La magia del poder

Capítulo 1: El plan de Elisabeth

Hoy es un día especial.

Mi madre y su esposo, el duque, han decidido hacer una visita de cortesía al palacio real para presentarse ante el futuro rey. Para esta "gran ocasión", han elegido a las tres hermanas "perfectas" para acompañarlos:

  1. Victoria, la delicada y perfecta.
  2. Rosa, la elegante.
  3. Maldiga, la obediente y falsa.

El resto de nosotras, según ellos, no calificamos ni como "presentables". Pero eso no significa que me quedaré atrás.

Voy a ir, les guste o no.

El plan

—Foreza, ¿lista? —le pregunto, asegurándome de que esté en su posición.

Ella me mira y asiente con una sonrisa traviesa. Nuestro arma secreta: un cubo lleno de tripas de pescado frescas.

Foreza se encuentra en una de las ventanas que dan al lago. Maldiga, como siempre, ha decidido caminar por el mismo pasillo que usa cada vez que está nerviosa. Conocemos sus rutinas de memoria.

—Tres... dos... uno... ¡puf!

El cubo se vacía por completo sobre la cabeza de Maldiga. El impacto es glorioso.

—¡Aaaaaaaaaaah! —grita ella, agitada y desquiciada. —¡MALDITAS LOCAS! ¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO?

Bajo la escalera con una sonrisa inocente mientras la miro de pies a cabeza. Su cabello, su vestido y su rostro están cubiertos de tripas y restos de pescado. Huele peor que un puerto en pleno verano.

—Ay, querida, lo siento tanto. No sabía que estabas allí cuando grité "tiren el cubo". —Doy una risita burlona mientras me acerco con las manos entrelazadas a la espalda.

Su cara es un poema. Está furiosa, temblando de rabia, con los ojos rojos de la vergüenza.

—¡SE QUE LO HAS HECHO A PROPÓSITO, DESEQUILIBRADA! —Me señala con el dedo mientras su voz se quiebra entre el enojo y las ganas de llorar.

—No soy una desequilibrada. —Le agarro la muñeca con fuerza y la tuerzo un poco, acercando mi rostro al suyo. —Y te advierto, Maldiga, no vayas corriendo a mamá, porque si lo haces... —miro sus ojos con intensidad— te aseguro que te irá mucho peor.

La suelto con un empujón suave y retrocedo mientras levanto una ceja con arrogancia.

—Ve a bañarte, apestas.

Ella suelta un gritito de impotencia y rabia. Yo, en cambio, doy media vuelta y camino tranquilamente hacia el carruaje. Ellos ya están esperando.

El viaje

Subo al carruaje con total naturalidad, fingiendo una educación impecable.

—Hola, lamento el retraso. —le digo a mi madre con una sonrisa dulce mientras me inclino para darle un beso en la mejilla. Luego hago lo mismo con su esposo, el duque. —Maldiga ha tenido un pequeño accidente y no podrá acompañarnos.

Mi madre levanta una ceja con suspicacia.

—¿Qué le has hecho, Elisabeth? —me dice, entre molesta y preocupada.

—¿Yo? Mamá, no le he hecho nada. —Mi voz suena tan inocente que podría engañar a un sacerdote.

—Basta, debemos marcharnos. —interviene el duque con la voz seca y autoritaria que tanto le gusta usar. Como si fuera el rey.

El carruaje se pone en marcha. Nadie dice nada por unos minutos, solo se escucha el crujido de las ruedas y el balanceo de los asientos de cuero.

Pero la paz nunca dura.

—Hijas, he oído que el príncipe tiene dos hermanos. —dice mi madre con su tono "inocente" que ya todas conocemos. —Estoy segura de que se fijarán en vosotras. Después de todo, estáis hermosas.

Ah, ahí vamos. La vieja táctica de la madre casamentera.

—Mamá, no hace falta que nos metas en la cama de los príncipes. —respondo con frialdad, entrecerrando los ojos. —Si quieres echarnos de casa, tira nuestra ropa por la ventana y listo.

El silencio se hace más pesado que nunca.

Mi madre me mira con ojos de acero.

—Es mejor meteros en la cama de los príncipes que en la de plebeyos.

Ah, ahí está.
La indirecta que se ha convertido en su arma favorita.

—¿De verdad, mamá? No empieces si no quieres que esto termine mal. —mi voz suena afilada, cada palabra calculada para cortarla donde más le duele.

—¿Yo? ¿Acaso he empezado algo? Solo quiero que vivas bien.

Le sonrío de forma maliciosa y me inclino hacia adelante, acercando mi rostro al suyo.

—¿Te recuerdo, mami, que tú vienes del mismo sitio que mis amigos? —Ella parpadea, sorprendida, y se echa hacia atrás. —Si lo piensas bien, el lord lo hizo mal, porque se metió en la cama con una plebeya. Ni siquiera eso, porque cuando él llegó, éramos unas muertas de hambre.

Silencio absoluto.
La boca de mi madre se cierra como si hubiera tragado una piedra.
Nadie dice nada más en todo el camino.

Y, para ser sincera, no hay nada más satisfactorio que un silencio así.

El destino final

El viaje fue largo, pero el paisaje era hermoso. Los árboles altos y frondosos dejaban entrever pequeñas luces de sol que pasaban entre las ramas. Los pájaros cantaban y, de vez en cuando, se escuchaba el sonido de un arroyo cercano. Pero, a diferencia de mis hermanas, yo no estaba allí para disfrutar la vista.

Estoy allí para ganar.

Cuando el carruaje se detiene frente a la puerta principal del palacio, todos comienzan a prepararse. El duque baja primero, luego mi madre, y después mis queridas hermanas, que todavía me lanzan miradas de desprecio.

No me importa.

—Elisabeth, compórtate. —me dice mi madre antes de bajar.

La ignoro.

Salgo del carruaje con la cabeza en alto, mis botas tocan el suelo con firmeza. Mis ojos se fijan en el palacio. Es inmenso. Las torres se alzan hacia el cielo y las banderas ondean con el símbolo de la realeza. Todo está perfectamente decorado, cada piedra pulida hasta brillar.

Pero no me impresiona.

—Que empiece el espectáculo. —murmuro con una sonrisa ladina mientras mis ojos se fijan en la puerta principal.

Porque si mi madre cree que puede controlarme, se equivoca.
Si cree que puedo ser "presentable" y "obediente", se equivoca aún más.




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