Año 2005...
El sol caía a plomo sobre la carretera solitaria, un resplandor blanco que parecía devorar el horizonte.
El calor hacía temblar el asfalto, como si algo respirara bajo él.
En mitad de aquella recta interminable avanzaba una figura imponente. Un hombre alto, de hombros anchos, caminaba con paso firme, dejando que la sombra de su cuerpo se estirara a sus espaldas.
En su mano izquierda, una motosierra colgaba como un apéndice natural, balanceándose con cada paso, reflejando destellos amarillentos del sol.
La carretera parecía contener la respiración.
Desde hacía meses, los informes de desapariciones en aquella región de Texas se habían vuelto constantes, casi rutinarios. Turistas, viajeros, curiosos.
Gente que simplemente dejaba de aparecer en los mapas del mundo.
A kilómetros de allí, un grupo de cuatro jóvenes cargaba maletas y risas dentro de una vieja camioneta.
Se preparaban para un evento al que llevaban semanas esperando, sin saber que su ruta los conduciría justo al corazón de una historia que no pertenecía a este mundo… ni a ninguno seguro.
Mientras tanto, en otro punto del estado, dos hombres —investigadores por decisión propia más que por obligación— atravesaban los límites de Texas con el ceño fruncido y una carpeta repleta de casos sin resolver.
Habían visto patrones, huellas, silencios demasiado convenientes. Algo estaba ocurriendo en esas tierras desoladas.
Y estaban decididos a descubrir qué.
Editado: 17.11.2025