Cuándo Rodrigo tenía ocho años temía a las vacaciones más que añorarlas. Y era normal, después de todo, vacaciones significaba tener que estar todo el día en casa soportando las rabietas de su padre, que aunque no había sido alcohólico toda su vida, si cargaba con un humor de perros desde sus años mozos.
Pero, actualmente, con dieciséis años, las cosas habían cambiado. Rodrigo ya no temía a su padre, ahora sólo le irritaba. Ya no era un niño y no permitía mierdas de su progenitor. Aunque no llegaba al grado de maltratar al viejo como había visto hacer a Fernando. Sobre todo cuando este estaba ebrio. Y claro que su hermano tenía motivos, sobre todo cuando Paul lo llamaba “marica de mierda”.
Rodrigo miró al viejo en el patio trasero, echado sobre una hamaca, sufriendo su cruda de la noche anterior.
“Viejo miserable”, pensó sin resentimiento y volvió la atención a los platos que había lavado.
Ese día ayudaba a su mamá de buena gana, esta se había quedado a hacer horas extras y había regresado a eso de las seis, agotada. Fernando no estaba en casa y Rodrigo la había atendido lo mejor que había podido.
Cerró el grifo del agua y miró a la nada, pensativo. Había tratado de no pensar en lo ocurrido la noche anterior, pero no había tenido éxito. Sobre todo al escuchar los testimonios de sus amigos, él había tenido que mentir y asegurar que había estado bien.
Pero no lo había estado. Era una mierda.
Rodrigo negó con la cabeza, odiándose un poco. No tenía cruda, ni física ni moral, no realmente, pero sentía algo anormal.
¿Decepción? Sí, era posible.
Fue afuera y encendió un cigarrillo. Suponía que el viejo estaba lo bastante noqueado como para percibir el aroma. Si empezaba a molestar seguramente iría a casa de Chris. No le gustaba estar cerca de Paul en sus ataques de ebrio.
Pensó en Lorena de nuevo. Si ese fuese un mundo más justo quizás ellos…
Volvió a negar con la cabeza. No lo creía. Y no por ella, era guapa y simpática. No, sino por él. Y por Vicky. Aunque en cierta forma le pesara él estaba enamorado de Virginia.
Totalmente enamorado.
Era un gilipollas, mucho más que Chris, el cuál tenía corazón de condominio. Ni bien dejaba de gustarle una chica para que ya le gustara otra.
—¡Rodrigo! —llamó entonces a gritos su padre —¿huelo a cigarrillos?
—No lo sé, ¿hueles?
—No te pases… de listo conmigo.
Pero no parecía tener la intención de ir hasta donde su hijo menor estaba. Rodrigo no se movió del sitio, con el cigarrillo encendido todavía en la mano. Al cabo de un rato Paul volvió a quedarse dormido y sus ronquidos resonaron con fuerza. Podrían despertar a Claire.
Rodrigo se encogió de hombros y dio otra calada a su cigarrillo, pensando una vez más en lo ocurrido la noche anterior. O más bien en lo que no había ocurrido.
Hubiera sido bueno hacerlo, pero a la vez no lo hubiera sido. ¿Por qué? Esa era la cuestión. Lamentó no poder acudir a Lisey para preguntarle. Quizás ella tendría una respuesta acertada.
La puerta principal se abrió y Fernando entró en la casa, con un par de pantalones amarillos y una pañoleta azul atada al cuello. Si su padre lo viera lo llamaría marica de mierda una vez más.
Rodrigo apagó el cigarrillo y fue a su encuentro. Sabía que su hermano tenía un grupo de amigos excéntricos, a los cuales gustaba vestir de formas extrañas. No era que su hermano fuese gay, aunque si lo fuese a Rodrigo no le importaría.
—Vaya, bonita hora de llegar.
—No jodas, niño, que llegué temprano.
Normalmente a Rodrigo le sacaba de quicio que lo llamara “niño”, pero esa vez se limitó a asentir con la cabeza.
—¿Ya llegó mamá?
—Hace un rato.
—¿Y el viejo?
—Donde siempre.
Fernando lanzó un gruñido y fue hacia su habitación, mirando de reojo la cocina que Rodrigo limpiara segundos atrás. El menor de los King había hecho su mayor esfuerzo, pero aún así creía tener muchas fallas.
—¿Qué han hecho Seth y los otros? —inquirió Rodrigo, siguiéndolo tras pensarlo un momento.
—Seth ha tenido un viaje intenso.
—No sabía que se metiera esas porquerías.
Fernando se encogió de hombros y comenzó a desvestirse. Aquello era típico de él, jamás admitiría las adicciones del bueno para nada de Seth Frimansson.
—Y a ti, ¿cómo te ha ido? —soltó Fernando.
—¿Qué quieres decir?
—Ya sabes, anoche, con Chris y Marcelo.
—Bien —y Rodrigo miró hacia la nada, tratando de aparentar indiferencia.
—Te conozco demasiado bien, Ro, ¿qué pasó?
Sólo su hermano lo llamaba así. Era un apodo infantil y normalmente Rodrigo enfurecía cuando Fernando lo utilizaba.
—No lo sé.
—¿No se te paró?
—Hablas como Marcelo.
—Puede que tu amigo depravado tenga razón.
—Bah, no importa.
Rodrigo se dio la vuelta, pero Fernando fue más rápido y lo sujetó de la muñeca.
—No es vergonzoso no tener una erección.
—¡No fue eso lo que ocurrió, idiota! —y se zafó de un tirón.
—¿Ah no?
—No. Ella… mierda. No estaba bien, ¿entiendes?
—No.
Rodrigo se mordió la lengua, no quería confesarle la verdad a nadie. Y menos a su experimentado hermano mayor.
—Ella no quería estar conmigo, lo iba a hacer, pero no porque quisiera, ¿entiendes? Ella sólo está con hombres porque no parece tener otra opción, no porque ella quiera. ¿Lo entiendes ahora?
Silencio.
Fernando parecía pensativo y entonces asintió despacio. Fue hasta su cama y comenzó a doblar su ropa, sin añadir nada más.
Rodrigo se arrepintió de haber hablado, pero sabía que era tarde para cambiar aquello. Abandonó la habitación, sintiendo un nudo en la garganta.
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La tarde transcurrió con calma, sin ningún cambio.
Rodrigo miró de reojo un cartel con la fotografía de una chica. Se llamaba June Cook y había desaparecido hacia una semana. Se preguntó en dónde estaría.