La misteriosa anomalía de Corneille Pompadour

La misteriosa anomalía de Corneille Pompadour

Tan pronto como despuntó el alba, Agatha Bradbury ya estaba preparada para abandonar sus aposentos. La estancia en donde pasaba las noches se ubicaba en el ala derecha de la tercera planta, en el centro de la interminable hilera de macizas puertas de caoba. Era solo una más entre las decenas de habitaciones disponibles en Eaton Hall, pero ella la prefería sobre cualquier otra debido a la increíble vista del amanecer que tenía desde allí. No le importaba tener que subir y bajar numerosos escalones varias veces al día para llegar hasta ese cuarto en particular. La alegría que le producía contemplar el renacimiento del astro dorado cada mañana era inigualable, así que valía la pena el esfuerzo físico adicional que debía hacer a diario con tal de conseguir esa hermosa recompensa.

Aquella gélida mañana de noviembre, la esbelta muchacha llevaba puesto un vestido de mangas largas, hecho de terciopelo. La tonalidad esmeralda de la prenda realzaba el chispeante verde en los iris de la dama. La amplia falda le llegaba hasta los talones y parecía susurrar con cada movimiento de sus torneadas piernas. Un par de elegantes botines de cuero negro calzaban sus pies y le añadían cinco centímetros a su estatura. Los lustrosos rizos rojizos de su cabeza iban recogidos en un moño alto, cubierto por un pequeño sombrero blanco de ala corta, adornado con plumas y guirnaldas rosadas. Se había colocado un par de guantes de seda a juego con el vestido, los cuales ocultaban por completo sus gráciles manos. Odiaba tener que usar un corsé todos los días, pero lo hacía porque era parte de lo que se esperaba de una señorita de sociedad como ella. Aparte de eso, no tenía intenciones de alimentar los cotilleos de las vecinas, quienes ya de por sí la despellejaban a sus espaldas por seguir siendo soltera a los veintidós años de edad.

Agatha era aficionada a las caminatas matutinas a través de las veredas boscosas que circundaban el extenso terreno de su propiedad. Amaba respirar el aire fresco mientras escuchaba el agradable canto de los pajarillos que revoloteaban entre los fresnos. Siempre iba acompañada de su fiel amigo, un cachorro de beagle llamado Hihn. Los minutos de soledad que obtenía al levantarse temprano le servían para practicar las posibles respuestas que daría en las conversaciones que tendría a lo largo de la jornada. Aquella actividad era indispensable para ella, ya que la tartamudez y la simpleza de su mente la limitaban mucho. A pesar de los titánicos esfuerzos que había hecho Lady Hamilton, la institutriz de los Bradbury, la chica nunca pudo desarrollar talento alguno. No sabía tocar ningún instrumento musical, se desafinaba al cantar y arruinaba los lienzos con sus torpes dedos que dejaban caer los pinceles. Ni siquiera tenía gracia para bailar un sencillo vals, por lo cual limitaba al mínimo la asistencia a los eventos sociales que organizaban las familias cercanas a la suya.

Muchos caballeros de gallarda apariencia, noble cuna e impresionante fortuna habían cruzado las puertas de Eaton Hall con intenciones de cortejar a la joven, puesto que la fama de su impactante belleza se había extendido por todas las regiones cercanas a Cheshire. No obstante, ninguno de ellos conseguía captar el interés de la apática pelirroja. Ella se limitaba a escucharlos en silencio y les respondía solo cuando era indispensable, usando monosílabos o frases cortantes de pocas palabras. Aquellos hombres atribuían la frialdad en el trato de Agatha a que era orgullosa e insufrible. La muchacha jamás intentó acallar los rumores relacionados con su supuesta altanería, pues prefería que pensaran así con tal de que no llegaran a enterarse de la vergonzosa realidad.

Aquel día en particular, la chica se sentía más triste y miserable que nunca antes. Cuando estaba recorriendo la arboleda, recordó la breve y casi unilateral conversación que había sostenido con su madre la noche anterior, durante la cena.

—Según se comenta en el pueblo, Monsieur Corneille Pompadour, el respetable Conde de París, compró Tatton Hall hace dos semanas y pronto se mudará ahí. Hay quienes dicen que es un hombre lleno de oscuros secretos, pero estoy segura de que son puros chismes sin fundamento... Como te estarás imaginando, pienso organizar un baile para darle la bienvenida a este ilustre hombre. Será la mejor y, quizás, la última oportunidad que tendrás para conseguir un buen marido. A tu edad y con la mala reputación que tienes, no puedes darte el lujo de rechazar más proposiciones matrimoniales. Serás amable con el Conde, ¿entendiste? Si no le hablas mucho, al menos sonríele. Y recémosle a Dios porque tu cara bonita le haga olvidar que tienes menos cerebro que un ave.

—Pe-pe-ro madre, no… quiero… ir a ese… ba-ba-baile. Sabes que… odio… los… ba-ba-bailes.

—Tu opinión no me interesa. Me cansé de esperar a que recapacitaras. ¡Irás a ese baile, lo quieras o no! Y más te vale que la velada concluya con el Conde rendido a tus pies. ¡No hablemos más del asunto!

La angustia que le estrujaba el corazón a causa de la sentencia de su mamá no le había permitido dormir. Por primera vez en su vida, el regocijo de contemplar la aurora le había sido arrebatado. Las excusas creíbles para ausentarse de los festejos se le habían agotado. ¿Cómo podría faltar a un baile en su propia casa? No había escapatoria en esta ocasión. Pero lo peor no era tener que presentarse en la fiesta, sino verse forzada a impresionar con talentos inexistentes a un hombre que desconocía y que, por consiguiente, no amaba. Solo deseaba terminar con el pesar que les traía a todos una existencia tan molesta e inútil como la suya. Sin embargo, no tenía más opción que resignarse a aceptar las decisiones que tomara su madre. La desdichada joven se sentó sobre una roca aplanada, dobló las piernas, las rodeó con ambos brazos y colocó el rostro sobre sus rodillas. Entonces, rompió a llorar y sollozar. Hihn meneaba la cola y gemía mientras intentaba detener aquel lamento con sus cariñosos lengüetazos. El perrito no paraba de lamer las lágrimas que se deslizaban por las sonrosadas mejillas de la doncella, pero todos sus afectuosos intentos resultaban ser en vano.



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En el texto hay: fantasia, steampunk, retelling clasicos

Editado: 25.02.2020

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