—¡Espera! —le pidió Jade—. ¡No es lo que estás pensando! —lo interrumpió tratando de razonar, mas no fue posible.
Tobias se persignó en un acto desesperado y luego soltó su crucifijo, cuyo eco metálico se propagó por el desolado ambiente en el que se encontraban. Sacó un puñal que cargaba consigo y comenzó temeroso pero a paso firme a aproximarse a ella. Jade, por su parte, retrocedía acorralada ya que no quería dañar a un inocente que nada tenía que ver en esta disputa. Él sostenía el puñal en lo más alto de su mano derecha y se acercaba cada vez más intentando arrinconarla. Jade tenía dos opciones, pero claramente cualquiera de las dos revelaría lo que realmente era: podía utilizar su fuerza abrumadora para desarmarlo y quitarle el puñal o simplemente lanzarse al vacío. Sin embargo, consideró que ninguna de las dos opciones era la adecuada.
Hasta que de pronto un chillido que desgarraba los oídos rebotó en toda la estancia y fue entonces que Iris entró directo en escena volando y derribándoles a ambos. La patada desestabilizó a Tobias, quien tropezó y cayó al suelo, al igual que su puñal que fue a volar lejos. En cambio, Jade retrocedió sin perder el equilibrio, pero su espalda amortiguó un duro golpe contra el ataúd. Justo a tiempo sus brazos le sirvieron de anclaje y, cuando en cuestión de segundos pudo recomponerse, vio a Iris.
Su aspecto era totalmente distinto al que utilizaba en la fábrica para camuflarse entre civiles. Su cabello negro y largo ahora caía como una avalancha sobre sus hombros al tiempo que sus ojos con un iris rojo brillante se paseaban por la figura de Tobias. Su mandíbula ostentaba unos largos y puntiagudos colmillos, dignos de todo un ejemplar vampírico como lo era ella, y una lengua larga y escamosa salía a relucir y a relamerse los labios. Estaba vestida con una sugestiva túnica blanca con detalles dorados en las mangas, cuello y escote, además de que se ceñía a su cuerpo como si fuera diseñada exclusivamente para ella. Cuando Iris dirigió sus ojos y miró detenidamente a Jade, emitió un chillido aun más desgarrador al reconocerla.
Sin embargo, dejó de emitir ese ruido inmediatamente después de que percibiera las intenciones de Tobias. Sin lugar a dudas, Jade jamás imaginó que el hombre antepusiera su vida y la defendiera a ella mostrando el crucifijo que colgaba de su cuello. La mano se dirigía entre temblores y lentos movimientos apuntando a ese ser sobrenatural, y Jade reconoció que el crucifijo no era lo que le producía malestar a Iris, sino el fuerte aroma a ajo. La vampiro arrugó la nariz retrocediendo y le miró entonces encolerizada. Luego desplegó sus alas en gesto amenazante al mismo tiempo que se vislumbraban sus intenciones, acercarse a él para atacarlo y beber de su sangre.
Tobias, con renovado valor a causa de los efectos de su accionar, continuó acercando el crucifijo aun más a ella. Naturalmente, parecía que la fe no producía efecto alguno sobre los vampiros, ya que había una gran cruz en la cúpula que debería haber espantado de manera irremediable a Iris desde un principio. Ella arrugó aun más su nariz, pero pronto se acercó resistiendo a aquellos efectos que le producía el ajo, tomó el crucifijo de metal en sus manos y lo partió en dos como si fuera el material más endeble que existiera. Los pedazos cayeron sobre el suelo y un Tobias astuto aprovechó el movimiento para extraer un frasco de agua bendita que vertió directo sobre el rostro de Iris.
La respuesta fue instantánea. Algo tan puro como aquel elemento bendecido hizo efecto de inmediato quemando su piel. Se desprendió un vapor maloliente a medida que las fibras de piel y músculo quedaban expuestas. Iris cubría su rostro y gritaba de dolor.
Jade, aún conmocionada por visualizar los efectos del agua bendita, reaccionó de repente y contempló cómo Tobias se había arrodillado frente a ella, se persignaba y oraba continuamente para que desapareciera ese ser maligno. Mientras Iris se recuperaba de la quemazón y sus tejidos se regeneraban, Jade reconocía que Tobias se encontraba en una posición sumamente desfavorable y ventajosa para su enemigo. Cuando por fin Iris estuvo bastante recuperada, se lanzó directa a atacar a Tobias, pero antes de que lo hiciera, Jade intervino salvando su vida.
Empujó con una fuerza descomunal a Iris, haciendo añicos un ventanal y cayendo ambas hacia el vacío. Mientras ambas caían, Iris se puso en ventaja intentando estrangularla.
—Qué secreto más bien guardado... —murmuró Iris mirándola con sus ojos maliciosamente—. Lo tenías muy bien escondido —añadió aplicando más presión a su cuello—. Eres una criatura sobrenatural, igual a mí.
—¡Te equivocas! —contestó Jade aprisionando las manos de Iris con la fuerza de sus poderosos dedos y así esta la soltó.
Iris se enderezó suspendiéndose en el aire con la ayuda del batir de sus alas, un par de telas flexibles y rugosas que nacían desde sus omóplatos y que se conectaban por gruesos tendones. Jade, por su parte, cayó hábilmente sobre el suelo firme en cuclillas.
—Voy a acabar contigo y luego me beberé la jugosa sangre de ese humano —sentenció la vampiro señalándola con una uña larga y filosa que se prolongaba mucho más que su dedo índice.
En ese instante, la amenaza se volvió realidad. Iris emitió un chillido escandaloso y se lanzó en vuelo directo para atacarla de nuevo. Jade se puso en guardia, estudiando su movimiento y reconociendo que la vida de Tobias dependía totalmente de ella y de cómo saliera su enfrentamiento contra Iris.
Jade adquirió rápidamente una postura defensiva y a la espera de su rival. Iris no se hizo esperar y arremetió sin más contra ella. Ambas forcejeaban hasta que la indudable fuerza de Jade pudo más en combate y aventó a Iris, quien voló varios metros en el aire, pero con ayuda de sus alas evitó impactar contra una estructura.
A pesar de que Iris estaba sumamente enojada con el humano, no desistía de un enfrentamiento digno contra Jade. Los vampiros fueron enemigos de los licántropos desde el comienzo de los tiempos y, aunque ambos se mantuvieran bien ocultos de los humanos, los vampiros habían crecido tanto en número y fuerzas últimamente que ahora no temían a sus antiguos rivales y eran capaz de aparecerse por las noches y alimentarse sin piedad de los humanos. Antes, los licántropos vivían normales y pacíficos, recluidos hacia las tierras del frío y vasto norte, pero desde que este suceso se evidenció aun más con el paso del tiempo, ellos se mantuvieron más al margen y desaparecieron de la vida de los humanos. Qué grave error había sido...
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Editado: 12.10.2024