La cabeza de Annie Stevens

No consanguíneo.

—Yo sé que usted disfruta al verme confundida, porque eso hacen las personas con poder, pero por favor, no juegue conmigo, un día bastante pesado he tenido ya.

Hice acopio de toda mi compostura, esperando representar una pizca de autoridad para esa mujer, pero fue inútil mi actuación, y más inútil procurar que mis palabras no temblaran, el bar me causaba inquietud, y olía a mojado.

—Disfruto de muchas cosas, querida, pero tu confusión no es una de ellas, es más, preferiría verte segura en todo momento, que es más interesante, y que resulta también entretenido.—Annie sonreía, mantenía su compostura, pero se removía incómoda en la silla.

Las sillas del bar eran extremadamente incómodas, banquitos altos con asiento de madera, con falda te sudaban las piernas, mientras que los huesos de las nalgas te empezaban a doler luego de un rato. Estaba ahí, sentada con Annie, y en lo único en lo que podía pensar era en su extraordinaria compostura para su edad e incomodidad. Sin embargo, luego de una media hora durante la cual no tocó tema alguno, nos movimos de lugar.

Estaba ahí, mirándome con sus ojos verdes, arqueándome las cejas y haciéndome sonrojar, pero me sentía tranquila porque mi trasero había dejado de doler, aunque mis piernas no de sudar. Teníamos las silla más al fondo del bar, era una mesita sucia, con sillones rojos de piel, que olían a recién pasados por desinfectante.

—Quiero saber si puedo confiar en ti.

Yo sabía que cualquier periodista le habría dicho que sí, ya fuese por el interés de saber, o porque simplemente era encantadora, sin embargo parecía demasiado inteligente como para preguntar algo así, y me sonaba a que quería timarme otra vez, me sonaba a que con su experiencia y su actitud hacia mí, no iba a a hacer más que humillarme.

—Yo quiero creer que cuando te veo, veo a una mujer inteligente, con tu posición y tus millones, no deberías preguntar, porque la respuesta ya la sabes.

—Entonces si puedo, espero.—Annie se acercó a mi.

Acostumbraba  a hacer de tus respuestas, sus respuestas, con todo el descaro, podía preguntarte algo, y le daba igual lo que dijeras, igual hacía su voluntad, es lo que pasa con las personas ricas.

—Dime ¿No te parece que mi rostro es familiar?—Annie me esbozó una sonrisa.

Ahora que lo decía, cuando la ví por primera vez, tuve la impresión de verla antes.

—La he visto en revistas, internet, televisión, lo impactante sería que no me lo pareciera.

En su mirada vi molestia, pero luego se dulcificó.

—Supongo que tienes razón, dime, Samantha ¿Ha sido suficiente por hoy? Es tarde, tengo mucho que hacer.

Aun no había conseguido material decente para publicar, pero se notaba molesta, debajo de la máscara.

—Creo que aun no tengo información suficiente, recuerde, que mi intención principal, siempre fue entrevistarla, no salir por unas copas.

Esta vez decidió no tratar de ocultar su enojo.

—Te haré una cita al Lunes ¿Qué dices?

—Falta bastante.

—Te daré toda mi mañana, mi día si quieres.

Sonaba tentador, yo tenía para ese entonces, muchas preguntas, pero el tono de su voz, y sus entrecejo fruncido, me hicieron ir con cuidado.

—Me basta con un par de horas.

—Te espero a las 6, entonces.—Se puso de pie y me miró desde arriba. —Y... Samantha, espero que lleves algo de beber.

Y ya me comenzaba a imaginar gastando gran parte de mis ahorros en una botella más cara que lo que podía comer en dos semanas.

Seguí bebiendo un rato, el bar era algo que podía costearme, y ahora que lo pensaba, ella se había ido sin pagar.

Revisé mis bolsillos, pero ya iba corta de fondos, y no pude hacer más que llamar a Matt.

No me contestó.

Decidí dejarle un mensaje, esperando que me rescatara, o tendría que dejar mi reloj.

Cuarenta minutos después, el encargado del bar, se acercó a mi, para decirme que habían llegado por mi, y que mi cuenta había sido pagada.

Matt tenía los ojos cansados, y el pelo revuelto, pero estaba feliz de verme, como siempre.

Me había comprado flores.

Y de alguna forma, eso había mejorado mi día, notablemente.

Hablamos mucho camino a casa, me contó que se había quedado dormido, pero que de alguna forma había despertado pensando en mi, unos minutos después de que le envié el mensaje.

Me dijo que estaba viendo una película preciosa, pero que no había podido terminarla.

Prometimos verla juntos por la mañana del domingo, con palomitas de extra mantequilla.

No pude dormir, en mi cabeza resonaban las palabras de Annie.

Yo estaba segura de que nadie quería matarme.

Casi segura.

Muy poco, de echo.

Recibí un mensaje a las 4:30.

"Sal de casa, ahora."

En la calle, se comenzaron a oir disparos.

A mi móvil comenzaron a llegarle montones de mensajes.

"Sal de casa."

"Ahora."

"Tienes que salir."

Había gritos.

"Salgan por la puerta trasera, hay un auto esperando."

Matt se acercó a la ventana, las luces de las casas cercanas estaban apagadas, y si, había un auto.

"Irán por ti en cinco minutos."

"4:35"

Me levanté de la cama, y me puse las pantunflas.

—¿Qué haces?

—Tenemos que irnos.

—¿Qué dices? ¿Has escuchado lo que hay afuera?

—De verdad creo que tenemos que irnos.

—¿Por unos mensajes? ¡Samantha! ¿Qué te hace pensar que estarás más segura saliendo de casa?

—Ven conmigo.

—¿Has oído de los secuestros, Samantha?

—¿Qué podría tener yo que a los secuestradores les interese?

—¿Y que hay de la venta de órganos? ¿O de la trata de blancas? Vuelve a la cama y aléjate de las ventanas.

—Matt, tenemos que salir.

—Llamaré a la policía. Nos quedaremos aquí. No voy a permitir que expongas tu vida por un poco de caos.




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