Se llamaba Livia Thompson y tenía diecinueve años. Era estudiante de la universidad de Torre Blanca, pero había sido suspendida en tres materias. No había modo, tendría que repetir año. Y su padrastro enfurecería. Ya la consideraba una basura inútil desde antes, sería duro tener que darle la razón.
Había logrado entrar a la universidad, aunque le había costado un ovario, como decían las chicas de la facultad, pero no había logrado mantenerse.
Livia recargó el rostro en la ventanilla del autobús y cerró los ojos. Ni su madre ni el imbécil con el que se había casado sabían que iba de regreso a Bell Wood. Vaya sorpresa que les esperaba. Tendría que ponerse a trabajar.
La chica dejó escapar un sollozo.
—¿Puedo sentarme?
Livia se volvió, le hablaba a ella.
—Haz lo que quieras —respondió de forma cortante, tras lanzarle una breve mirada al chico que acababa de subir al autobús.