Al día siguiente Lisey comenzó a sentirse ansiosa después de entrever a la chica de ojos tristes por el reflejo del espejo del baño. Y aunque se aseguró de no contárselo a nadie fue evidente que sus tres amigos se dieron cuenta de que algo ocurría. Ninguno logró sacarle ni una palabra.
—Que mala pata que hayan tenido que quedarse, ¿no?
Opinó Marcelo cuando él y la pelirroja se dirigían a casa, después de un largo y agotador día de clases. Chris y Rodrigo se habían quedado en la biblioteca para hacer el trabajo de Literatura. Lisey lo había terminado el día anterior y estaba realmente agradecida. Y en cuanto a Marcelo, su compañera de equipo, Bev, iba a hacerlo ella sola de buena gana.
—Sí, pero ninguno puede darse el lujo de reprobar —respondió Lisey con solemnidad, aunque sin excesivo interés. Intentaba no mirar el reflejo de los autos por temor a encontrarse con un par de ojos hundidos que la miraban con desesperación.
—¿Qué te pasa, Lis?—. Le preguntó Marcelo, sacándola de sus pensamientos.
—Nada.
—Lis, te conozco.
Ella suspiró y se detuvo.
—No dormí bien.
—¿De nuevo?—. Y la sonrisa traviesa en el rostro de su amigo le indicó lo que él creía que ella hacia por las noches.
—¡No es por eso, idiota!—. Exclamó, sonrojada.
Lisey echó a andar de nuevo y Marcelo se dio prisa en seguirla, pero sin presionarla.
—Anoche… una chica vino a mi habitación —explicó la pelirroja en voz baja, andando lentamente. No tenía ganas de llegar a casa.
—¿Te dijo algo?
—Dijo que no sabía dónde estaba y cuando le pregunté si sabía quién era ella simplemente desapareció, pero yo… —Marcelo levantó una ceja—. Necesita ayuda, lo sé —Lisey jugueteó con un mechón de cabello —y yo quiero ayudarla.
—Entonces ayúdala.
Lisey lo miró de reojo, mordiéndose el labio inferior.
—Chris no quiere que lo haga —murmuró simplemente.
Continuaron caminando y Lisey pensó en las vacaciones. Por lo general le entusiasmaban y todavía más durante el invierno. Seguía sin nevar, pero seguro que empezaba pronto. Pensó que antes eso significaría horas y horas de diversión con sus amigos, pero en la actualidad dudaba mucho que fuese así.
Chris seguramente pasaría aquel tiempo con Virginia, Rodrigo frente a su viejo ordenador, Marcelo retomaría su trabajo de medio tiempo como cajero y ella... seguramente se quedaría en casa a cuidar de su hermano menor, ayudaría a su madre en la tienda, repasaría, limpiaría su habitación, haría el crucigrama y el sudoku del periódico. Y claro, intentaría ignorar las visitas nocturnas, los reflejos, las imágenes repentinas en las paredes y en los suelos, la frustrante sensación de ser observada y las visiones aterradoras. Le esperaban pero que unas vacaciones muy divertidas.
—¿Sabes qué es lo que creo, Lisey?—. Preguntó entonces Marcelo, el cual no había dejado de observarla.
—¿Qué?
—Deberías hacer lo que quieres. Si quieres ayudarlos, adelante.
—¿Ayudarlos?
—Sí. Ayudarlos. A todos.
—Pero Chris dijo que…
—Lisey, hablemos claro, Chris está muy ocupado como para darse cuenta.
—¿Me estás diciendo que lo haga a escondidas de Chris?
—Por supuesto.
—No —respondió Lisey de forma tajante y cruzó la calle con rapidez.
Su casa se encontraba cerca, se podía distinguir desde la esquina. Deseaba llegar y quitarse el uniforme, el suéter azul marino con la corbata a juego y la falda a cuadros, la cual llevaba apenas por debajo de la rodilla. Había demasiados curiosos en su escuela.
—Entonces sigue haciendo lo que Chris diga.
—¡No lo hago por Chris, sino por mí!
Pero se dio cuenta de que de hecho no lo sabía. ¿Realmente lo hacia por ella y no por Chris? Quería creer que sí, pero… si Chris le pidiese que se arrojara de un edificio, ella lo haría. Su parte racional le ordenaría no hacerlo, pero cuando se trataba de Chris a su parte racional podían darle por el culo.
—Bien —dijo su rubio amigo con una sonrisa, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por su cabeza.
—Adiós, Marcelo —gruñó la chica mientras se desviaba hacia su casa, siendo detenida entonces por Benítez, su mano sujetando su muñeca.
—¿Nos veremos mañana?
—Sabes que sí, tonto.
—Hasta mañana, Lis.
—Vete a casa con cuidado.
Le dio la espalda apenas y él la soltó.
Marcelo permaneció en la calle, mirando hacia la casa de la pelirroja durante treinta segundos más, los contó en voz baja; y después echó a andar hacia su casa. Iba pensando en el cementerio, en la cripta y en el cráneo que se suponía iban a ver aquella noche. Había resultado una mentira, una mala jugada de Newton y compañía.
