Buenos días, querido Londres. No se imaginan el escándalo que les traigo nada menos que la hija del vizconde de lexington encima de nuestro querido héroe, el Marqués de suffkol, y ya les dije ni siquiera hemos empezado esta temporada y ya muy pronto tendremos boda.
Revista secretos de sociedad
Había pasado dos semanas luego de aquel inoportuno momento, Alice se sentía desdichada y su padre le había quitado lo único que en sus largas tardes había pasado: paz y tranquilidad, el la había acusado de liberal, se había burlado de sus principios. Todavía no entendía que tenía en contra de ella querer ser más allá que simplemente su hija y la esposa del hombre que la desposaría, quería sobresalir por ella por sus medios.
Ella había intentado comunicarse con Luicis pero aquel hombre parecía ignorar sus cartas, estaba ansiosa y ella tampoco deseaba aquel matrimonio, no quería amarrarse con él en todo sentido. Aquel hombre era guapo, inteligente y caballeroso, durante un tiempo había estado enamorada de él y quien no lo estaría, era atractivo y sobretodo lo que más le gustaba es que compartía sus ideales a diferencia de muchos hombres de la aristocracia, que solo deseaban mujeres obedientes y sumisas.
Tenía claro que sabía poco del mundo, de lo que sucedía en las calles y de las necesidades de las personas que desafortunadamente no tenían los mismos privilegios, aquello se podía catalogar como una bendición, pero sin embargo quería encontrar esa libertad para vestirse, para ir a donde quisiera.
Amanda observó con petulancia a Alice, había deseado que hubiera caído por aquel balcón, pero sin duda era resistente y la desgracia tenía mucha suerte que el marqués de suffkol la haya escuchado pidiendo ayuda.
—Alice— entró en el pequeño saloncito que el padre de esta le había concedido, la aludía sin ánimos de entrar en una acalorada conversación —le di un asentimiento de cabeza, Amanda se sentó a su costado—. Sabes lo que dicen mejor: tener al novio controlado que ande de don Juan con las mujeres.
—No estoy para los juegos madre, ¿Qué desea?—preguntó.
—Te he hecho un favor—dijo con ademán de manos como si aquello no fuera la gran cosa—. Tu prometido se niega a contestar tus cartas, pero sé que le suplica a la hija del Marqués de Derby una oportunidad para hablar; como una buena madre que soy. He decidido intervenir —dijo con audacia—, como dicen el dinero mueve todo, así que le pedí a una de las sirvientas que intercediera las cartas que él enviara y que ella enviara, aquí están las que se enviaron estos días.
Sin más que decir, le tendió tres cartas, las tomó con desconfianza. Sabía que aquello estaba mal pero no se suponía que tendría que decirle hablarlo con ella, al menos se merecía ese decoro.
Aqui estoy escuchando tu voz o
Imaginando que lo hago, porque no puedo negar que te extraño que siento mi corazón estrujarse cada vez que te recuerdo tus besos, tus caricias, toda tu vida.
Pasar las largas noches imaginar que te tengo a ti, amada mía, y martillarme pensar en lo injusto que ha sido el destino, yo debería entregarte todo mi corazón a ti, te pido, no, te suplico, que me recuerdes en las noches largas y te aseguro amor mío que el destino no sera tan cruel con nosotros; espero asi poder amarte en otra vida...
Recuerdame siempre.
Me alegro que hayas aceptado vernos, espero verte en mi casa hoy a las dos.
Luicis Marqués de Suffolk
La joven no sabía como sentirse, él le había mentido, la había traicionado aunque sabia que no podia obligarlo a amarla; pero sentia desilucionada por un momento pensó que si podrian llegar a amarse, y tan bien se sintio conaternada si no fuera sido por la idea de su madre no sabria de esta carta que tenia entre sus manos, de repente se sintio colérica, la habia engañado como a una tonta sintio pequeñas lagrimas empañar sus ojos, pero se negó a derramar una sola lagrima.
—Bethy—llamó a su doncella, arrojando la carta al fuego de la chimenea.
La doncella entró rápidamente al cuarto de la joven.
—Dígame, mi lady.
La pobre sintió estremecer ante la sonrisa altanera de su ama, jamás la había visto de esa manera. Solo conocía una persona capaz de sonreír asi, y era la madre de esta.
—Dile al cochero que prepare el carruaje, vamos a hacer una visita al Marqués de Suffolk.
Observó a su doncella marcharse y decidió ponerse el vestido más hermoso de su guardarropa; aunque no le gustaría tenía que jugar sucio, era eso o ser la burla de toda la alta sociedad, por eso tenía que asegurarse que el marqués se casara con ella.
Lejos de allí, el duque se encontraba pensando en aquella dama, sonrió pensando en ella noche y día, aunque sintió un enorme estrago al enterarse que se había comprometido con aquel estúpido Marqués.
Dando un trago a su bebida, jurando que hallaría una forma de impedir aquella boda. Aquel hombre conocía su más grande secreto, algo que ocultaba de todos, tal vez aquello fuera suficiente para tambalear el mundo de aquella jovencita.
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