La Lista

Capítulo 22

Mauricio dejó a la joven y su familia en su casa para que descansaran, acordando comer juntos después, él se marchó para su empresa a encargarse de algunos asuntos que descuidó mientras asimilaba la conversación con el doctor Román.

En cuanto entraron a su casa, Nico y Alma fueron a la recámara de la joven, Concepción se dirigió a su cuarto para llamar a Luis y conversar con él, pensando en que esa charla se pospuso por mucho tiempo y que ya era tiempo de afrontar las explicaciones médicas como debía.

En su recámara, Alma comenzó a desempacar ante la atenta mirada de su amigo.

—¿Qué te piensas quedar todo el día ahí parado mirando lo que hago? ¿O me ayudarás? —preguntó la joven, arrugando el ceño.

—¿La verdad? Pues, me lo estoy pensando, viéndote bien, no creo que necesites mi ayuda, lo estás haciendo muy bien solita —explicó, burlón.

Alma cogió una almohada de su cama y la tiró al rubio, este la recibió en el aire antes que tocara su rostro.

—Lo que quiero es volver a ver tu lista —solicitó el joven, risueño.

—¿Para qué? —preguntó, extrañada.

—Solo tengo curiosidad, el día que hablamos solo me hiciste ver una parte, dijiste que lo demás me lo mostrarías cuando estuviéramos en casa, necesito saber las cosas cochinas que te faltan cumplir antes de…

El rubio se lamentó de lo que iba a decir y solo cerró los ojos en señal de arrepentimiento.

—Tranquilo, no pasa nada, yo ya me resigné, mi rubio —dijo ella, sentándose en su cama.

Buscó en su cartera y sacó la lista, se la extendió al joven y este la tomó al instante. Al leerla se dio cuenta de algo.

—¿Por qué tachaste lo de tu boda?

—No es algo que se dé de un día para otro, además necesitas de un novio para eso —indicó ella, señalando lo obvio.

—Novio ya tienes y el tiempo es lo de menos —dijo el rubio, sonriendo ampliamente.

—Para una boda, ambas partes deben estar de acuerdo —explicó, dando un suspiro—, no es algo que se deba tomar a la ligera y solo porque alguien quiera cumplir un sueño —finalizó, cabizbaja.

—Por si no te has dado cuenta, ese hombre es capaz de hacer cualquier cosa por ti, incluso bajarte la luna y una boda es…

—No sigas, Nico, ya te dije que no; pedirle a Mauricio que ate su vida a mí sería muy egoísta, ya deberías hacerte a la idea y aceptar las cosas como son, él merece encontrar a alguien con quien pasar muchos años de felicidad, además, ¿qué recuerdos le puedo dejar con solo unos días de vida? —cuestionó, con los ojos cristalinos.

—Ya, tranquila —habló, abrazando a la joven—, lo siento, pero creo que es algo que deberías hablarlo con él, no puedes solo suponer lo que él piensa y siente, eres mi familia y lo único que quiero es verte feliz, aunque sea solo por un instante —afirmó, con un nudo en la garganta.

Alma lloró en brazos de su amigo, así se quedaron juntos hasta que la joven se tranquilizó y continuaron ordenando sus pertenencias.

—Dime, ¿qué es lo que te pondrás para tu cena romántica? —preguntó, en cuanto terminaron.

—Tengo un vestido de algodón que me compré en Lima, es algo sencillo, pero me gusta mucho, le diré a Mauricio que vayamos algún lugar bonito y simple, no quiero nada extravagante —explicó, al ver la cara de horror de su amigo.

—Hermanita, no creo que con mi jefecito las cosas sean bonitas y simples, te recomendaría ir con un vestido de noche negro —habló, moviendo las cejas de arriba abajo.

—¿Sabes qué? Mejor llamaré a Mauricio para saber a dónde iremos.

Alma cogió su celular y marcó al italiano, él le contestó preocupado, extrañado por la llamada, conversaron sobre su salida y acordaron hacer lo que ella quisiera aprovechando las noches frescas que hacía en la ciudad.

Al escuchar aquello, Nico chasqueó la lengua al ver que no podría imponer su voluntad en la vestimenta de la castaña.
Siguieron conversando y ordenando, pasadas algunas horas, Nico salió del lugar con rumbo desconocido y Alma junto a su madre decidieron ir al cementerio para visitar la tumba de su padre.

Al regresar a casa, Alma se alistó para esperar la llegada de Mauricio, mientras lo hacía le pareció escuchar el teléfono de su casa, sin dar mucha importancia continuó con su labor.

Cuando terminó salió a la sala a conversar con su madre y a los minutos de eso el timbre de su casa sonó, al abrir la puerta se encontró con un hermoso hombre vestido de manera casual, que la miraba con amor, en cuanto salió de su ensoñación saltó hacía a él con el fin de plantarle un beso en los labios, la joven fue recibida con avidez y retenida por varios segundos.

—Por un recibimiento así, salgo y regreso de nuevo —afirmó el hombre, en cuanto sus labios se separaron.

Alma se sonrojó y sonrió ligeramente, estaba feliz y no quería que aquello se acabara, pero como la realidad siempre se hace presente, aquel rostro risueño cambió a uno de melancolía.

—¿Qué pasa? —preguntó el italiano, al notar aquel cambio brusco.

—¿Qué? Nada, no pasa nada, estoy contenta de verte, es todo —explicó ella, fingiendo una sonrisa.

—¿Estás lista para irnos? —interrogó él, no muy convencido de su respuesta.

—Sí, deja traigo mi bolso y nos vamos.
Concepción se acercó al hombre para darle un abrazo y susurrarle algo al oído, a lo que él respondió con un beso en la frente de la mujer mayor.

Se separaron justo antes de que Alma llegara y viera la escena.

—Vamos, estoy lista, mamá, ¿pasa algo? —cuestionó la joven, al ver a su madre restregarse el rostro.

—Nada, cariño, se me entró algo en el ojo cuando venía para acá.

—Entonces, vámonos, mio amore —dijo, sujetando la mano de la joven—, nos vemos pronto, Concepción —afirmó, con una mirada significativa.

La mujer los despidió con un asentimiento de cabeza y en cuanto la joven pareja se marchó del departamento, ella salió rauda hacia su recámara.

A los diez minutos, el timbre del lugar volvió a sonar y Concepción la abrió en cuanto pudo.




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