Pensó que debería ir a casa a ver televisión, iban a pasar una película de adolescentes cachondas. Sonrió y miró a ambos lados de la calle antes de cruzar.
Entonces pensó en Chris.
Marcelo frunció el ceño, ¿qué pasaba con él? El chico no lo sabía, pero, ¿no había pensado en la cripta y en Chris a la vez? Quería creer que no, pero sintió que esas dos cosas estaban relacionadas de alguna manera.
Volvió sobre sus pasos, tal vez aún alcanzara a verlo en la escuela. La sensación se hizo todavía más intensa. Se subió el cierre de la chamarra que usaba en lugar del suéter escolar.
Ya corría mientras las monedas en sus bolsillos tintineaban.
Lisey subió las escaleras con pereza, dejando caer la mochila afuera de su habitación.
Aunque seguramente le mentiría a quién le preguntara, lo cierto era que estaba esperando encontrar al espíritu de aquella joven en su habitación. Se veía igual de triste.
Lisey cerró la puerta con fuerza y se volvió hacia ella.
—No deberías estar aquí.
—No sé en dónde estoy —repitió ella, bajando la vista.
Tenía el cabello negro, muy largo. Lisey se fijó en que usaba ropa deportiva, de un tono rosado, pero ella no lucía nada saludable. Recordó las palabras de Chris. Estaba muerta y ella no podía hacer nada para ayudarla.
Lisey se acercó a la ventana y abrió las cortinas, intentaba ignorar a su visita. Sabía que tarde o temprano se iría, pero no fue así.
—De acuerdo —murmuró, volviéndose hacia ella —¿qué es lo que quieres?
La joven levantó los ojos y Lisey captó otra emoción en sus ojos: esperanza.
—Ayúdame.
—¿Qué quieres que haga?
Su celular comenzó a sonar con el clásico tono de teléfono. Lisey se sobresaltó y por reflejo se escondió contra la pared. La chica se había esfumado.
—Sólo es el teléfono, tonta.
Se recriminó a si misma y abrió la puerta de su habitación. Llevaba el celular en la mochila, aunque no recordaba haberlo puesto ahí.
—¿Diga?
—¡Eh, pelirroja!
Lisey rodó los ojos al reconocer la voz de Rodrigo, aunque no la llamaba desde su celular. Cerró la puerta de nuevo y se dejó caer en su cama.
—¿Qué pasó con tu teléfono?
—Se le terminó la batería.
—Que novedad —murmuró ella mientras vaciaba el contenido de su mochila en la cama.
—Oye, te hablaba para saber que vamos a hacer mañana.
—¿En serio? No hablas para saber si de casualidad fui a cierto cementerio para visitar cierta cripta, ¿verdad?
—Lisey…
—Hablaste con Chris sobre mí —no era una pregunta.
—Bueno, sí, hablé con Chris.
—Le dije que no pensaba en ello.
—Yo sé eso, pero ya sabes como es.
Lisey chasqueó la lengua, tomó su libro de Historia y lo arrojó contra la pared con rabia.
—¿Qué fue eso?
—Nada —tomó aire con fuerza—. ¿Sigues en la biblioteca?
—Sí, pero Audrey se ha ido ya. Sólo estoy esperando a Chris. No quiero dejarlo solo con Newton y Blake.
—¿Fred también está ahí?
—Por desgracia.
Lisey imaginó la expresión con la que estaría acompañando esas palabras.
—Al menos sólo es él.
—Y Newton, no lo olvides.
—Creí que Jonathan no te caía tan mal.
Rodrigo soltó una risa sarcástica, como si Lisey hubiese dicho algo graciosísimo. La pelirroja no pudo reprimir una sonrisa, su mal humor comenzaba a desaparecer.
—Vayamos al cine.
—Pero sólo seremos Marcelo, tú y yo.
Lisey apretó los labios. Justo cuando comenzaba a ponerse de buen humor Rodrigo tenía que decirle eso.
—Chris saldrá con Vicky, ¿no?
—Sí —la respuesta de su amigo fue apagada, pero casi de inmediato se animó —bueno, tengo que irme. No adivinaras quién acaba de volver.
—¿Volver?
—¡Hola, Lis!—. Gritó entonces una voz al teléfono, mientras Rodrigo se quejaba por detrás de esta.
—Marcelo el pervertido ha vuelto.
Dictaminó Lisey y como no le apetecía nada volver a empezar otra charla con alguno de ellos, finalizó la llamada. Miró el celular unos segundos y lo arrojó al mismo sitio que el libro de Historia. Resistió el golpe en lugar de partirse por la mitad como había esperado que sucediera.
Chris le prohibía hacer cosas, la vigilaba, pero él continuaba con sus saliditas cursis con la tonta esa. Volvió a llenarse de rabia, él no tenía derecho a tratarla así.
Lisey miró el blanco techo de su habitación, tomando una decisión. Iba a ayudar a esa chica fantasma.