La maldición de la bruja

Capítulo 6 - El ritual

Aaron

El camino hacia el monasterio, aunque era corto, se me hizo largo. No sabía cómo hablar a Angie sin que saltara en ira, o se abalanzara sobre mí para besarme con desesperación; sin duda no estaba en sus cabales. Lo peor era que estaba seguro de que la criatura que nos había atacado en la noche era ella. El dolor en su brazo me hacía sospechar aún más.

En la puerta de la iglesia estaba el monje. Me sorprendió verlo allí, pero él sabía que llegaríamos, quizá temía que no entráramos o no pudiéramos hacerlo, tal como le había pasado a Angie el día anterior.

— Bienvenidos — nos dijo con una sonrisa que provocó que Angie lo mirara con desconfianza.

— ¿Y eso por qué? — preguntó ella, observando al párroco de manera desafiante.

— Bueno, no todos los días tenemos la oportunidad de conocer a la descendiente de una poderosa bruja.

Ella cambió a una expresión sorprendida, a mí también me había asombrado escuchar estas palabras, no sabía si él lo decía seriamente o si solo era un farol, pero aparentemente funcionó, porque cuando hizo un ademán para que entráramos, no por la puerta principal, sino por una lateral, Angie no dudó en ingresar.

— ¿Cómo sabe que soy una descendiente?

— Revisé las inscripciones de nacidos en el pueblo desde aquella época, tenemos todos los bautismos registrados.

— Debió revisar mucho.

— No, solo tuve que encontrarla a usted y después fue sencillo seguir las generaciones, cinco para ser preciso.

— ¿Y por qué hizo eso? — inquirí con incredulidad.

— Este relicario, la señora Becka no se lo habría vendido si realmente creyera que estaba maldito, eso significa que quienes lo poseyeron antes que ella no sufrieron de esta... situación, si la magia se activó ahora, es por algo y se me ocurrió que podría haber un parentesco.

— Entonces ella era mi ancestro.

— Sí, puedo enseñarle si quiere.

— Sí.

— Oficial, ¿podría venir un momento, por favor? — me llamó otro monje en ese momento.

Ella pareció dudar, pero se retiró con el hombre que me había estado ayudando.

— Dígame.

El que me interpelaba, era el mismo que me había recibido la noche anterior. Él esperó a que estuviéramos solos para hablarme.

— Acompáñeme.

Lo seguí, internándonos más, dentro del monasterio, hasta llegar a un salón por el que accedimos a través de unas escaleras descendentes; allí no había ventanas y estaba íntegramente iluminado por velas. En medio del recinto se hallaba un dibujo, era un pentáculo y estaba rodeado claramente por símbolos mágicos. Esto era algo que sin lugar a dudas no esperaba encontrar en un edificio cristiano.

— ¿Y esto? — pregunté con una sensación de que algo estaba mal comenzando acecharme.

— El monje exorcista Ludwig liberará aquí a su novia.

¿El monje que me había acompañado se llamaba así? ¿O hablaría de otro? En la desesperación de solucionar la situación de Angie, ni siquiera había preguntado por sus nombres. Algunos otros religiosos comenzaron a llegar, y una sensación de expectación me gobernó. El único lugar por el cual se podía escapar era la puerta. Ellos no parecían tener armas, pero algunos estaban asustados. Podía oler el miedo en el ambiente.

— ¿Puede acercarse al altar? — me preguntó el sacerdote que me había guiado. Y yo lo observé con dudas, sin saber si obedecer o no. — Es del otro lado del círculo, lo utilizaremos como carnada para que su novia entre en el sello mágico — explicó.

Me dirigí hacia donde me indicaba, y tuve mucho cuidado de no ingresar en la figura y ni siquiera tocarla, pues tenía conocimiento de que los lobos podían ser atrapados con magia. Al pasar junto al dibujo, vi que estaba pintado en el suelo, seguramente para evitar que se deshiciera si alguien lo pisaba.

Oí la pesada puerta cerrarse y me giré. Angie estaba allí, su aroma me llegó mucho antes de que pudiera encontrarla acompañada del tal Ludwig.

— Tenga — susurró el que estaba junto a mí, me estaba dando el libro que habíamos sacado de la tumba, ahora estaba abierto y podía notar que estaba escrito a mano, y el dibujo en la página que observaba era el mismo que habían trazado en el suelo. Los monjes estaban bastante separados del círculo, algunos apoyados contra la pared, yo los podía ver, pero a un humano le pasarían desapercibidos.

Busqué la mirada de Angie y ella me sonrió de manera coqueta mientras se acercaba a mí. Entonces vio lo que yo tenía en las manos y su rostro se demudó en una mueca antinatural.

— Eso es mío — su voz rea susurrante y rasposa, no se parecía a la suya en absoluto y los ojos, que siempre eran color miel, se veían negros.

Ella dio rápidos pasos hacia mí, hasta que se topó con el pentáculo. Quiso retroceder, pero los monjes habían formado una pared detrás de ella con sus cruces en alto. Nunca imaginé que aquel símbolo tuviera algún poder. Angie gritó con furia y cayó dentro del sello como empujada por manos invisibles, y pronto todos los monjes se habían reunido en derredor.

— Diremos la frase de liberación y usted se acercará a quitarle el relicario — me instruyó el sacerdote a mi lado. Yo asentí.

Ella se veía como un animal enjaulado y de alguna forma ya no era ella, incluso su cabello parecía haberse vuelto de color rojo. Los monjes comenzaron a recitar en latín, ella se retorció, parecía que sufría. Comencé a acercarme, y al poner un pie en el dibujo pude sentir una inmensa energía que brotaba del suelo, pero no me dañó, tal vez esto no sería difícil, pensé, no obstante, pronto este fútil pensamiento desapareció, ya que Angie se contorsionó y sus ropas cayeron al piso como cenizas exponiendo una piel peluda y pronto un cuerpo negro y deforme. Tal como había intuido, ella era aquella bestia que nos atacó en el cementerio.

Se lanzó sobre mí y yo hice mi transformación a medias, puesto que de convertirme por completo en lobo, no podría quitarle el collar. Entendí por qué tenía que ser yo quien hiciera esta tarea, era algo que ningún humano sería capaz de realizar.




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