En alguna esquina de la habitación, el zumbido desesperado de una mosca atrapada en una espesa red de telaraña era lo único que podía entretenerla. La vibración de la reciente captura se extendió a lo largo de los hilos y llamó la atención del arácnido, que no dudó en ir a su encuentro para darse un festín. Cuando la araña llegó hasta su presa, la inmovilizó lo suficiente y luego comenzó con la labor de una hábil costurera a tejer y a envolverla en un grueso ovillo. Jade, desde su posición recostada boca arriba sobre la cama, era testigo del cruel final de aquella mosca. Apenas había logrado conciliar el sueño durante unas breves horas y, cuando de repente despertó, este ya nunca más regresó.
Era el amanecer, pero las nubes continuaban demasiado oscuras allá afuera; y oscuro, constituía sinónimo de peligro, por más que fuera de día. Y como cada día, debía alistarse para ir a trabajar. Destapó la manta que la envolvía descubriendo el fino camisón de seda que, a causa de una ráfaga intempestiva de viento que se abrió paso a través de la ventana, reveló gran parte de su abdomen. Allí, unas líneas oscuras que se extendían hacia su bajo vientre, contrastaban con lo pálida que era su piel. Recorrió con la punta de los dedos el camino que tomaban sus cicatrices. No le desagradaban, pero le traían un amargo recuerdo del pasado, aquel que tanto había luchado por olvidar: su intento de asesinato.
Fue su prometido, su propio prometido, quien muchos años atrás empuñó una filosa navaja y estuvo a punto de arrebatarle la vida; si no fuera por su condición especial, gracias a la cual pudo sobrevivir. Por aquel entonces, los médicos se aferraban a la idea de un milagro divino, ya que no podían hallar una respuesta lógica a los impulsos de supervivencia de la chica y a su curación inesperada. Para ellos, debió actuar la fe. Sin embargo, Jade no logró disipar sentimientos vengativos durante los años siguientes e, incluso hasta el día de hoy, espera cobrar venganza.
Se levantó de una buena vez y se arregló para ir medianamente presentable a la fábrica Secord, una industria pionera en calzados en Scrapton. Apartó las escasas prendas que colgaban de su perchero y tomó el uniforme entre sus manos. Primero extendió la camisa blanca sobre la superficie de la cama y la alisó con las manos. Luego sacó el pantalón marrón oscuro y procedió a vestirse. Por último, extrajo su campera de cuero negra, ya que en esa fábrica siempre solía hacer inexplicablemente mucho frío.
Tomó un desayuno liviano y luego salió de su departamento. Sus pasos produjeron ecos metálicos a medida que descendía por la escalera de tipo caracol hasta la entrada del edificio. Una vez en plena calle, alrededor de las 5:40 a. m., siguió el camino hacia su lugar de trabajo. Aún estaba de noche y una persistente neblina escondía los pocos vehículos que permanecían estacionados y rodeaba a algunos árboles desde el suelo hasta la base de la copa. La luz de las farolas producía una tenue iluminación que inquietaría a más de una persona que tuviera más de diez cuadras por recorrer. Como Jade acostumbraba a hacer todo el tiempo, olfateó moviendo ampliamente sus fosas nasales para detectar algún peligro cerca. Y así transitó en guardia todo el camino hasta llegar a su destino.
La fábrica Secord, con sus apenas cuatro pisos y rústicos ventanales enrejados, se alzaba tímida en la ciudad ya que no destacaba entre las demás estructuras de gran altura y bellos detalles arquitectónicos. Era un edificio que ocupaba media manzana con su fachada de ladrillo a la vista y con un techo de poca caída. Un gran portón de chapa que se maniobraba de forma manual servía de entrada. Jade lo atravesó con sus manos en los bolsillos y se dirigió como cada día a la secretaria encargada del mostrador gigante donde se disponían las materias primas.
—Buenos días, Jade —le sonrió la secretaria—. Hoy te toca confeccionar cinco pares de zapatillas, como siempre —depositó los elementos necesarios sobre los brazos extendidos de Jade.
—De acuerdo.
Asintió a la secretaria y fue hasta su puesto de trabajo, un pequeño cubículo rodeado de mamparas que se elevaban hasta un metro y medio de altura. Sobre la amplia mesa había una máquina de coser industrial fija, tijeras resistentes, hilos de varios colores y agujas de distintos tamaños y puntas con diferente terminación. Depositó los elementos dispuesta a concentrarse cuando sus fosas nasales detectaron un olor en particular. Jade se sintió nerviosa y en un estado constante de alerta, como cada vez que le ocurría cuando esa persona desprendía esa fragancia inconfundible a flores.
—Hola —se presentó Iris sonriente—. Parece que hoy nos toca lo mismo —señaló moviendo los elementos que también tenía en sus brazos.
—Así parece —contestó Jade secamente.
Entonces se puso manos a la obra tratando de ignorar lo máximo posible a su compañera. Trató de concentrarse lo más que pudo y respondió con monosílabos cortos a Iris durante la confección de la suela de la zapatilla. Aunque se desconcentró en un momento donde la conversación se puso realmente interesante. Enhebró la gruesa aguja y se pinchó derramando un pequeño hilillo de sangre.
—¿Cómo es que decías? Lo siento, no te escuché —dijo Jade ocultando su herida.
—Que... —Iris se quedó hipnotizada. A Jade no le pasó desapercibido cómo Iris miraba la sangre en su dedo—. Que en la fábrica espantan —terminó de decir relamiéndose los labios.
Jade sacó un pañuelo y limpió su dedo. Luego lo guardó en su pantalón. El intenso interés de Iris por su herida había desaparecido.
—¿En serio?
—Sí. Y no solo en esta fábrica. Hay novedades de que también espantan en otros lugares de Scrapton.
Jade hizo una mueca, pero Iris continuó bastante segura de lo que decía.
—Pregunta a nuestros compañeros. Todos te dirán que han oído o percibido cosas...
—Está bien. Te creo.
—¿Me crees? —se asombró Iris.
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Editado: 12.10.2024