo lleva todo a su terreno habitual. ¿De verdad no entiende que no va a lograr nada? Sí, ayer nos besamos, y sus manos se pasearon un poco por mi cuerpo, pero fue una estrategia de mi parte: solo quería quitarle la llave.

No le contesto. Giro la cabeza hacia el otro lado y sigo tomando mi café. Ahora entiendo por qué el del despacho siempre sabe tan… insípido.

Cuando terminamos de desayunar, salimos del hotel en silencio.

Afuera, el clima es insoportablemente gris. Nubes densas cubren el cielo y una llovizna constante lo empapa todo. Me estremezco ante el panorama tan deprimente.

—¿Tienes frío? —nota mi reacción el jefe.

—No —lo niego—. Simplemente detesto este clima.

—¿Prefieres el sol?

—Sí.

—¿Entonces eres de las que disfruta tomar el sol en la playa?

—Depende del ánimo —doy el primer paso y me doy cuenta de que podría ir sola hasta la óptica, pero sé que será imposible librarme de Podolskyi. Así que ni siquiera lo intento.

Solo caminamos. Me alivia que no intente tomarme de la mano, pero claro... De pronto me agarra y me jala con fuerza, casi me hace caer.

—¡No te he dado permiso para eso! —protesto.

—¿Y tú quién te crees para cruzar en rojo? —responde tranquilo. Y entonces escucho el silbido de un coche detrás.

Giro la cabeza hacia él y me congelo. Algo rojo acaba de pasar volando por la calle. Podría haberme atropellado...

—¿Ahora entiendes lo que pudo pasar? —me reprende.

—Ajá… Gracias.

Podolskyi no dice nada, y yo no retiro la mano. Supongo que ahora no es el mejor momento para tentar al destino… estoy un poco alterada.

Finalmente entramos en la óptica. No hay nadie, salvo una chica tras el mostrador que claramente se está aburriendo. Cuando nos ve, cambia la expresión y nos recibe con entusiasmo:



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 06.08.2025

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