Lisey pasó el resto del día tratando de localizar a Leonardo, pero su teléfono estaba apagado. Recibió un par de visitas, pero ninguna de June o Mía.
Se sentía frustrada, caminando por su habitación como león enjaulado. Incluso había declinado la cena, sintiéndose demasiado ansiosa como para comer algo. Porque necesitaba que Leonardo desechara sus sospechas, sus horribles sospechas.
Conocía a Fernando de prácticamente toda la vida, él sería incapaz de... pero no estaba segura, no podía estarlo realmente. ¿Alguna vez se terminaba de conocer a una persona?
Pero Fernando había ido a acampar con ellos, había asado salchichas y malvaviscos para ellos, se había reído de las imitaciones poco graciosas de Marcelo y había gritado que nadie tenía permiso de acercarse a ellos, tratando de ahuyentar, aunque sin decirlo explícitamente, a los espíritus que pudiesen buscar a Lisey.
¿Debía contárselo a Chris? Porque tenía bastante claro que no podía contárselo a Rodrigo. Ni a Marcelo, no sólo por lo imprudente que podía llegar a ser, sino porque el rubio ya tenía sus propios problemas.
¿Y si Lisey no llegaba a convencer a Fred y este azuzaba a Jonathan para golpear a Marcelo? Independientemente de las razones seguro que Chris y Rodrigo, especialmente Rodrigo, no se lo tomarían nada bien. Lisey no quería que se iniciara una guerra entre ellos.
—Si la chica esa no aparece —le dijo entonces el espíritu de una mujer bajita y delgada, de largos cabellos negros, a la cual le faltaba un brazo —seguramente se acercó demasiado al cementerio.
—¿El cementerio? —replicó Lisey, deteniéndose para mirarla.
—Sí, cielo, el cementerio. Ninguno de nosotros se acerca por ahí.
—¿Por qué?
—Puedes verlo y, ¿no lo sabes?
—¿A quién se supone que veo?
—No lo sé —la mujer se recostó en su cama con desfachatez —no me acerco al cementerio. Nadie vuelve del cementerio.
—Quizás se van.
—Oh no, no lo hacen.
Lisey pudo preguntar como lo sabía, pero no lo hizo. La mujer tenía razón. El cementerio de Bell Wood estaba impregnado de desesperación, no había paz ahí.
—Y, de casualidad, ¿viste algo extraño?
—Estoy muerta, cariño, todo es extraño.
—Lo sé —Lisey se sintió estúpida y señaló el brazo faltante—. ¿Un accidente de auto?
—De esquí. Viajé a Magadan en mis vacaciones.
—Lo lamento.
—También mi esposo. Sin mí el negocio quebró y ahora vive otra vez con su madre.
—¿Puedo hacer algo por ti?
—No. El chico guapo ya lo hizo.
—¿Te refieres a Leonardo?
—Por supuesto —la mujer miró el techo con nostalgia—. Extraño mi casa. Era realmente hermosa —Lisey esperó, sin saber que debía decir y el fantasma se levantó—. Trataré de encontrar a tu fantasma. ¿Cómo se llama?
—Amelia Orwell. O June Cook.
—June Cook —repitió el espíritu y su voz cambió de tono —es esa chica, ¿no? La asesinada.
—Sí.
—No creo que vuelvas a verla.
—¿Por qué?
—Fue al cementerio. Se lo advertimos, pero no quiso escuchar. Dijo que tenía que recordar quién era.
La mujer se fue, sin cambiar su expresión. ¿Estaba asustada? Lisey pensó que sí y no debía ser algo...
El cementerio. La cripta. ¿Que estaba pasando?
Lisey se acercó a la ventana, mirando hacia afuera, sintiendo en su pecho el impulso de saltar. Se aferró con fuerza al marco, cerrando los ojos, luchando contra ella misma.
"Lisey".
La pelirroja dio un salto hacia atrás, chocando contra el borde del escritorio, sofocando sus gritos.
—¿Lisey?
Hubiese gritado si no hubiese estado esperando algo así, pero no era nada sobrenatural. Se trataba de Luke, de pie junto a la puerta de su habitación.
El niño parecía tan asustado como la fantasma o como ella misma.
—¿Qué... qué pasa?
—No vayas, Lisey.
—¿Ir a dónde?
—Hacia la voz.
—¿La... voz? —Lisey palideció, con el corazón en un puño—. ¿Tú...? ¿Acaso tú...?
—Sí, la escucho.
—Luke...
—No voy a dejar que te lleve. Yo te protegeré de los fantasmas —y su hermano corrió a abrazarla, aunque parecía al borde del llanto.
Lisey correspondió, llorando silenciosamente. Era culpa suya, ¿qué le había hecho a Luke? ¿Cómo podía...?
"Lisey".
Luke se aferró con más fuerza a ella, ocultando su rostro en su vientre, demasiado bajo todavía, demasiado joven para protegerla.
Lisey cerró los ojos y el dueño de la voz se fue alejando, regresando a la cripta, molesto. No, furioso. El ente de la cripta estaba realmente cabreado.
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Se reunió con Ilse veinte minutos antes de la hora acordada con Fred. La rubia se había esmerado en su arreglo, luciendo totalmente diferente a como se veía en el colegio, con el uniforme y su cabello peinado descuidadamente.
—Nunca había salido con una amiga —le había confiado Ilse antes de que Lisey lo arruinara hablándole de Fred—. ¿Fred Blake? —se extrañó la joven cuando Lisey le comentó que se reunirían con él—. No sabía que eran amigos.
—No lo somos.
—Ah —Ilse se ruborizó y Lisey se apresuró a aclarar:
—Tampoco estoy saliendo con él, pero necesito hablarle de algo, convencerlo de una cosa.
—¿Puedo saber de que?
—Esperaba que pudieras ayudarme —confesó la pelirroja.
El atuendo de Lisey era mucho más sencillo que el de Ilse, pero como estaba usando su largo abrigo verde esto era lo de menos. Estaba helando, ya que la primera nevada había caído durante la noche, claro que no había dejado demasiada nieve limpia y su padre había dicho que las carreteras estaban excesivamente resbalosas. Se había marchado temprano ante un choque, nada grave, había dicho.
—Claro que sí, Lisey. Haré lo que pueda.
—Gracias, Ilse —Marsh sentía tanta presión que le contó a Ilse lo que ocurría mientras se dirigían al café Adler. La rubia escuchó con atención.
—¿Realmente Marcelo hizo eso?
—Me temo que sí.
—No creo que Jonathan vaya realmente golpeando a la gente.