|JAMES|
James Potter la extrañaba. Habían pasado seis meses desde que la familia recibió la noticia. Podía ver a su padre culpándose por no poder protegerla como le había prometido desde el momento en que nació, pero James sabía que no había más culpable que él.
Siempre estaban peleando y aunque a simple vista parecía que no se soportaban, ellos dos tenían un amor por el otro tan grande que nadie podía creerlo. Siempre pensaron que aquellos mitos sobre la conexión entre gemelos eran tontos y sin sentido, pero cuando ella estaba triste él podía sentir esa tristeza, cuándo él había hecho algo malo ella lo sabía enseguida.
Habían crecido juntos, peleado por juguetes y compartido las galletas robadas que agarraban de la cocina de la abuela Molly cada vez que iban a la Madriguera y después fingían no saber nada para recibir el doble de galletas. Eran planes maestros.
Incluso cuando su padre, Harry Potter, había llegado con un cachorro de pastor alemán se habían peleado por el nombre que querían ponerle, sus padres estaban tan acostumbrados a los gritos de ambos pequeños que cuando no escucharon nada más se habían preocupado, subieron a la habitación que compartían (a pesar de tener muchas habitaciones en Grimmauld place, ellos decidieron compartirla) y les sorprendieron durmiendo en la misma cama con el cachorro en medio. Habían múltiples fotos de aquel día, recordado como "el día que Jane y James no intentaron matarse".
James veía la foto en movimiento de ese recuerdo, Jane estaba casi encima del pobre cachorro con su pequeña mano en la cara de su hermano, este no pudo evitar sonreír ante ello.
Recordó el día que recibieron su carta a Hogwarts, ninguno podía con la felicidad del otro, fue uno de esos contados días donde se sonreían a cada rato y se daban uno que otro abrazo, sin gritos ni peleas, solo esperaban el primero de septiembre para comenzar su aventura en Hogwarts.
Agosto, 2017.
La noche antes de su partida, Albus y Lily comenzaron a llorar, ellos extrañarían a su hermanos más de lo que podían contar, Jane y James se burlaron de ellos, pero en secreto ambos tomaron un par de fotos de toda su familia para verles todas las noches. Cuando todos se fueron a dormir, James confesó sus nervios a Jane y esta había logrado calmarlo.
—No eres él, James —le dijo la niña de once años— tú eres tú, escribe tu propia historia, crea tus propia bromas.
Ambos rieron ante lo último y se dieron un abrazo.
Más tarde esa noche, a James se le ocurrió ir al despacho de su padre, si aquel mapa estuviera en algún lugar él apostaría por ese. Abrió uno de los cajones, James se sorprendió por la falta de seguridad y debajo de tantos papeles que poco le interesaban por fin lo vio. Era un viejo pergamino, doblado y algo arrugado, pero James sabía su verdadero valor y con una sonrisa intentó esconderlo debajo de su camisa de pijama para ir a su habitación. Poca fue su fortuna, pues cuando dio la vuelta hacia la salida de la oficina, ahí lo veían desde la oscuridad un par de ojos miel iguales a los suyos.
Su sonrisa apareció de repente y James abrió los ojos, sabía lo que eso significaba.
—¡No digas nada! —gritó en un susurro.
—¿Cómo lo encontraste? —dijo en una voz demasiado angelical, tanto que era sospechosa— a papá no le va a gustar saber que has hurgado en sus cosas.
James le tapó la boca y la guió así hacia su habitación. Haciendo el menor ruido posible para evitar que todos se despierten.
—¡Y a mamá no le va a gustar saber que agarras su varita sin permiso! ¡o qué has roto su vajilla favorita!
Ella le miró con el ceño fruncido haciendo un pequeño puchero, pero en segundos desapareció para volver a su sonrisa lo que dejó al pequeño James contrariado.
—No sabes cómo abrirlo –dijo burlonamente y James fue el que frunció el ceño esta vez.
De todas las historias que su padre les había contado junto con sus tíos Ron y George, el de los merodeadores fue por mucho el favorito de ambos, pero su padre tenía tanto miedo de que haya heredado tal bromista carácter que nunca le dijo cómo utilizar el mapa. Vio a su hermana, tan igual y tan diferente a él, aún tenía su sonrisa, eso le hizo sospechar que ella sabía más de lo que decía.
—¿Qué pides a cambio?
—Tu silencio por el mío —sonrió— y... el mapa se queda conmigo.
—Ni lo sueñes, lo encontré yo.
—Entonces quédate con el pedazo de pergamino, puedes hacer ahí tus tareas —James la miró de nuevo ceñudo— obviamente sería compartido Jamie, pero se queda en mi baúl. Piénsalo.
Ella se acurrucó en su cama y él se quedó mirándola con la misma expresión. Era eso o nada.
La sacudió un poco esperando que despierte, aunque él sabía que no estaba dormida. Ella lo miró divertida y debajo de su almohada sacó una varita, no era la suya. La miró expectante y ella se le quedó viendo mientras apuntaba al mapa con la varita esperando crear misterio y desesperación, lo había logrado.
—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
Estaría de más decir lo que sucedió después, ambos hermanos disfrutaban de hacer reír a la gente y esto conllevaba cientos de castigos y puntos menos por parte de los profesores, ese mapa había sido su salvación desde el primer día.