La fortuna de los Harrison

Capítulo 9 las apariencias engañan

— Siempre he admirado a Lady Caroline y el impacto que tiene. Sin embargo, como tu prima, creo que mi propio esfuerzo y dedicación también merecen ser reconocidos. Después de todo, cada uno tiene su propio camino, y esta es mi forma de ser — dijo Evelyn.

— Futura esposa, creo que deberíamos irnos. La gente parece disfrutar de nuestra boda, querida, pero hace una hora que deberíamos estar haciendo los votos y que nos casen — dijo Lord James Lovelace, inclinando ligeramente la cabeza.

— Mi prometido tiene razón, Evelyn. Me voy al altar — dijo Elsie, caminando hacia el altar con su anillo dorado, casi marrón, adornado con flores de metal y una gran argolla de bronce.

El altar que Lamont y yo habíamos elegido era realmente hermoso. Un camino de flores blancas de pequeño tamaño, con hojas verdes, bordeaba una alfombra negra que conducía hacia el altar. Las flores estaban dispuestas en forma de vara al subir los escalones. A los lados del pasillo, bancos de madera permitían a los invitados sentarse. Al final, una pared blanca, adornada con luces y decoraciones, parecía de color aleación de cobre. Esta pared estaba embellecida con flores blanquecinas y estampados decorativos. Lamont y mi futura princesa estaban ya en el altar, con Lovelace acompañado por su padre, el rey. Si no hubiera fallecido, habría sido mi propio esposo quien hubiera llevado a Elsie hasta el altar, pero le tocó ir conmigo.

Cuando ambos se encontraron frente a frente, el vicario comenzó a recitar sus palabras.

— Por el poder que me ha sido conferido y en presencia de estos testigos, os declaro marido y mujer. Podéis sellar vuestro matrimonio con un beso — dijo el vicario.

Elsie, con timidez, besó a su nuevo esposo mientras yo los observaba con una sonrisa. Su felicidad era evidente, y verlos juntos en ese momento me llenaba de alegría, o al menos eso pensaba.

— ¡Ya podemos disfrutar del momento! ¡El baile ha llegado! — exclamó Evelyn, haciendo que su voz resonara en toda la iglesia.

— Aunque Elsie pueda no admitirlo, el matrimonio con Lamont es beneficioso. A fin de cuentas, hacen una excelente pareja, y eso es lo que realmente importa para asegurar el futuro de nuestra familia — dije yo.

— Tía, eres mi fan número uno, tus ideas siempre son las mejores. La pobre Elsie parece que nació sin neuronas o con muy pocas — dijo Evelyn, riendo y bromeando sobre su prima.

Elsie y mi yerno bailaron durante horas, con el vestido de mi hija moviéndose elegantemente y el tul ondulando con cada giro. Catorce minutos después, sacaron la tarta. Era un pastel blanco crema, adornado con columnas de nata, detalles dorados y dos figuras de cisne.

— ¡Mami, quiero ver la fuente de chocolate! — exclamó Clara, sujetando mi brazo con entusiasmo.

— No vamos a ver la fuente de chocolate todavía, querida. Acaban de sacar la tarta de boda, que elegí yo junto con el primo de Lamont. Verás que está deliciosa; ya la van a cortar — respondí, con un tono que reflejaba la importancia de seguir el orden de los eventos y el orgullo por la elección realizada.

Mi vestido es de un sedoso satén en un tono suave que combina marfil y azul pastel. La parte superior presenta un escote ligeramente bajo, adornado con bordados delicados en hilo de plata y perlas. Las mangas son cortas y transparentes, hechas de encaje y tul, lo que realza la elegancia del vestido. La cintura está ajustada con un cinturón de tela lustrosa y una banda decorada, que fluye hacia una falda amplia y volumétrica, sostenida por enaguas y crinolina. La falda se extiende en una cola que arrastra, añadiendo un toque de sofisticación al conjunto. El vestido está complementado con detalles finos, como lazos, flores de tela y cintillas, y termina con un toque de encaje en los bordes. El peinado, acorde con la época victoriana, es un moño alto y elegante, adornado con una tiara de plumas que añade un toque distintivo entre los invitados.

— Mamá, no quiero la tarta. Prefiero la fuente de chocolate — dijo Clara con determinación, mientras me agarraba del brazo con más fuerza.

— Clara, recuerda que esta es la boda de tu hermana, no la tuya. La fuente de chocolate es para después. Vamos a mantener el enfoque en la celebración y asegurarnos de que todo esté perfecto para el evento.

— Me voy a por un muffin — anunció Clara con tranquilidad, mientras fijaba su mirada en la fuente de panecillos.

La fuente de panecillos que capturó la atención de mi hija Clara era un elegante plato dorado con un círculo y un asa. Los panecillos eran de chocolate, envueltos en papel ocre, con capas de nata y decorados con bolas plateadas. Se apresuró a coger uno, desenvuelto rápidamente, y al primer bocado descubrió una base que combinaba el sabor profundo de un bizcocho de chocolate oscuro con las notas aterciopeladas del red velvet. Era un pastelito rico y suave, ligeramente dulce, con la cantidad justa de humedad. La cobertura, un glaseado de crema de mantequilla que añadía un delicado toque de vainilla y almendra, era suave y dulce, perfectamente equilibrada para complementar el bizcocho. Las decoraciones comestibles incluían perlas y detalles dorados, que, aunque no dominaban el sabor, aportaban un sutil toque dulce o neutro. Si se usaran en menor cantidad, podrían dejar un leve rastro de azúcar glas o fondant. Este panecillo era ideal para una ocasión elegante como la de hoy.

— Wow, está muy rico, madre. Sabe a chocolate oscuro, con un toque aterciopelado... — Clara se detuvo un instante, saboreando el panecillo —. Y esa cubierta de buttercream y vainilla es exquisita.

Clara levantó la mirada, sus ojos azules reflejando la suave luz de la sala. Sin necesidad de decir más, la satisfacción en su expresión lo decía todo. Sabía que yo, como madre, apreciaría su breve pero sincera observación, y volvió a concentrarse en el delicado bocado, disfrutando de cada sabor en silencio.

Lamont y Elsie se dedicaron a cortar la tarta en porciones, sirviendo cuidadosamente cada trozo a los invitados en platos de bronce acompañados de elegantes tenedores de cobre dorado.




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