Guatemala, martes.
El sol golpea la ventana de mi oficina con una insistencia que no me pertenece. Afuera, los niños juegan en el patio de la ONG, sus risas se mezclan con el canto de los pájaros y el ruido de los buses que pasan como si el mundo no tuviera memoria. Yo sí la tengo. Y me pesa.
Me llamo Abha. Tengo treinta años. Trabajo en una organización internacional que atiende a niños en situación de vulnerabilidad. Mi escritorio está lleno de dibujos, informes, y una taza que dice “Todo va a estar bien” en letras que ya se están borrando. La compré hace cinco años, el mismo día que conocí a Esteban, el jefe de la sede. El hombre que me enseñó a amar con miedo.
—¿Ya revisaste el informe de Quiché? —me pregunta Esteban desde la puerta, con esa voz que antes me hacía temblar y ahora me deja quieta.
—Sí. Lo dejé en tu bandeja —respondo sin mirarlo.
Esteban tiene cuarenta y dos años, es médico, diplomático, y el tipo de hombre que sabe cómo llenar una sala sin levantar la voz. Desde hace cinco años somos pareja.
—Abha, ¿Por qué no me miras?
—Te veo, Esteban —. Levanto la mirada —. Estamos en el trabajo ¿lo olvidas?
La última vez que me tocó fue en el hospital. Yo estaba acostada, con los ojos cerrados, el cuerpo vacío. Habíamos perdido al bebé. Él me tomó la mano, me dijo que lo sentía. No hubo flores. No hubo duelo compartido. Solo silencio. Y una cicatriz en el abdomen.
Eso fue hace ocho meses.
Mi madre murió tres meses después. Cáncer. Silencioso, cruel. Me quedé sola. Sola con una casa que ya no olía a café, sola con un cuerpo que ya no sabía si era mío, sola con un diario que guardo bajo llave y que nadie ha leído jamás. Sostenida por las manos de Esteban.
—¿Vas a ir a la reunión con los donantes? —insiste Esteban.
—No. Tengo que visitar el centro de San Juan —miento.
Él asiente. No pregunta más. Ya no lo hace.
—Tenemos que hablar. Te veo esta noche —. Dice antes de marcharse.
No me permite responder. Solo ordena. Y yo lo permito. ¿en qué momento me perdí? ¿Es que acaso es lo único que me queda?
No tengo familia, amistades cercanas, o algo que me sostenga. Solo Esteban. Y ahora… siento que lo pierdo. La razón… lo envían a otra sede, en otro país. No lo ha mencionado. Supongo que me lo dirá, o quizá esta noche me pedirá que me case con él y lo acompañe a Canadá.
Desde hace ocho meses, las cosas entre nosotros no andan bien. Él sigue siendo el jefe. Yo sigo siendo la que sonríe en las fotos institucionales. Y anhela estar cerca de él. Y me conformo con sus escasas muestras de amor. asumiendo que es su forma de llevar el luto por nuestra perdida. Un bebé de seis meses… durante ese tiempo él parecía feliz.
POR LA NOCHE
Como de costumbre nos reunimos en mi casa. La herencia de mi madre.
—¿quieres cenar? —. Pregunto caminando hacia la cocina.
—No, vine rápido.
Freno mis pasos y mi corazón comienza a martillar duro. Espero que se ponga de rodillas. Que saque una cajita de terciopelo de su bolsillo. Pero por más que lo miro no luce como un hombre que este por proponer matrimonio.
—Abha, me trasladaron a la sede en Canadá —. Me muerdo el labio y bajo la mirada —. Es por tiempo indefinido. Puede ser un año como pueden ser diez años —. Respiro en la pequeña pausa que hace —. Me voy esta noche.
Mi corazón se detiene. Levanto la cabeza. Mi garganta se aprieta.
—¿esta noche? —. Mi voz tiembla.
—Lamento que las cosas sean así, pero es lo mejor. Fue bueno mientras duro. Siempre estarás en mi corazón.
Escucho como mi corazón se parte en mil pedazos. Mi ritmo cardiaco pasa de 100 a 300 en un segundo.
—No —. Niego con la cabeza —. No puedes dejarme. ¿Qué hice mal? Canadá no es el fin del mundo. Podemos encontrar soluciones. ¿Por qué me dejas sin consultarme?
—Lo siento. Tengo que irme.
Da la vuelta y comienza a caminar a la salida. Todo el cuerpo me quema. Me arde. Los ojos se me nublan. Siento que no puedo respirar. Que el corazón se me detiene.
Apenas lo visualizo y corro hacia él antes de que salga de la casa.
—No te vayas —. Pido aferrándome a su brazo con el llanto atorado en la garganta.
—Suéltame —. Dice firme intentando alejarme con sus manos —. Abha, es una decisión tomada.
—No, no me dejes, yo te amo con toda mi alma. Te lo ruego. Por favor.
—Abha. No hagas esto —. Me aleja en un movimiento brusco.
Mis piernas pierden fuerza y caigo de rodillas aferrándome a él.
—No me dejes. ¡dime por qué! ¿Qué hice mal?
Sacude la pierna para que me aleje. Solo puedo llorar más fuerte y aferrarme con todas mis fuerzas.
—No haces nada bien —. Gruñe—. No te culpo por perder a nuestro hijo, pero tampoco puedo estar a tu lado.
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padre soltero y millonario, niñera x jefe, comedia romántica contemporánea
Editado: 17.09.2025