La guerra de las magnolias

1. La última campanada

Amagoia no sabía muy bien lo que acaba de hacer. Tenía la cabeza aturdida. Como si se hubiera pasado toda la noche anterior bebiendo tequila. Solo sabía lo que sentía en ese momento. ¡No podía más! No podía con él. No podía con más palizas. Ni con más insultos. No podía vivir más en aquel infierno. Sólo recordaba como él la hacía sentir.

Entonces se levantó de la esquina de la cocina donde se había refugiado. No sabía el por qué, pero lo que si sabía era de quién. De él. Ella solo podía ver un rastro de sangre. Al principio pensó que era suya. No era la primera vez. Pero algo en su mente le hacía sospechae que no. Las imágenes de sus recuerdos le hicieron cambiar de pensamiento. Siguió el rastro de sangre y lo vio a él. Tumbado en el suelo. Rodeado de un gran charco de sangre.

 

Amagogia empezó a respirar más fuerte según se iba poniendo nerviosa. Hasta el punto que casi no podía respirar. El corazón del pecho parecía que se le iba a salir. No sabía que hacer. Ni a quien acudir. Si llamaba a emergencias le acusarian de inmediato o lo que era peor le podrían salvar la vida. 

 

No paraba de moverse por el pasillo del piso. No podía para de pensar. Se pasó así horas sin percatarse que el atardecer dio paso a la oscuridad.

 

En esa noche otoñal, fría, donde relucía grande y brillante la luna. A unos pocos kilómetros de allí se encontraba una señora ya entrada en años. Mientras acaba de preparar su cena se percató que alguien la veía desde el jardín de su casa. Más bien era la sombra de alguien. Asustada corrió hacia el jardín. En su interior ella sabía lo que estaba pasando. Pero en el fondo intentaba creer que aquella sombra era solo fruto del viento, la luz de la luna y las sombras de los árboles. 

 

Neira recordó cuando se marcharon de aquella casa. Cuando su hija dio a luz a una quinta nieta. Aquello nunca había pasado en su famila. Eso sólo podía suponer una cosa dentro de su familia. Pero en el fondo Neira sabía, que antes o después, tendría que volver aquella casa. 

 

Mientras pensaba todo esto abrió, por fin, la puerta de la lavandería. Entonces dio un suspiro de alivio. Era Isis, su gata.-" Maldito bicho, no te tendría que haber traído "pensaba para si mismo. Fue en ese mismo instante, cuando Isis cruza el umbral de la puerta, cuando todo empezó. Primero fueron las once campanadas. A Neira no le entrarían escalofríos sino era porque eras las doce de la noche. Luego un cuervo blanco se posó delante de ella y graznó. Por y último, lo que a ella más le aterra a, la puerta principal sonó. 

-Me temo que todo ha comenzado. Dijo en voz alta mientras se dirigía a la puerta principal. 

 

 

 



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En el texto hay: cinco hermanas y un solo destino

Editado: 12.04.2020

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