La esperanza del mundo en forma de colmillos

Capítulo 3

Iris era una vampira, no podía tratarse de otra cosa. A Jade ahora no le quedaban dudas. Su olor característico estaba impregnado en todo el lugar. Siempre había sospechado de ella a causa de su extraño comportamiento, pero todo quedó claro y se evidenció desde aquel momento en que la vio mirar detenidamente la sangre en su dedo. Además, desde el incidente con la alarma, no volvió a saber más de ella.

Por su culpa, en la fábrica no había otra cosa más que se hablara que no fuera acerca de los supuestos espíritus. De alguna forma, el rumor germinó poco a poco entre los obreros y comenzó a circular notoriamente. Ahora, todos creían que había fantasmas en lo alto del edificio, pero Jade sabía muy bien qué es lo que era. Se trataba de espíritus que no descansaban en paz y que vagaban perdidamente susurrando lamentos en el aire a causa de sus muertes injustificadas.

El dueño de la fábrica continuaba mostrándose receloso y negándose a actuar por el bien de sus empleados. Absolutamente todos los trabajadores estaban manifestando un aspecto triste y alicaído. Incluso, muchos aseguraban no poder dormir bien por las noches. Esto no solo afectaba el rendimiento, sino también el comportamiento de los obreros, quienes rechazaban la mera idea de subir a los pisos superiores. Cada vez que se anunciaba semanalmente al que oficiaría de sereno en el turno nocturno, los empleados entraban en un estado de pánico e intolerancia. Sin embargo, debían aceptar reticentes debido a las amenazas de despido del señor Secord.

A Jade esto le preocupaba notablemente. Conocía a la raza vampírica y temía que Iris pudiera lastimar a alguno de sus compañeros. Lo peor de todo, que quisiera alimentarse de ellos. Quien sabe a qué personas arrebataba la vida en lo alto de la fábrica. En estos momentos, Jade ya no podía esperar más excusas del señor Secord. Era cuestión de tiempo para que alguno de los empleados en el interior de la fábrica desapareciera. Y ella debía tomar medidas urgentemente.

Aprovechó una de las circunstanciales supervisiones del dueño para atreverse a hablarle.

—Señor Secord, quisiera hablar con usted —pidió Jade levantando uno de sus dedos.

—Muy bien. Pues dime qué necesitas.

—Es algo sumamente importante, señor.

—Mira, joven —el dueño endureció la voz y ajustó su agarre sobre el bastón que le ayudaba a caminar—. No estoy por darte ningún aumento y menos con esta crisis.

—A eso me refiero, señor. A la crisis. No se da cuenta usted de sus empleados —le exigió mirando a su alrededor—. Todos lucen cansados y, más que nada, asustados. Nadie trabaja como solía hacerlo antes.

—Sé que están mal, pero no es mi culpa. Yo también estoy padeciendo esto —rebotó el bastón sobre el suelo.

—Pero, señor. Algo anda mal aquí. Todos, incluyéndome, hemos disminuido nuestro rendimiento laboral.

Hubo un momento de silencio hasta que el señor Secord volvió a hablar.

—Vamos. Acompáñame a mi oficina —accedió entonces.

Jade le siguió a paso firme y entró con él. Era la primera vez que estaba allí. La estancia era muy limpia y organizada, casi toda la madera brillaba y aparentaba un lustrado reluciente con barniz. Sobre un escritorio, había numerosos papeles y registros contables al igual que una máquina de escribir. Cerca de un cenicero, había un trofeo, premiación a la mejor empresa de Scrapton.

—Sí que entiendo lo que me dices. ¿Cómo era tu nombre?

—Jade. Jade Ryan.

—Mira, Jade. Yo también tengo miedo. No sé qué demonios son esos gritos y estoy perdiendo mucho dinero. Todos los obreros están trabajando mucho menos y temo que esto pueda irse al infierno. Esta fábrica... —comenzó diciendo mientras acariciaba el trofeo—, la heredé de mi padre. Eramos pobres y no teníamos nada. Yo aún era un niño cuando vi que con mucho esfuerzo logró comprarla y sacarla adelante. No quisiera perderla, además de que doy de comer a mucha gente. Lamento ser tan estricto, pero es que es lo único que tengo. Jamás imaginé que sucederían esta clase de episodios. Créeme que investigué si sucedió algo macabro aquí con anterioridad, y nada. También indagué de dónde pueden proceder los ruidos, pero nada.

—Con mayor razón, señor. Tenemos que hacer algo tanto por su bien como por el nuestro —Jade asintió con la cabeza—. Hay que bendecir este lugar.

El señor Secord se burló riendo.

—¿Bendecir? Hay otros métodos, Jade. Pero bueno, me convenciste. Por el bien de todos, contrataré a un investigador paranormal quien se hará cargo de la situación.

*****

El dueño por fin había accedido a las propuestas de Jade. La situación en la fábrica se tornaba cada día más crítica. Los obreros poco a poco se negaban a cooperar e incluso a trabajar. Solo hizo falta una pequeña conversación con el señor Secord y demostrarle lo mal que lo pasaba su empresa para que estuviera totalmente de acuerdo. Él le aseguraba que contrataría al mejor investigador que hubiera en todo Scrapton y que ya tenía fichado un perfil bastante decente. Por la fe que depositaba en el perfil mencionado, Jade confiaba en que el enviado pudiera resolver cuanto antes la situación. Temía que, mientras más pasara el tiempo, alguien pudiera salir lastimado o gravemente herido.

Según el dueño, este investigador paranormal combatía al mal con la luz y la fe. Jade no entendía cómo la luz y la fe podrían hacer frente a seres tan salvajes y perversos como los vampiros, pero después de todo, confiaba en que quizá pudiera hacer algo para remediar todo esto.

Y un día, el investigador paranormal se apareció en la fábrica. Era bastante alto y elegante, y a pesar de que lucía como un hombre joven, vestía un atuendo que no era acorde con la época y que le hacía lucir mucho más añejo, aunque no por ello menos atractivo. Él se sacó el sombrero y dirigió un asentimiento de cabeza a modo de saludo a todos los presentes. Luego subió con el dueño al despacho principal. El señor Secord, por su parte, se mostraba bastante conforme y tal parecía que dispuesto de una vez por todas a zanjar esta cuestión que se salía del orden lógico de las cosas. También se apreciaba el entusiasmo en muchos de sus colegas, quienes querían volver a retomar el trabajo con normalidad para que no hubiera más descuentos, mucho menos, sustos. Todo el mundo en verdad apreciaría que desaparecieran esos ruidos.




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