Narciso comienza a caminar, y yo, antes de seguirlo, observo mi alrededor. Estamos donde siempre nos encontramos, pero se ve diferente. El agua de la corriente es mucho mayor, y detrás de ella, se encuentran unos pastos gigantes. Supe que ahí me encontraba perdido la vez anterior.
Sigo los pasos de Narciso, comienzo a escuchar pájaros cantar, lo cual es extraño que lo hagan durante la noche. Si cerrara los ojos, por los sonidos, juraría que es de día.
Un perfume comienza a atrapar el ambiente, lo reconozco fácilmente: los suaves narcisos.
Nos estamos acercando a la fogata, esta llena de flores alrededor.
Llegamos, él se sienta en un tronco. Yo me quedo parado, temblando y lo miro fijamente.
—Necesito saber, ya no aguanto más.—Le digo.
Está mirando el fuego, parece ignorarme pero sé que está pensando, parece muy triste.
—¡Decime! Te puedo escuchar, podes confiar en mí.—Digo exaltado, intentar lograr una respuesta.
Comienza a llorar, sus lágrimas caen por sus mejillas.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no hablas?—Ya no soporto la espera.
Se pone de pie, se acerca a mí y me rodea con sus brazos, los flexiona, haciéndome encontrar con su pecho. Mi cuerpo se enciende, el rostro me hierve, la respiración se acelera, los latidos me aturden. Sé que puede notar mi estado y escuchar mi corazón.
Se separa de mí y me observa. Clavo mi mirada también, sus ojos expresan una tristeza profunda, casi interminable, las lagrimas de sus mejillas son iluminada por la luz del fuego. Su cercanía es demasiado para mí, me inhibe. La timidez hace que cierre los ojos.
Puedo sentir como lentamente apoya sus labios sobre los míos. Todo mi cuerpo se estremece. Coloca una mano en mi nuca, me sostiene. Es imposible contenerme, muevo mi boca lentamente, sus besos son suaves y parecen danzar con los míos. Es como una droga, una muy adictiva. Mi centro de gravedad es reemplazado por él. Todo mi cuerpo entra en éxtasis al enlazarse con el suyo. Ninguna mujer me había provocado esto y probablemente ningún hombre tampoco podría.
Violentamente, todo el calor de mi cuerpo es apagado. El placer se esfuma y el frío se apodera de mí. No puedo moverme, la boca se me cierra suavemente. Miles de agujas me apuñalan el cuerpo. Narciso separa sus labios de los míos, ejerce mayor fuerza sobre mi nuca. No puedo mantenerme solo, siento como lentamente me deposita en el suelo.
Sin quitar la mano que tiene detrás de mí, busca sobre mi espalda, localiza la cadenita, coloca su otra mano en mi pecho y toma el otro extremo. Siento como se desliza sobre mi cabeza y me veo despojado de ella. Me suelta.
Estoy inmóvil, todavía no perdí la consciencia. Lo miro a los ojos, su rostro comienza a desdibujarse, todo se torna oscuro, pero antes de desvanecerme puedo ver su sonrisa. Me aterra.
Muy claramente sé que, ese momento, no fue pasional, ni de amistad o de amor.
Los pensamientos se aceleran, surgen recuerdos.
Mi mente va, viene, entre pasado y presente. Recorro nuestra historia, la primera vez que lo vi, la forma en que me ayudo cada vez y también en las que me regresó a mi lugar.
Una idea se enciende entre mis pensamientos: fui atraído, en medio de la oscuridad, como una polilla es atraída hacia la luz. Fue una coincidencia, pero no libre de inocencia. Sabía que siempre tuvo todo planeado, pero nunca había pensado que este iba a ser el resultado. Ahora soy más consciente de todo.
Fue una despedida, pero no una cualquiera, sino una que dura para siempre. No nos vamos a volver a encontrar. Tampoco estoy regresando a mi lugar. Ahora lo sé claramente.
El beso que me dió anunció mi muerte.