La máscara de celeste

Capítulo 17: EL SECRETO DE LA HABITACIÓN AZUL

La madrugada cayó sobre la mansión Villagrán como un manto de hielo. A esa hora, todos dormían —o al menos eso creían—, pero Isabella no. Ella estaba sentada frente al tocador, con la luz tenue reflejándose en el espejo. La joven observaba su propio rostro como si buscara a otra persona ahí, como si quisiera encontrar a la Isabella que había existido antes de la verdad… pero ya no estaba. Había desaparecido junto con su infancia y su inocencia.

Su respiración era lenta, muy lenta, casi un susurro. El silencio era tan profundo que podía escuchar el latido de su corazón, acompasado, firme, preparado.

A un costado, sobre la mesa, estaba la libreta donde recién había escrito el nombre del siguiente responsable. Aún no la había cerrado del todo. La tinta fresca parecía tan negra como las intenciones que la habían impulsado a escribir.

Esa noche actuaría.
Pero antes, había algo más que necesitaba enfrentar.

Se levantó del asiento y caminó hacia la esquina más oscura de su habitación. A primera vista, parecía una simple pared, pero Isabella sabía que no lo era. Palpó las molduras con precisión hasta que encontró el relieve incorrecto. Presionó. El panel cedió sin ruido.

Detrás se escondía una puerta estrecha, pintada del mismo color que la pared para pasar desapercibida. Las bisagras apenas emitieron un sonido cuando la abrió.

La habitación azul.

No era una habitación como tal, sino un espacio oculto, una especie de oficina secreta que había descubierto años atrás, cuando apenas tenía catorce. Nunca le dijo a nadie que la había encontrado. En el fondo, incluso entonces había intuido que los Villagrán escondían demasiadas cosas… pero verla ahora con ojos adultos era distinto.

Encendió la lámpara pequeña del lugar. La luz reveló las paredes tapizadas de azul oscuro y un escritorio antiguo lleno de carpetas, fotografías y llaves. Todo estaba como lo había dejado la última vez que entró, meses atrás… pero ahora, con la verdad frescas en su mente, cada objeto tenía un nuevo significado.

Cerró la puerta detrás de ella y cruzó la habitación. Sus dedos se deslizaron por las carpetas hasta que encontró una que llevaba años evitado abrir: "Proyecto Estela".

El corazón se le detuvo un segundo.

Estela era el segundo nombre de su hermana.

Tomó la carpeta con ambas manos. Le pesaba, no por su tamaño, sino por lo que contenía. Se sentó en la silla y respiró profundamente antes de comenzar a leer.

La primera hoja era un informe. Frío. Clínico. Redactado como si se tratara de un simple trámite. Isabella sintió un frío recorrerle la columna. Sus ojos devoraban cada línea, cada frase. Allí estaban descritos todos los movimientos financieros y acuerdos legales que habían hecho sus padres.

Pero había algo más.

Un nombre que ella nunca había visto.

Instituto Lathmore.

Abrió los ojos un poco más. El documento explicaba, con palabras cuidadosamente escogidas, que el instituto “reubicaba menores talentosos en familias de alto nivel” a cambio de contratos confidenciales y pagos exorbitantes.

Un escalofrío le recorrió los brazos.

¿Habían… vendido a su hermana a ese instituto?

¿A un lugar que trataba a los niños como mercancía?

Cerró la carpeta por un momento. Llevó una mano a su frente. El mareo era tenue, pero real. Había pensado que conocía la magnitud de lo que habían hecho sus padres. Pero estaba equivocada. Esto era peor. Mucho peor.

Abrió otra carpeta. Fotografías. Documentos de identidad. Registros de viajes. Todo señalaba al mismo lugar: el instituto.

Pasó los dedos sobre la foto de su hermana. Tenía ocho años. Sonreía sin saber que el mundo la traicionaría tan pronto.

—Te encontraré —susurró Isabella, con la voz tan firme que parecía una promesa sagrada—. Antes de terminar todo, te traeré de vuelta. Lo juro.

Un sonido la hizo girar la cabeza.

Alguien caminaba por el pasillo.

Isabella apagó la lámpara. Se quedó completamente inmóvil, escuchando. Los pasos eran lentos… pero no eran los de su madre esta vez.

No. Esa cadencia la conocía demasiado bien.

Su padre.

Los pasos se detuvieron justo frente a su habitación. Isabella contuvo el aire. No podía moverse. No podía siquiera respirar. Él nunca patrullaba la casa a esa hora. Nunca.

El picaporte de su habitación giró.

Isabella cerró los ojos.

La puerta abrió. Estuvo segura: si él caminaba hasta la esquina donde estaba el panel oculto, la descubriría. Y entonces, todo terminaría demasiado pronto.

Pero los pasos se detuvieron.

—¿Isabella? —llamó su padre con voz suave, casi afectuosa.

La joven no respondió. No podía.

Un silencio pesado cayó entre ellos. Isabella lo sintió del otro lado, respirando, escuchando.

Finalmente, el hombre murmuró:

—Hija… últimamente te noto distante. Ojalá no estés investigando cosas que no deberías.

El tono no era de preocupación. Era una advertencia.

Los pasos retrocedieron.

La puerta se cerró.

Isabella dejó salir el aire de sus pulmones solo cuando estuvo segura de que él ya no estaba cerca. Sus manos temblaron, pero apenas un instante. Luego, la calma volvió a ella como una niebla espesa.

Sabía perfectamente que su padre sospechaba algo. Sabía que él no creía en su fachada de niña perfecta tanto como los demás. Y eso hacía todo más peligroso… pero también más interesante.

Encendió la lámpara nuevamente.

Volvió a abrir la carpeta de "Proyecto Estela".

Porque ahora que había empezado, no se detendría.

Mientras revisaba las últimas hojas, encontró algo que le heló la sangre.

Un contrato firmado no solo por sus padres… sino también por otra persona.

El hombre cuyo nombre había escrito en su libreta esa misma noche.

No solo era responsable. Había sido una pieza clave en todo el movimiento que terminó con la desaparición de su hermana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.