La cabeza de Annie Stevens

Quejas y cosas difíciles.

—Te lo digo, te lo digo y te lo repito, joder, es una mujer increíblemente desesperante.—Mis manos atravesaron mi cabello, sentía frustracción.

—¿Más que tú? Lo dudo.—Matt cogió una rebanada de pizza y se la llevó a la boca riendo.

—Me evitó el tema cuanto pudo ¿Tienes idea de lo difícil que es conseguir una hora de su maldito tiempo?—Sentía la cólera subir hasta mis oídos y estallar estruendosamente como la liberación de gas en un tren.

—Claro que tengo idea, yo te conseguí la cita con ella, quizá lo olvides, pero es amiga de mi madre.—Los dedos de Matt se deslizaban por la pizza con gracia, pero resultaba extraño cuando esta llegaba a su boca, tornándose asqueroso.

—¿Podrías conseguirme otra cita?—Hice la mejor expresión de ternura, esperando que Matt aceptara.

—¿Qué fue lo que ella te dijo?—Matt se chupaba los dedos.

—Que llamara, iba a conseguirme un espacio.—Sentí algo de pena entonces.

—¿Y por qué no lo haces?—Matt me acercó la pizza, esperando que tomara una de aquel lugar.

—¿Sabes que la pizza en Francia no se consume con catsup?—Traté de desviar la conversación.—Te creerían inculto y tonto.

—¿Vas a llamarle o no?—Matt me miró inquisidoramente, entonces cedí.
El teléfono sobre mis manos temblaba, era algo molesto, jamás me había sentido tan terriblemente nerviosa.

—Oficina de la señorita Annie Stevens ¿En que puedo ayudarle?

—He visitado a su jefa esta mañana, me ha dicho que llamara nuevamente para agendar una cita.—Mi voz no sonaba convincente.—Es clasificado y de suma importancia, necesito comunicarme con ella cuanto antes.—Agregué.

—Veré que puedo hacer ¿Podría decirme su nombre?

—La señorita Stevens sabe de que se trata. 

—Un momento, por favor.

Resulta impresionante todo lo que puedes lograr con algo de determinación.

—¿Señorita Skins?

—La misma ¿Me ha resolvido algo?

—La señorita Stevens va a recibirla mañana por la tarde, alrededor de las cinco, sea puntual por favor.

—Ahí estaré.

La disponibilidade de la señorita Stevens me era favorable, aunque causara en mi cierta sensación de inseguridad.

—¿Tu madre y ella se llevan bien dices?

—Supongo que son relaciones diplomáticas, mi madre espera agradarle a todo mundo.

—¿Alguna vez la visitaste?

—Por supuesto que no, no he conocido a una sola persona que haya conseguido visitar su casa.

—¿En verdad?

—Se dice que guarda complejos aparatos de tortura en su armario, y que un paso en falso podría enviarte directamente a un calabozo.—Matt elevó sus manos haciendo señal de asustarme.

—¿Bromeas?

—Por supuesto que si, tonta.

Cuando terminé de cenar, me despedí de Matt y él se fue a casa, dejándome llena de pensamientos atormentados entre si, acerca de como procedería con la señorita Stevens, incluso llamarla señorita sonaba ridículo, si pensamos en que había estado casada dos veces y me doblaba la edad.
Finalmente me decidí por anotar las preguntas en un papel, necesitaba que todo estuviera listo para antes de finales del mes, tenía el tiempo encima, y si quería conseguir de Annie cierta información útil, tenía que esforzarme, volverme perspicaz, ganarle mentalmente.
La noche pasó rápido, estudié incansablemente mis preguntas y apenas pude, decidí dedicarme a mis tareas, desvelándome hasta quedarme dormida.
Por la tarde, mis tacones repiqueteaban en el suelo pulcro de aquel vestíbulo, esperando que la señorita Stevens se dignara a abrime la puerta para concederme una segunda oportunidad.

—Señorita Skins, la esperan tras la puerta de madera.

Y ahí estaba, con decisión pero muriendo de miedo otra vez.

—Por supuesto, gracias.—Le sonreí a la castaña que atendía los teléfonos.

Había usado un vestido negro, desconocía realmente la razón, pero estar delante de Annie Stevens implicaba una ocasión especial esta vez, después de todo, entre menos aspectos de mi persona le dejara a su ojo crítico, más rápido podría avanzar con mi entrevista, enlisté mentalmente mis prioridades, averiguar sobre su imperio, sobre su maravillosa cadena hotelera, y nada más.

—Entras, preguntas y sales.—Repetí en voz baja para mi.

Con decisión, abrí con ambas manos aquella puerta, haciendo que mi entrada resultara más dramática de lo habitual. Mierda.

—Señorita Skins, pase por favor.

Un joven no mayor a treinta estaba sentado junto a Annie, esperando por mi llegada.

—Buenos días, espero no haber llegado en mal momento.—Con elegancia me acerqué a Annie y al desconocido joven.

—Perdone que introduzca mis narices en donde no me llaman, pero en todo caso deberían ser buenas tardes.—El joven sonrió con burla.

Apostaba que mi rostro se había tornado en diez mil tonalidades diferentes de rojo.

—Espero que no le moleste, invité a mi hijo, ha sentido curiosidad por conocerle.

—Encantada.—Le extendí la mano para saludarlo, a lo que él respondió levantándose y depositando un suave beso sobre ella.

—Si me permites, Adam, necesito hablar con la señorita a solas.

—Aunque privarme de tal deleite visual me sea poco aceptable, respeto tu autoridad sobre mi persona aún, madre.

Y el chico salió de aquella habitación, no sin antes dedicarme un guiño, un desagrable guiño.

—Me disculpo por él, aún es una persona insolente, se parece a su padre, sin nada de orden, y precario perfeccionismo.

Fue allí donde vi mi oportunidad.

—¿Su esposo le era desagradable?

—De serlo, no me habría casado con él.—Annie sonrió mientras se levantaba del blanco sofá en busca de una botella de vino.—Tenía sus fallas, cierto, pero era agradable pasar tiempo con él cuando quería escapar de las presiones del trabajo.—Sirvió entonces una copa, y luego de esta, una para mi.—¿Tú tienes presiones, querida?




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